297 - Enero 2011

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Experiencia pastoral con los “sin hogar” de Corea
P. Vincenzo Bordo, O.M.I.
Director del Centro “La Casa de Ana” para personas “sin hogar”

El P. Vincenzo Bordo OMI ha sido misionero en Corea durante 20 años. Se le ha pedido que haga una presentación en el Primer Encuentro Conjunto de Atención Pastoral de los caminos/calles para los continentes de Asia y Oceanía. El encuentro ha sido organizado bajo auspicios del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Migrantes e Itinerantes, en colaboración con la Oficina para el Desarrollo Humano de la Federación de Conferencias de Obispos de Asia. Tuvo lugar en Bangkok, Tailandia, del 19 al 23 de octubre de 2010.

A. Introducción

Antes de comenzar mi discurso, es importante clarificar y definir quién es una persona “sin hogar” para tener una base común con la que comprender la cuestión.

Asumiendo que una definición de persona “sin hogar” podría ser alguien “que está en estado de pobreza material e inmaterial que conlleva una perturbación compleja, dinámica y multiforme”, manifestada en no tener un hogar fijo, podemos ver entonces que la dimensión del déficit de relaciones, junto con el económico, es, a partes iguales, un elemento que puede establecer y originar una vida de pobreza a aquellos que no tienen una residencia fija. Ello ha de situarse en la base de toda reflexión posterior[i].

Hablaré de personas que están en esta categoría, refiriéndome a una realidad compleja relacionada no sólo con la pobreza material, sino también con la espiritual, moral y social que ocasionan a la persona un perjuicio dinámico y complejo.

Más aún, debería tenerse en cuenta que, a pesar de que en esta sesión sólo hablaré de los “sin hogar” de Asia, muchos encontrarán que ello no se corresponde con su propia experiencia personal. Ciertamente, la situación a la que hace frente la gente en Corea es muy distinta a las situaciones que se encuentran en la India, las Filipinas, Indonesia, Sri Lanka o cualquier otro país en este vasto continente[ii]. Esta afirmación surge de haber estado en Asia durante 20 años y haber tenido ocasión de viajar a lo largo de este continente. He tenido la oportunidad de hallar otras realidades pastorales que tratan con los “sin hogar”: todas presentaban muchas diferencias respecto a mi experiencia. Así pues, antes de comenzar mi presentación, señalaré algunas cosas:

No voy a hablar de la situación general de los “sin hogar” de Asia, sino, simplemente, de mi experiencia pastoral personal como sacerdote católico en Corea (llegué a este país en 1990). Para ser precisos, hablaré de la gente “viviendo en la calle” en Seúl, la capital, y también en la región adyacente, Ghiong-Ghi-Do. Tomadas en conjunto, estas áreas comprenden el 50% de la población de Corea.

No tengo una formación superior académica sobre gente que vive en la calle o las nuevas formas de pobreza. Sólo tengo un diploma de trabajador social, pero me he enriquecido gracias a una larga experiencia “in situ”. Mi aportación no pretende ser una teoría global sobre los “sin hogar”, sino una aportación personal, pastoral, surgida de haber escuchado, hablado y acogido a estas personas, y de una vida junto a ellos día tras día.

B. Una vida vivida en la calle

Tras haber preparado el terreno, puedo comenzar ahora a contarles mi experiencia. Llegué a Corea en 1990 con dos experiencias/deseos en mi interior: por un lado, un gran amor a Jesús (quería llevar a todos a esta gran experiencia de amor que yo tenía en mi vida); por otro, una gran pasión por los pobres. Entré en los Misioneros Oblatos de María la Inmaculada porque su carisma es evangelizar a los pobres (el lema de la Congregación se halla en las palabras de Jesús: “Me ha enviado a llevar la Buena Nueva a los pobres” [Lucas 4, 18]).

No sabía cómo vivir este carisma en la situación que tenía ante mí. Ya en los noventa, Corea era un país moderno, rico, dinámico, industrializado, donde incluso los coreanos solían decir que no había pobres. La Iglesia era también floreciente y suscitaba muchas conversiones y vocaciones. La pregunta que atormentaba mi espíritu era: “¿Qué significa llevar la Buena Nueva de Jesús a estas personas?”, y, en segundo lugar, “¿dónde están los pobres que necesitan ser evangelizados en esta sociedad rica?”.

Pausadamente, pero con decisión, comencé a escuchar a los misioneros que llevaban muchos años en Corea. Así, me encontré con los Maryknoll, Columbanos, MEP, Consolata, Claretianos, Franciscanos, Conventuales y Jesuitas. Cada encuentro me iluminaba y me abría nuevos horizontes. Al final de esta peregrinación, me resultaba claro que en Corea existían los nuevos pobres, los “pobres invisibles”, como el Cardenal Stefano Kim solía llamarles: los deprimidos y olvidados, la gente abandonada a sí mismos, los adolescentes en las calles, los ex-presidiarios, los incapacitados, los trabajadores extranjeros, los alcohólicos, los enfermos mentales cuya existencia es ignorada por la sociedad o pretende no percibirla. Con la ayuda de algunos sacerdotes, terminé optando por establecerme en Seon-Nam (una ciudad dormitorio con un millón de habitantes justo a las afueras de la capital, Seúl) donde a diario la gente iba a la ciudad a trabajar[iii].

Así, en 1992, con la ayuda de un sacerdote coreano, Don Pietro Be, y de la Hermana Marienge, una religiosa coreana que veía las necesidades de los pobres de la ciudad, comencé a dedicarme a los nuevos pobres y a la gente abandonada de la ciudad de Seong-Nam.

