Introducción
Una y otra vez hay valores que se ponen de relieve en el discurso público - más recientemente quizá empatía, resistencia, o viabilidad. Se podría tener la impresión de que los que recurren a estas palabras han interiorizado ya estos valores y han llegado a ser más ‘empáticos’ o resistentes, o sus proyectos han llegado a ser viables. Sin embargo, la experiencia de la naturaleza humana nos dice que hablar a menudo de un ideal no es siempre señal de que nos guiamos por él. Eso nos deja a menudo con cierto recelo. Realmente estas nuevas palabras pueden significar dos cosas: a) que creemos que este valor hay que conocerlo y apreciarlo mejor, y b) que estamos dispuestos a dar los primeros pasos hacia el compromiso.
Pienso que esto se aplica también a un valor al que nosotros oblatos nos referimos últimamente cuando hablamos de “internacionalidad”. Es ahora tema frecuente de conversación en toda la Congregación. Aunque la sospecha se mantiene que podemos no vivirlo plenamente, debemos reconocer que muchos lo ven como algo válido y se preguntan cómo podrían comprometerse en este aspecto de nuestra vida oblata.
“Internacionalidad”, en el contexto de nuestra misión, es para mí más que un ‘asunto de trabajo’ que podemos utilizar, hasta que encontremos una expresión más adecuada para la realidad que está detrás. El documento del Capítulo hace también una paráfrasis llamándola “cruce de fronteras. Hay muchos modos de expresar la internacionalidad, el cruce de fronteras: un trabajo misionero en un país diferente del nuestro, pero también nuestro impulso para llegar a aquellos considerados extranjeros o marginados en nuestro propio país, o también comunidades oblatas multiculturales. Además, lo que se significa no es tanto una situación estática –como un inmueble que hace gala de muchas banderas nacionales– sino más bien un dinamismo, una audacia misionera capaz de cruzar siempre nuevas fronteras, y no sólo las nacionales. El resultado práctico de este dinamismo puede muy bien ser que ejerzamos nuestro ministerio cada vez más en escenarios internacionales y vivamos en comunidades internacionales –ambas cosas son ya un gran desafío–, pero el valor detrás de esta idea es aún más grande.
Tomando una imagen de uno de los miembros del consejo general, se podría decir que la Congregación, vista en su internacionalidad, es como uno de los grandes ríos del mundo. Podría ser el Ganges, Misisipí, Amazonas, Nilo o incluso el Yangtze en este caso. Fluye a través de muchos países, contempla diferentes paisajes, culturas, lenguas, historias de pueblos, da vida y fertilidad allí por donde pasa, recoge el agua de tantos afluentes en diferentes países, pero nunca pierde su identidad. Por el contrario, llega a ser un elemento esencial de crecimiento que contribuye a la civilización, a la cultura y a la economía de los pueblos a lo largo de su recorrido. No se detiene ni está inactivo. Atraviesa fronteras y no le asustan las barreras. La Congregación y su misión son algo que fluye de modo semejante y nosotros somos parte de ella.
Los invito, a continuación, en primer lugar, a echar una mirada a nuestra última reflexión sobre la “internacionalidad” a través de los dos últimos Capítulos generales y, en segundo lugar, a reconocer algunos de los hechos del ministerio y de la vida de los oblatos hoy. En tercer lugar, ofrezco algunas reflexiones sobre nuestro “atreverse a cruzar las fronteras” como misioneros oblatos, concluyendo en la cuarta y última parte con algunas sugerencias prácticas.
I. Los dos últimos Capítulos generales
Nuestra Congregación ha vivido la internacionalidad desde el tiempo del Fundador, pero el término aparece con fuerza solamente en los últimos años. El Capítulo general de 1998 afirma que la “internacionalidad es uno de los puntos emergentes de este Capítulo”, y añade: “En un mundo que se hace cada vez más internacional, aun cuando los particularismos siguen persistiendo, el hecho de ser una congregación internacional es una bendición” (EPM, 33). Los capitulares aceptan que “vivimos ya la internacionalidad de diversos modos: compartiendo en lo financiero, favoreciendo los encuentros de oblatos en formación, estando disponibles para la misión en todas partes del mundo”, pero llaman a una “conocimiento más profundo” que podría llevarnos:
“A mirar frente a frente al conjunto de las consecuencias de nuestro crecimiento demográfico en el hemisferio sur.