Los comienzos de mi trabajo pastoral a favor de los pobres

Pasé todo 1992 junto a la Hermana Mariengel. Ella desarrollaba su trabajo pastoral en la zona más pobre de la ciudad. La acompañaba cuando visitaba a las familias pobres, cuando ayudaba a los ancianos solos y abandonados, así como los jóvenes de la calle y los discapacitados. Aprendí de ella cómo moverme en esta nueva situación y conocer la realidad respecto a las nuevas pobrezas de la ciudad donde había decidido establecerme.

Comedor “Casa de Paz”

En 1993, con la ayuda de la parroquia y del consejo, abrí un comedor llamado “Casa de Paz” para gente sola, mayores abandonados a su suerte y pobres en general. En los comienzos sólo ofrecíamos una comida caliente al mediodía, pero con el paso del tiempo, comenzamos a organizar la escolarización de nuestros huéspedes - muchos de ellos no sabían leer o escribir -, clases de cultura general y cursos de educación sanitaria, etc.

El oratorio “Compartir” (1994)

Por la tarde seguía con las visitas a los pobres y las familias necesitadas de la zona donde hacía mi trabajo pastoral. Poco a poco, después de haber oído a los padres, me di cuenta de que los jóvenes de la zona necesitaban ayuda por medio de su escolarización. Muchas de esas familias estaba teniendo un momento duro: alcoholismo, abandono y seria pobreza económica y moral. En 1994, con la ayuda de 40 voluntarios jóvenes, establecimos un pequeño oratorio llamado “Compartir” para los niños pobres del vecindario.
Había unos 70 adolescentes que, tras la escuela, de 18:00 a 21:00, asistían a nuestro pequeño oratorio. Comenzábamos con clases de recuperación, para seguir con un cine-foro, tenis de mesa, baloncesto, clases de guitarra, pintura y distintas actividades recreativas. Lo bonito de todo es que el equipo era de voluntarios. Los tutores eran en su mayoría jóvenes estudiantes universitarios que se prestaban gozosos y entusiastas a esos servicios para jóvenes menos afortunados que ellos. El propósito de todas estas actividades era sacar a todos estos jóvenes de la calle y ayudarles a integrarlos en la escuela y en la sociedad.

Mi actividad pastoral se movía entre el comedor, la Casa de Paz, los ancianos pobres, los sin hogar, visitando a las familias marginadas en los vecindarios pobres de la ciudad y en el oratorio para los adolescentes pobres del barrio.

Asociación de voluntarios (1995)

A medida que me iba metiendo cada vez más en esta realidad de pobreza y conocimiento de la ciudad, me iba dando cuenta de que en esta ciudad había varios grupos de voluntarios católicos que ya estaban trabajando para ayudar a los pobres, pero que cada uno trabajaba independientemente de los otros en la zona. Nos surgió la idea de encontrarnos una vez al mes para compartir nuestras experiencias y coordinar nuestro trabajo con el fin de ser más efectivos.

Formamos la “Asociación de voluntarios católicos para los pobres urbanos de Seong Nam”. Era una red que juntó a 25 grupos católicos con unos 1.500 voluntarios que trabajaban en distintas partes de la ciudad. Sentíamos la necesidad no sólo de compartir y coordinar nuestro trabajo, sino de rezar. Así pues, una vez al mes, nos encontrábamos para la Misa en común y para una formación espiritual dirigida por mí. Al crecer el respeto y conocimiento mutuo, crecía la amistad, y sentíamos la necesidad de pasar algunos días juntos en amistad y descanso. El primer domingo de cada mes íbamos a pasear a las colinas cercanas, terminando el día con la Misa. Un paso más se dio el año siguiente, cuando decidimos también aumentar y desarrollar nuestra formación humana y profesional organizando días de estudio, tres días en primavera y otros tres en otoño, con conferencias impartidas por profesores universitarios que llevaban a expertos en caridad y trabajo de los voluntarios.

Todo este trabajo pastoral de formación de voluntarios no creaba nada nuevo, sólo reunía, coordinaba y hacía tomar conciencia de lo que los católicos ya estaban haciendo como ciudadanos normales.

La Casa de Ana

En 1998, una gran crisis económica golpeó Corea y todos los países del Sudeste Asiático: millones de personas de pronto se vieron en la calle, sin trabajo y sin protección social.

Me pregunté por estos dramáticos sucesos y decidí dedicar y concentrar mi actividad pastoral a esta nueva emergencia de Corea: trabajaría por “la gente de la calle”. Confié a otros el pequeño oratorio “Compartir” para niños difíciles y el comedor “Casa de Paz” para ancianos pobres. Me sumergí totalmente en este fenómeno nuevo, y hasta entonces desconocido, de los sin hogar. En ese momento me parecían que eran los más pobres y los más abandonados de la sociedad coreana.

Con la ayuda de muchos laicos, establecimos un comedor nocturno, llamado “La casa de Ana”; era para aquellos que vivían en la calle. Comenzamos ofreciendo sólo la cena, pero luego, tras hablar con ellos y oír sus necesidades, abrimos una pequeña clínica para aquellos con problemas de salud; una oficina de empleo para los que querían trabajar; asesoría legal para los que tenían problemas legales. Comenzamos a distribuir ropa. Los ayudábamos a cuidar la higiene personal (ducha y corte de pelo), les ofrecíamos acompañamiento psicológico a los que lo necesitaban, y, por último, abrimos una pequeña “Escuela Nocturna” para aquellos que querían ampliar sus horizontes intelectuales. Ello se hacía para ayudarles a tener estima de sí; en realidad, la mayoría de nuestros huéspedes no habían terminado la escuela primaria, lo que les creaba un complejo de inferioridad.

Poco a poco creció la Casa de Ana. De ser simplemente un comedor nocturno para los “sin hogar”, se convirtió en un centro que ayudaba a los “sin hogar” a recuperarse, inspirados en una visión holística en que el ser humano no tienen compartimentos estancos, sino que es un ser complejo consistente en un espíritu, con una mente y un cuerpo. Ello significa que hemos de cuidarlos holísticamente, no sólo como un estómago a llenar o un cuerpo a vestir. Hemos de estar atentos a esta situación general y acogerlos con todas sus limitaciones[iv].

Refugio para los “jóvenes sin hogar” (1999)

Entre 1994 y 1998 estuve trabajando en el oratorio “Compartir” para los jóvenes pobres de la ciudad. Habiendo tratado con la gente de la calle, visitándoles en su vecindario, estando en contacto con ellos, terminé encontrando gente joven que vivían en la calle, jóvenes, sin hogar, completamente ignorados por la sociedad coreana: una situación extremadamente nueva y chocante para la sociedad coreana. Así que, en 1999, abrí para esos jóvenes de la calle, que encontraba por casualidad o porque venían a comer al comedor nocturno, un refugio para acogerlos, darles asistencia primaria y ofrecerles luego programas de ayuda humana y psicológica.

Los adolescentes sin hogar atraviesan las mismas dificultades que los adultos sin hogar. Muchos de ellos son huérfanos o tienen familias disfuncionales. Fueron abandonados por sus padres o han tenido que hacer frente a violencia doméstica, lo cual no puede ignorarse, o han tenido sus propios problemas personales. Más aún, están más sujetos a crímenes (prostitución, violencia, trabajo poco remunerado) y se vuelven personas sin hogar de por vida.

Crecer en una familia disfuncional afecta adversamente al bienestar emocional del niño. Es esencial anotar que, de los adolescentes que visitaron la Casa de Ana, el 90 % eran de familias disfuncionales que sufrían la pobreza, el divorcio, la muerte prematura de los padres, abuso infantil o violencia doméstica. Todos esos problemas afectan la vida posterior de los niños, no les permiten desarrollarse para llevar una vida normal e integrarse en la sociedad.

Les tratamos de ayudar con un método de tres pasos:

Primer paso: “Seamos amigos” es nuestro lema. Tratamos de acoger a los jóvenes de la Casa de Ana, donde vienen, como los otros “sin hogar”, a encontrar comida. De modo sencillo y cálido, les damos alimento, ropa, un lugar para ducharse, atención médica, etc., sin exigencias por nuestra parte. Normalmente, cuando vienen a nuestro Centro, tienen muchas experiencias negativas y están heridos; así pues, son poco confiados. Entrevistamos cada persona, tratando de entender sus necesidades y respetar sus propias decisiones.

Segundo paso: les ofrecemos un lugar seguro para vivir (refugio), donde, con la ayuda de 2 empleados y 20 voluntarios desarrollamos un programa diario. Este programa les ayuda a cultivar su autoestima y conocer oportunidades de trabajo. También damos educación sexual y ofrecemos algunas clases para los exámenes de admisión o de calificación, para apuntarles en instituciones educativas privadas. Nuestro único propósito es hacerles adquirir las habilidades necesarias para un trabajo o para tomar algunas clases en la escuela.

Tercer paso: un hogar de grupo. La experiencia del primer y el segundo paso del programa era bastante libre: no había demasiadas normas a mantener. Es como un “espacio abierto” para esos jóvenes que vienen de las calles y no están acostumbrados a la vida en común.

Tras un largo discernimiento y preparación, sólo los más dispuestos son invitados a unirse al tercer nivel del programa: vivir en un hogar de grupo, donde tienen que asumir sus responsabilidades y continúan yendo a la escuela o a trabajar.

Así, en 2004, abrimos una casa llamada “La Casa de Ana – Hogar de Grupo” para aquellos jóvenes que querían poder volver a estudiar. Un año después, en 2005, abrimos un refugio llamado “Casa de Eugenio” para jóvenes que querían trabajar. Al final del año nuestro programa para estos jóvenes giraba en torno a 3 refugios[v]:

* Refugio: “La Casa de Benito”, para jóvenes que huyen y que están en las calles y no son capaces de decidir el rumbo de sus vidas (15 jovenes).
* Hogar de Grupo: “Casa de Ana”, para jóvenes que van a la escuela (7 jóvenes)
* Refugio: “Casa de Eugenio”, para jóvenes orientados al trabajo (5 jóvenes).

C. ¿Qué he aprendido de los “sin hogar”?

A modo de resumen, más de la experiencia pastoral que de la académica, que se basa en mi presencia en Corea junto a los pobres durante unos 18 años, creo que puedo afirmar que hay un instinto de supervivencia en estas personas:

1) A excepción de solo unos pocos, los “sin hogar” no escogen vivir en la calle. Es una vida difícil, llena de sufrimientos y peligros; ser “sin hogar” es una realidad condicional que viene determinada por varios factores, a menudo independientes de las personas. A menudo, la situación está unida a su círculo familiar: abandono de los padres cuando eran pequeños, muerte de ambos padres, familia en extrema pobreza, alcoholismo de uno o de ambos padres (a menudo causado por la falta de trabajo), divorcios traumáticos. Otros factores que pueden llevarles a vivir en la calle: fracaso económico con incapacidad de empezar de nuevo, enfermedad física, enfermedad mental, problemas personales, experiencia de prisión, ansiedad por el fenómeno de la urbanización incontrolada.