A ir más allá y vivir en todos los ámbitos una verdadera conversión; a no limitarse a mi región, mi provincia, mi país. Somos oblatos para la Congregación, para la Iglesia, para el mundo.
A la flexibilidad, generosidad y apertura cultural requeridas para recibir y dar nuestro personal en función de las necesidades prioritarias de la misión.
A saber amar, en el terreno de la formación, nuestra propia cultura, sin hacerla exclusiva, a abrirse a las otras culturas, lenguas… Para un tal aprendizaje, estadías en el extranjero, sobre todo allí donde se puede aprender en contacto con los pobres, incluso el establecimiento de casas de formación internacionales, parecen ser instrumentos necesarios” (
EPM 33-34).
¡Todo esto se dijo hace nueve años! ¿Ha habido algún desarrollo desde entonces? En mi informe para el Capítulo de 2004, enumeré algunos pasos que se habían dado en tiempos recientes. Había cuatro proyectos en el campo de la formación, “formación misionera, regencias para todos los oblatos en formación primera, consolidación de las casas de formación y visita de los pares”. También lanzamos el “grupo de misión”, llamado oficialmente “Misioneros sin fronteras”, vimos el nacimiento de iniciativas como “Misioneros para Francia” y el proyecto de Birmingham, e hicimos esfuerzos para la reestructuración y el reforzamiento de las Regiones.
La conciencia de la internacionalidad ha crecido a lo largo de los años y tal vez se han dado algunos primeros pasos para esa “conversión verdadera” a la que fuimos llamados en 1998. Dando un paso más, el último Capítulo general dice a la Congregación:
“Las recomendaciones que siguen a esta carta abordan muchas de nuestras inquietudes importantes. Sin embargo, si se vieran como coloreadas por un tinte común sería el tinte de la internacionalidad. A lo largo de este Capítulo general, percibimos un deseo creciente para más internacionalidad entre nosotros” (cf.
TE, p. 9-10).
En 2004 la internacionalidad ocupó el primer plano. ¿Por qué se había visto tan importante en ese momento de la historia? Los capitulares dieron varias razones.
La más inmediata era una necesidad práctica para la solidaridad: “Cada parte de la Congregación es rica de algún modo. Nuestro potencial para servir a los pobres más eficazmente y seguir desarrollándonos en todas las partes del mundo dependerá de nuestra mayor solidaridad como cuerpo internacional, incluso la consolidación allí donde es necesario y posible. Cada parte de la Congregación debe ofrecer sus dones particulares para el bien del conjunto” (
ib.).
Una reflexión ulterior nos lleva a ver una motivación más profunda fundada en la fe: “A través de una mayor solidaridad descubriremos nuevos rostros de Cristo para nosotros mismos y para el anuncio del Resucitado” (ib.). La reflexión del Capítulo enriquecía el concepto de internacionalidad, que en sí mismo parecía muy secular, y lo relacionaba con nuestra vocación misionera. Se propusieron nuevas comunidades piloto internacionales. El documento apostó entonces por la expresión “cruce de fronteras” y dijo, por ejemplo con respecto a la formación que “reconocemos y optamos por el cruce de fronteras culturales y nacionales como uno de los componentes esenciales de nuestra formación misionera” (cf. TE p. 28). La carta de Capítulo culminó en la siguiente visión de fe del “cruce de fronteras” o del “ir más allá”. Cito todo el párrafo:
“Este capítulo general reconoce también que el mundo al que estamos llamados a amar y en el que ejercemos el ministerio está cambiando radicalmente. Como Jesús caminando a lo largo de las fronteras de Samaria, también nosotros ante las diferentes concepciones de la cultura, de la pertenencia étnica, de la religión, del género, estamos invitados a una nueva conversión. El mundo no va ya del mismo modo. Antiguas fronteras caen y surgen otras nuevas. Nuestra tarea es ser misioneros en esta nueva realidad pluralista, inestable y compleja donde, como Jesús, estamos invitados a ‘cruzar fronteras’ e imitar ese su ‘vaciarse’ de modo que podamos entrar más plenamente en la vida del otro, particularmente en la vida de los pobres. El Dios que proclamamos debe ser el Dios humilde, el Dios de la kenosis, encarnado en Jesús” (cf.