2) Creo que también puedo decir, desde mi experiencia en la Casa de Ana, que las razones profundas, básicas y comunes para las dificultades de la vida en la calle han de encontrarse en la infancia. Muchos de los “sin hogar” de hoy han experimentado el abandono en su infancia. Tal como enseña la psicología, esto lleva a una falta de autoestima: los seres humanos desde su nacimiento hasta la edad de 6 ó 7 años, si no reciben amor, atención y educación por parte de los padres, no desarrollan un sentido maduro de autoestima. Ello provoca una gran dificultad de alcanzar relaciones saludables con otros y con uno mismo. La mayoría de los “sin hogar” que he encontrado no han terminado su escolarización, por lo que llevan consigo un gran complejo de inferioridad a la hora de relacionarse con los demás. En consecuencia, con esta falta de autoestima, este complejo de inferioridad, esta incapacidad de relacionarse con otros en el mismo nivel de dignidad, los individuos comienzan a distanciarse de la sociedad. Sienten que la sociedad les rechaza y, en consecuencia, la sociedad los rechaza porque son “sin hogar”.

3) Desde mi experiencia, creo que puedo describir cuatro tipos principales de personas “sin hogar” en Corea:

a) Los “sin hogar” que viven en los albergues

Características de estas personas.

Esta categoría incluye principalmente a aquellos individuos que trabajan con normalidad y que tienen una familia normal. De pronto se enfrentan a una crisis económica inesperada y catastrófica (p. ej. la crisis de 1998, que sacudió a millones de personas, especialmente en el Extremo Oriente emergente, como Corea, Taiwán, Hong Kong, Tailandia e Indonesia). Se encuentran sin trabajo y, en consecuencia, pierden sus casas. Estas personas que vienen de una experiencia “normal” buscan refugio en los albergues, y allí son ayudados por los programas de recuperación a reintegrarse en la mano de obra; poco a poco la mayoría consigue reintegrarse en la sociedad.

¿Qué respuestas podemos dar?

El Gobierno de Corea, encontrándose con un millón de desempleados obligados a vivir en la calle, preparó un modo de ayudar a estas personas:

1999-2003: En la ciudad de Seúl, según el Ministerio de Sanidad, esta ayuda consistía en lo siguiente:

* Tres centros de escuchas, activos las 24 horas del día, para aquellos que se encuentran viviendo en la calle. Aquí los clientes son informados de todos los medios como pueden ser ayudados. Aquellos que lo deseaban, eran enviados a un gran centro de acogida, la “Casa de la Libertad”.
* La “Casa de la Libertad”: se adaptó el edificio de una gran escuela abandonada como dormitorio público para cientos de personas; se les daba un lugar para dormir, comidas y un lugar para ducharse, pero, sobre todo, recibían consejo y ayuda por parte de trabajadores sociales. Tras haber escuchado y dialogado con la persona, los trabajadores sociales intentaban orientar al cliente del modo que más le pudiera ayudar.
* El siguiente paso era tratar de entrar en uno de los 120 refugios que el Estado había montado para los “sin hogar”. Aquí la estancia era más larga y había la posibilidad de ingresar en series de programas de trabajo.
* El Estado patrocinaba series de “trabajos socialmente útiles”: limpieza de calles, cortar la hierba en los parques, etc. Existía la posibilidad de trabajar en uno de esos programas durante un período de 3 a 9 meses. Con el dinero que ganaban haciendo esos trabajos socialmente útiles, muchos volvían a casa y comenzaban un nuevo trabajo con una nueva vida. En el período más agudo de la crisis económica, miles y miles de gente “normal” con una sólida formación cultural, psicológica y humana en sus familias, encontrándose inesperadamente en la calle, se beneficiaron de esta ayuda y pudieron reintegrarse en la sociedad y en su propia familia.

El periodo de 2004 hasta hoy ha sido de reestructurar los programas de ayuda para los “sin hogar” que se articulan hoy del siguiente modo:

* 11 “Centros de escucha”.
* 28 comedores
* 67 albergues que acogen unas 3.875 personas “sin hogar”.
* 10 centros llamados “La Pequeña Sala” que ofrece a los pobres y a los “sin hogar” una habitación para dormir (unos 6.022 utilizan este servicio).

b) Las personas “crónicas sin hogar” que han estado en la calle durante largo tiempo.

Características de estas personas.

La gente que pertenece a este grupo, según el Ministerio de Sanidad, son en un 95% hombres y en un 5% mujeres. La mayoría son huérfanos (71%) o personas que fueron abandonados en una edad muy temprana y casi todos vienen de situaciones de extrema pobreza. Normalmente, el padre no trabajaba a causa del alcohol o de problemas mentales o por un raro sentido de la responsabilidad, y la madre, forzada a trabajar para mantener la familia, a menudo, cuando volvía a casa, era maltratada o golpeada. En esta dramática situación, a menudo la madre huía y los hijos permanecían por ley con el padre, que comenzaba a vivir con una madrastra. La madrastra trataría bien a sus propios hijos, pero maltrataría o violentaría a los hijos de su segundo matrimonio. Estos hijos, exasperados por la violencia y la pobreza acabarían escogiendo la calle como refugio. Abandonarían la escuela y, viviendo en la calle, aprenderían a sobrevivir pidiendo, prostituyéndose, robando y con otras conveniencias, de modo que, en una edad muy temprana, terminaron siendo “jóvenes sin hogar”.

Viviendo en la calle ya en una edad muy temprana acumularon problemas psicológicos, sociales, mentales de personalidad y emocionales. Son personas con una falta de autoestima, que suscita en ellos un fuerte complejo de inferioridad, una incapacidad de terminar la escuela elemental y la incapacidad de relacionarse adecuadamente con los demás. Esta indefensión les lleva a separarse aún más de la sociedad que excluye de por sí a los que no pueden ajustarse a sus demandas.

Un 64% de estas personas viven en estaciones de metro, parques, salas de espera de los hospitales, servicios públicos, centros de internet y casas abandonadas en el invierno. Una vez que pueden juntar algo de dinero, con trabajos del día a día, como en el negocio de la construcción o cargando y descargando mercancías en el mercado, estas personas, especialmente en el invierno, cuando hace mucho frío, toman su refugio en pensiones baratas o pequeñas habitaciones alquiladas. Los que pertenecen a esta categoría, incluso si saben de la existencia de albergues dirigidos por el Gobierno, rechazan entrar en ellos (84%). Las razones por las que rechazan emplear los albergues son: la vida en los albergues no es del todo segura o temen la vida en común (20%); las instalaciones son demasiado estrechas (5%); tratan de vivir libremente sin restricción alguna por parte de nadie (31%). Así pues, esta categoría de personas, incluso si saben de la existencia de albergues para “sin hogar” dirigidos por el Estado, prefieren la vida en la calle o lugares ocasionales, dada su incapacidad de estar en contacto con otros. Ello se debe fundamentalmente a la su falta de autoestima, problemas psicológicos o problemas de personalidad. (En esta categoría al menos el 50% son divorciados; en otras palabras, han experimentado la ruptura familiar y han abandonado sus hijos).

¿Qué respuestas podemos ofrecer?

Lo primero de todo, es importante aceptarles por quiénes y qué son y, al mismo tiempo, ofrecerles la ayuda primaria y básica que necesitan: comida, vestido, duchas, peluqueros, ayuda médica, legal y psicológica. Hay que ayudarles también a encontrar la asistencia que les ayudará a dejar de ser “sin hogar”. Nuestro Centro, “La Casa de Ana” desea ser una de las respuestas para este tipo de personas sin hogar: al tiempo que respetándoles en su opción de vida en la calle, les ofrecemos servicios que respondan a sus necesidades primarias. Mientras tanto, nuestro Centro les proporciona programas de formación que promueven el desarrollos de la persona, como una “Escuela nocturna” de cultura general, cursos para aquellos que tienen problemas con el alcohol, educación sexual, principalmente la prevención del SIDA, formación sanitaria y formación legal. Poco a poco, la “Casa de Ana” se ha transformado, pasando de ser inicialmente un comedor nocturno para “sin hogar” a ser un centro de ayuda y rehabilitación para la gente de la calle.

El propósito de nuestro Centro es acoger a gente de la calle por quiénes y qué son, escucharles y tratar de ayudarles. En italiano lo llamo los 3 pasos “A”: Acogida (accogliere), Escucha (ascoltare), Ayuda (aiutare).

Todo este trabajo se hace en colaboración con otros centros de la capital y en la red de todos los servicios, hospitales y programas dirigidos por el Estado, con el fin de ofrecer la más amplia gama de servicios y oportunidades para una reinserción final en la sociedad.

c) Los “sin hogar” o “sin techo” de temporada.

Características de estas personas.

Esta categoría está relacionada con el fenómeno de la urbanización (la formación de una megaciudad) y de la industrialización. Muchos jóvenes con poca capacidad intelectual, con una escolarización inadecuada, que viven en el campo, donde los salarios agrícolas son muy bajos, que no tienen perspectivas adecuadas de futuro, fascinados por el “glamour” de la ciudad, se trasladan a la megápolis en búsqueda de fortuna. Con un conocimiento superficial y siendo personas psicológicamente simples y sin contactos en su nuevo ambiente (amigos, parientes), terminan trabajando en trabajos inseguros, en el negocio de la construcción, como trabajadores no cualificados, cargadores y descargadores, etc. Así que cuando tienen algo de dinero, se ocupan de sí alojándose en pequeñas y pobres habitaciones, comprando y tomando su alimento de sus ahorros. Cuando no hay trabajo, especialmente en el invierno (la temperatura puede caer hasta -10 ºC) o en la temporada de lluvias, se encuentran viviendo en la calle, en casas de amigos o en casas abandonadas, comiendo lo que se les ofrece en los distintos centros de “sin hogar”.

Los “sin hogar” de temporada que dependen del tiempo, las temporadas, la situación económica del mercado y las constantes crisis económicas lo más probable es que se conviertan en “sin hogar”; ellos son los que se trasladan de una parte del país a otra o de un vecindario a otro en esta enorme ciudad. A este grupo se le llama “invisibles de temporada”; no aparecen en las estadísticas del gobierno, pero es el grupo más numeroso. ¡Aquellos de nosotros que trabajamos y estamos comprometidos en este campo estamos convencidos de que estos “sin hogar” son al menos el cuarenta o el cincuenta por ciento de las cifras!.

¿Qué respuestas podemos ofrecer?

El modo de ayudar a estos “sin hogar/sin techo invisibles de temporada” es crear centros para su ayuda inicial y cualquier consejo que puedan necesitar. Necesitamos llegar a ellos allá donde vivan y proporcionarles información sobre las distintas posibilidades que ofrecen estos centros.

El gobierno, sobre una base regular, organiza ayuda para los miembros más débiles de la población. Estos “sin hogar de temporada” pueden comprometerse en cursos de formación profesional, para ser electricistas, carpinteros, operadores informáticos, panaderos, etc. Estas son para ellos ocasiones de convertirse en gente cualificada y buscar un trabajo estable. Es una buena oportunidad para ellos de salir del estado de “sin hogar”; desgraciadamente, no sacan provecho de estos cursos de formación. Incluso aquellos que consiguen acceder a un diploma, no siempre pueden reinsertarse en el mundo laboral.

d) Los “sin hogar” con desórdenes mentales.