TE p. 11).
Sin duda alguna los dos últimos Capítulos generales han llamado cada vez más nuestra atención sobre la solidaridad internacional, la interculturalidad, el cruce de fronteras. ¿Podemos reconocer aquí una llamada en sintonía con el carisma de san Eugenio, llamada que viene del Espíritu? ¿Cual debería ser nuestra respuesta?
II. Mirada a algunos hechos
A. Fronteras en el mundo de hoy
“El mundo ya no va como antes. Antiguas fronteras caen y surgen otras nuevas”, éste era el análisis de los capitulares oblatos en 2004. En algunos aspectos, vivimos en un mundo que se siente como una nación global. Las facilidades de comunicación y de viaje, así como el traslado de bienes y dinero han creado nuevas realidades y nueva conciencia. Los últimos 50 años han visto casi el doble de inmigrantes que se trasladan de una parte a otra en nuestro mundo y pueblos de diferentes culturas, antes desconocidos entre sí, entran ahora en contacto. Una nueva inquietud global por la paz, la justicia y el uso de los recursos limitados del mundo ha visto la luz.
Por otra parte, surgen nuevas barreras: la pobreza sigue aumentando, debido en gran medida a las condiciones injustas del comercio, y la xenofobia y el fundamentalismo se sienten con nuevo vigor. La situación de fronteras de toda clase se ha hecho compleja, pero éste es el mundo al que a los oblatos se nos envía y donde se nos llama a ser testigos del amor de Cristo, su Redentor.
B. Hechos de nuestra Congregación
1. Una Congregación presente en muchos países, ¿es esto suficiente para ser una Congregación misionera internacional?
Estamos presentes en 67 países y en nuestras reuniones podemos exhibir muchas banderas nacionales. De algún modo nuestra Congregación corresponde a la aldea global de nuestro mundo. Sin embargo, la pregunta sigue en pie, ¿hasta qué punto somos, a decir verdad, internacionales en nuestra vida y trabajo de cada día, y seguimos aún cruzando fronteras? Es típicamente misionero cruzar fronteras, entendiendo por eso no sólo las fronteras de los países, sino también la de las culturas, de los grupos de edad, de las creencias. ¿Cuál es el promedio de oblatos que han cruzado fronteras y cuántas veces en los últimos años?
Las estadísticas de oblatos que van a otros países pueden dar alguna luz no sólo sobre la internacionalidad, sino también sobre todo el cuadro de nuestra audacia misionera. Gracias a nuestro secretariado general y a su director, P. Tom Coughlin, tenemos datos sobre expatriados y misioneros, edad, y Provincias que envían y que reciben. Esto da alguna indicación sobre hasta qué punto somos una Congregación internacional en este momento y cuáles pueden ser las tendencias para el futuro.
Estas preguntas no son sólo importantes en teoría. Algunas de nuestras Provincias oblatas necesitan urgentemente personal, ¿hay Provincias en otros países que podrían echarles una mano? En la casa general recibimos continuamente peticiones de misioneros para las diferentes partes del mundo, ¿quién tiene personal disponible y podría participar en nuevas misiones? Suponiendo que tengamos estas personas, ¿cómo debemos prepararlas para su tarea? Seamos críticamente conscientes de estas preguntas. El Capítulo de 1998 ha afirmado: “Sin embargo, no hemos tomado aún la medida exacta de esta realidad, es decir, de la internacionalidad. Estamos lejos de haber agotado todas las riquezas que nos ofrece” (cf. EPM 34).