Características de estas personas.

A esta categoría pertenecen las personas que tienen desórdenes mentales, más o menos serios, con problemas de comportamiento o psicológicos asociados a una seria insociabilidad o alcoholismo crónico. Muchos de ellos han sido abandonados por sus familias y están en la calle; otros son pacientes en centros especializados para tales enfermedades. Según la información dada por el Ministerio de Sanidad en 2010, en Corea hay 37 instituciones que cuidan de 9.385 personas que pertenecen a esta categoría.

¿Qué respuesta podemos ofrecer?

Siento que la organización del Estado parece responder bien a estas necesidades, tanto de hombres como de mujeres, y que los programas existentes están bien llevados y prestan una gran ayuda a estos “sin hogar”.

D. Conclusión

Si consideramos que el gobierno coreano identifica como “sin hogar” sólo a los que viven en la calle, 1.588 en total, o los que se hallan en albergues (unos 3.875), el problema entonces no es serio y el gobierno está haciendo un buen trabajo en hacerlo frente[vi].

Si uno mira más a fondo y tiene en cuenta las definiciones de “sin hogar” que adoptaron el “Tercer Encuentro de Atención Pastoral de la Calle” o el “Departamento de los Estados Unidos para la Vivienda y el Desarrollo Urbano”, podemos ver inmediatamente que, añadiendo las cuatro categorías mencionadas antes, los números son muy distintos.

* “Sin hogar” viviendo en albergues: 3.875.
* “Sin hogar” crónicos (los que viven en la calle): 1.588.
* “Sin hogar” o “sin techo” ocasionales: de 40.000 a 50.000.
* “Sin hogar” con desórdenes mentales: 9.385.
* Programa “Habitación Pequeña”: 6.022.

Las cifras son bien distintas: ¡unas 70.000 personas!.

Así pues, uno puede ver que incluso en Corea, el problema de los “sin hogar” no es marginal, sino que afecta a mucha gente. Más aún, si uno toma en cuenta que el problema de los “sin hogar” está relacionado con el desarrollo urbano, el estrés mental y el trauma (siempre más frecuente en una sociedad capitalista, moderna y de gran tecnología) y la imposibilidad de la gente más simple de conservar la paz en este tipo de sociedad, siempre más compleja y de rápido movimiento, uno puede entender mejor cómo las cifras estas personas están destinadas a crecer, y no a decrecer.

Desde mi experiencia personal y mi punto de vista, creo que hay aún mucho que hacer en Corea:

* Respecto a los “sin hogar” que rechazan entrar en los albergues y prefieren vivir fuera; necesitamos un programa generalizado de información y búsqueda.
* Respecto al Estado, que aún encuentra difícil entender los problemas de los “sin hogar” en la complejidad global y, por tanto, rechaza financiar centros como el nuestro. La “Casa de Ana” está totalmente financiada con contribuciones voluntarias de amigos y bienhechores.
* Respecto a la sociedad, que rechaza a los “sin hogar”, viéndolos sólo como sucios borrachos y gente vaga que no quieren trabajar o como enfermos mentales.
* Respecto a la Iglesia Católica, que presta muy poca atención a los “sin hogar” (el 62% de los albergues está dirigido por protestantes, el 9% por budistas, el 5% por católicos y el restante 22% por otros) y a los pobres en general. Los católicos en Corea representan el 10% de la población y deberían vivir con mayor compromiso el mandamiento del amor (Juan 13, 34-35) hacia la gente que sufre, los pobres y abandonados. El mismo Jesús amó y sirvió a los pobres y los sufrientes y Él nos enseñó a hacer lo mismo (Lucas 10, 29-37: el Buen Samaritano).

En la “Casa de Ana”, junto con otras organizaciones de voluntarios, trabajamos principalmente en esta “tierra de nadie”, llamada “los sin hogar crónicos y de temporada”, no sólo para ayudar a la “gente de la calle”, sino para ayudar al Estado, la Iglesia y la sociedad a comprender mejor y sin prejuicios la verdad de esta realidad de “sin hogar”. Para ello, trabajamos en tres niveles:

* Cientos de voluntarios están personalmente comprometidos en este trabajo y tienen experiencia de estar codo a codo con los “sin hogar”, por lo que tienen una idea precisa del problema. En nuestros centros, los voluntarios siempre comienzan con un momento de oración/meditación y terminan la jornada con un momento de formación sobre su trabajo de voluntarios.
* Organizamos encuentros con instituciones políticas y administrativas para hacerlos tomar conciencia de la amplitud vasta y real del problema.
* Por medio de los medios de comunicación, hacemos programas de televisión, damos entrevistas y escribimos artículos sobre el problema. Últimamente con un pequeño periódico: “New Life” [Vida Nueva] hemos dado a las personas “sin hogar” la oportunidad de hablar de sí y de sus vidas.

Aún queda un largo camino a recorrer, pero creo que el rumbo está bien trazado y que, con el tiempo, todo ello producirá buenos frutos.

Quisiera concluir echando un vistazo a la “espiritualidad de la Casa de Ana”. Esta casa está fundada en la experiencia del apóstol Santo Tomás, cuando Jesucristo Resucitado le muestra sus llagas (Juan 20, 24-29): “Mete tu dedo en mis llagas; mete tu mano en mi costado”. Jesús, Hijo de Dios, ha resucitado y vencido a la muerte. Está glorioso y vivo entre nosotros. Podemos hacer experiencia de su presencia gloriosa, viva, en los sacramentos, la Palabra, en la comunidad eclesial y en la belleza de la naturaleza. ¿Dónde podemos ver sus llagas abiertas, vivientes, que continúa aún llevando en su cuerpo glorificado?. ¿Dónde están?. Están vivas y presentes entre nosotros, en cada persona que sufre, que está sólo, los marginados, rechazados… cada uno de ellos es una llaga viva en el Cristo glorioso. Así, todos los que trabajamos en la “Casa de Ana” no hacemos buenas obras a los pobres, a los abandonados, los “sin hogar”; al revés, tenemos el honor de tratar y vendar esas heridas que Cristo Resucitado lleva aún en su cuerpo glorioso. Esta es la espiritualidad de la Casa de Ana.

 


 

[i] III Encuentro Internacional de Atención Pastoral de la Calle: Ciudad del Vaticano, 26-27 de noviembre de 2007.

-En el Departamento de los Estados Unidos para la Vivienda y el Desarrollo Urbano se emplea esta definición:
a.- “Sin hogar”: condición y categoría social de las personas sin una casa o vivienda regular, por no poder permitírselo o por no poder ser, por otras causas, capaces de mantener una vivienda regular, segura y adecuada para la noche o por la falta de una “residencia fija, regular”1] Departamento de los Estados Unidos para la Vivienda y el Desarrollo Urbano

b- El término “sin hogar” puede incluir también a personas cuya residencia nocturna primara es en un albergue de “sin techo”, institución que proporciona una residencia temporal para sujetos a quienes se intenta institucionalizar, o en lugares públicos o privados no designados para acomodo nocturno de seres humanos” (Oficina de Estudios Aplicados, Departamento de los Estados Unidos para la Salud y los Servicios Humanos, “Terminology”, Código de los Estados Unidos, Título 42, Capítulo 119, Subcapítulo § 11302. Código de los Estados Unidos: “General definition of a homeless individual”).

[ii] No es solo la pobreza material, sino también la pobreza psicológica o mental. Por ejemplo, sucede a menudo, lo cual horroriza a muchos, que, entre los “sin techo” que atendemos en nuestro centro, hay algunos que estando en la fila para la comida de la tarde, ¡charlan tranquilamente o sin problemas con su móvil o escuchan música con su MP3!

iii] He aquí una carta que envié a mis amigos. Refleja bien el sentido de ser misionero en Corea:

MISIONERO EN UNA JUNGLA REAL

En Asia en los ’70 había sólo 8 ciudades con una población de más de cinco millones. En los ’90, había 31. Para 2020, las áreas metropolitanas de Asia tendrán un total de más de 2.400 millones de habitantes, lo que representará la mitad de la población de todo el continente. Hoy día, en Asia hay 13 ciudades con una población de más de 10 millones…

Vivo en una de ellas: Seúl, capital de Corea del Sur. ¿Qué significa para un misionero vivir en tal ambiente?. ¿Qué está llamado a vivir un misionero en una de las ciudades más ricas, modernas y desarrolladas del mundo?. La Copa del Mundo de 2002 mostró estos aspectos de Seúl. A finales de 2002, también se tuvieron en Corea los Juegos Asiáticos. Antes de eso, la Exposición Mundial vino a Daejeon (1993) y antes de ello, en 1998, se tuvieron los Juegos Olímpicos de Seúl.

La misión de Corea, como en todas las partes ricas del mundo, es una muy silenciosa. Como la Eucaristía, la misión consiste aquí en la presencia silenciosa, solitaria, un esfuerzo sincero por compartir y testimoniar que permita a otros recibir. Esta visión misionera no sólo se aplica a mí, viviendo en el Extremo Oriente, sino a todos los misioneros llamados a desempeñar su labor en países económicamente avanzados. En estos países es donde encontramos bolsas de pobreza; es donde viven los “nuevos pobres”. Si tuviéramos que definir de forma simple la nueva realidad emergente, deberíamos llamarlo el “Cuarto Mundo”. Soy consciente de que décadas de literatura, diapositivas y videos sobre las actividades misioneras nos han llevado a asociar la palabra “misión” con África, pobreza y lo heroico y extraordinario. La palabra “misión” evoca selvas verdes y prohibidas, ríos turbulentos a cruzar y sendas polvorientas y peligrosas a recorrer. Esta es probablemente la imagen del Tercer Mundo, la misión en África, por ejemplo.

Lentamente, junto a esa realidad surge una nueva en la que no hablamos ya de bosques, sino de una jungla de cemento. No hablamos de ríos turbulentos a vadear sino de ríos de personas que llenan e inundan las ya caóticas metrópolis modernas. No hablamos de sendas polvorientas, sino de autopistas, internet y satélites. Esta es la misión del Cuarto Mundo: un mundo moderno, neocapitalista, rico, secularizado, donde la comunicación se ha hecho fácil y donde hay un rápido desarrollo de la economía.

Pero, viviendo en los márgenes de este mundo, hay miríadas de aquellos que han sido marginados: discapacitados, alcohólicos, minusválidos, trabajadores de otros países, drogadictos, sin techo, gente con SIDA, ancianos, pobres y sin trabajo; en una palabra, los podemos llamar los “nuevos pobres”, que, en vez de estar vestidos de harapos, están despojados de dignidad humana. Nadie cuida de esta gente; su sola presencia es ignorada. Sin embargo, es una realidad que está cerca de todos, pues es común a nuestras propias ciudades.

Estos nuevos pobres se encuentran en Osaka (en el rico Japón), los guetos de Chicago, las barriadas de Nairobi, las favelas de Sao Paolo, en Seúl, Roma… El Cuarto Mundo no es una realidad geográfica, lejana y difícil, como la misión del Tercer Mundo, sino una realidad cultural a la puerta de cada uno, pues está presente en toda capital moderna. Es una situación fácil de tratar, pues en lugar de precisar de riquezas inmensas, hombres y mujeres pueden, con relativamente pocos recursos, implicarse, por medio de la escucha y el diálogo, para tratar de solucionar los problemas de estos “nuevos pobres” con una presencia creativa y compasiva.

Podemos, por tanto, decir que la misión del Cuarto Mundo abarca los nuevos pobres, y la realidad de la marginalización es una misión cerca de casa que encontramos en toda sociedad moderna. Es fácil porque no requiere vastos recursos. Puede ser asumida con medios básicos; es simple porque comprende lo que concierne a cada uno sin excepción. ¿Entienden ustedes ahora como los horizontes de la misión se han ensanchado enormemente para mí, para ustedes?. Aquí es donde el sufrimiento humano está necesitado de consuelo y, como Jesús en la cruz, clama por sentir la presencia de Dios. Aquí es donde los hermanos caminan juntos, comparten el trozo de amor recibido en la Eucaristía. Los misioneros de hoy, los misioneros del Cuarto Mundo, no son mucha gente que hacen o distribuyen bienes; son hombres o mujeres que viven junto a la gente, comparten sus alegrías, esperanzas y preocupaciones.

Son un sencillo signo de la presencia de Dios entre la gente. Son el pan partido para los pobres. Esta ha sido mi experiencia misionera en Corea.

[iv] 1. Sopa caliente: comidas para los sin techo (de lunes a sábado: 16:30-19:00): una media de 400-450 personas acuden cada día. Son gente sin techo, alcohólicos, desempleados, ancianos pobres, enfermos físicos y mentales. El 70% de ellos viven en las calles. Esta actividad se dirige con la ayuda de 600 voluntarios divididos en 30 equipos que vienen una vez al mes.

2. Actividades de dispensario: clínica general, psiquiatría, clínica dental (martes 17:00-19:00). Tras una consulta con el doctor, damos medicinas gratuitamente o, si el caso lo requiere, ofrecemos una intervención especializada. Enviamos al paciente a un gran hospital. Tenemos una red de 8 hospitales generales que intervienen gratuitamente. Hay más de 25 voluntarios, incluidos doctores, enfermeras y auxiliares, trabajando en este campo.

3. Asesoramiento a desempleados (jueves 17:00-19:00): Cada semana tenemos una oficina de asesoría para ayudar a los desempleados a encontrar trabajo.

4. Consejería psicológica (viernes 17:00-19:00): hay un equipo de 2 trabajadores sociales que cada viernes vienen a aconsejar a personas con problemas psicológicos y tratan de ayudarlos a solucionar esos problemas.

5. Peluquería y servicio de ducha (miércoles y jueves): tenemos 2 equipos (cada uno de dos personas) que ofrecen servicios de peluquería dos veces a la semana.

6. Distribución de ropas (miércoles): el 70% de la gente que viene a nuestro centro vive en la calle, por lo que no tienen la oportunidad de lavar sus ropas. Tras tres o cuatro semanas vistiendo la misma ropa, necesitan cambiar de atuendo. Les proporcionamos ropa que han reunido voluntarios que van periódicamente a parroquias de la ciudad para recoger ropas usadas.

7. Servicio jurídico: una vez al mes, un jurista viene a la Casa de Ana para tratar de solucionar los problemas legales a los que hacen frente la gente. Además, el jurista está siempre disponible para consultas por teléfono.

8. Fiestas de cumpleaños para personas “sin hogar”: los primeros miércoles de mes, tenemos una fiesta de cumpleaños para todos los que van a celebrar su cumpleaños ese mes. Tenemos pastel, refrescos, canciones y pequeños regalos. Por medio de esta pequeña fiesta, queremos expresar nuestro afecto a la gente y nuestro reconocimiento de que son seres humanos normales. Habitualmente, en la vida diaria, experimentan crisis, soledad y alienación.

9. Pequeña biblioteca: muchos de los huéspedes de la Casa de Ana llegan en la tarde temprano; no tienen nada que hacer hasta la cena. Así pues, hemos preparado una pequeña biblioteca que pueden consultar libremente aquellos que quieren pasar el tiempo de otra forma. Esta biblioteca es para todos.

10. Asesoramiento espiritual: siempre hay un sacerdote disponible para las personas “sin hogar”, así como para los voluntarios, ya que algunos de ellos quieren ir a hablar con un sacerdote o a la Confesión.

11. Cursos de formación: hemos organizado clases semanales sobre temas culturales. Las personas que van a ellas han hecho un pequeño periódico escrito por ellos. Hay también cursos sobre alcoholismo, leyes y problemas de salud mental.

12. Búsqueda: vamos a las calles donde viven los sin hogar, especialmente de noche, para encontrarlos, escucharlos y ayudarlos.

[v] El 3 de marzo de 2010, en la Casa de Ana se entrevistó a 543 “sin techo”. Lo hicimos para entender mejor la situación de nuestros clientes. Los datos que surgieron de los cuestionarios son muy similares a las estadísticas nacionales y más o menos similares al estudio hecho en nuestro centro en 2008.

[vi] A menudo hemos notado que las estadísticas y datos proporcionados por el gobierno no se corresponden con la realidad. Sólo un ejemplo: los datos ofrecidos por el Consejo Municipal de Seon Nam, donde trabajo, establecen que hay ¡72 “sin hogar”!. Sin embargo, sólo en nuestro Centro, ¡cada día tenemos, al menos, 150 que vienen de Seong-Nam!

DOCUMENTACIÓN OMI es una publicación no oficial
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