2. Arriesgarse al cruce de fronteras
¡El empuje para la misión
ad extra es fuerte en la Congregación! A continuación, presento una lista de Provincias y Delegaciones que tienen entre el 14 y el 40 % de oblatos originalmente de ellas, y que trabajan en otro país. Cinco Provincias europeas siguen llevando la palma, aunque actualmente en algunas de ellas no abundan las vocaciones. Es alentador que fuera del mundo occidental, entidades como el Congo, Colombo y Perú tienen ahora más de la quinta parte de sus misioneros en el extranjero.
El porcentaje de misioneros ad extra
entre los Oblatos después de la primera formación
Se espera que el compromiso de la Congregación para la misión en el extranjero continúe. Como he señalado en mi última carta sobre la misión, muchos de los que piden la primera obediencia están dispuestos a ser enviados a otros países, más precisamente 65 jóvenes oblatos de los 200 que han sido enviados al extranjero desde el Capítulo de 2004, es decir, casi el 33 %.
Mucho también se ha hecho para preparar el bagaje con miras al cruce de fronteras. Varias casas de formación son internacionales; en el momento del Capítulo, éstas casas reunían el 40 % de nuestros estudiantes en la etapa del posnoviciado. La Región de África ha hecho un gran esfuerzo en los últimos años, añadiendo al empeño de Cedara en el sur, un filosofado y un teologado comunes para toda África francófona del norte, es decir, en Yaoundé y Kinshasa. Además de eso, en toda la Congregación se han introducido las experiencias pastorales o regencias como una etapa normal de la formación, lo que da la oportunidad de salir de la propia cultura por un año y de aprender a menudo otra lengua.
Por consiguiente podemos sentirnos orgullosos de algunos escenarios internacionales en nuestras comunidades, Delegaciones y Provincias. En este contexto podemos hacer mención de la Provincia de Camerún, que comprende Nigeria y Chad, de la Provincia de Argentina-Chile, del proyecto “misioneros para Francia”, de las misiones entre las Primeras Naciones en Canadá, de las Delegaciones de Pakistán, Japón-Corea y Tailandia, y muchos más. Además de esto, asistimos a los diferentes procesos de reestructuración que han emprendido algunas de nuestras entidades más internacionales, siendo el último el de la integración de Alemania, Austria y la República Checa en la Provincia de Europa Central, establecida en el mes de mayo de este año.
3. Limitaciones en nuestro cruce de fronteras
Si miramos atentamente a los detalles del número de oblatos que trabajan en países diferentes de los suyos, dos cosas llaman la atención:
Una es la edad de los misioneros fuera de la patria; la mayoría tienen más de 60 años. ¿Seremos menos internacionales cuando regresen a su Provincia de origen?
Otra es que no todas Provincias están igualmente motivadas para enviar su personal al extranjero. A veces hay buenas razones para ello: las necesidades en el propio país pueden ser muy urgentes para dar personal misionero, o bien la Provincia es aún demasiado joven. Sin embargo, ir a otro país es un signo poderoso de nuestra naturaleza misionera; tarde o temprano deberíamos dar este signo a la Iglesia y a nosotros mismos.
Una Provincia excepcional a este respecto es Polonia, que proporciona al mundo oblato casi la mitad de los misioneros más jóvenes
ad extra (menos de 60 años). El grupo de los que tienen menos de 45 años llega casi a 100 (¡exactamente 97!).
Otras Provincias con números reales de misioneros más jóvenes en el extranjero son el Congo, Italia, Haití, Colombo, Jaffna y España.
El cuadro de las Provincias más fuertes hoy, estadísticamente hablando, con un número elevado de personal, se presenta así, salvo errores.
Los datos de la derecha muestran el promedio de oblatos expatriados en el personal misionero; en el conjunto de la Congregación se trata del 21 %. Cada entidad podría verificar si tiene una mezcla más o menos internacional. |
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Para considerar este aspecto de la internacionalidad en detalle, he dividido las entidades en cuatro grupos, de acuerdo con los porcentajes. Las nuevas entidades comienzan evidentemente con hasta el 100 % de expatriados (grupo 1, abajo), luego en el transcurso de la historia el componente autóctono puede llegar a ser más fuerte (grupo 2). La transición a un liderazgo autóctono es generalmente un período crítico. Al final del proceso, los autóctonos llegan aproximadamente al 80 % y se ha conseguido un alto grado de enculturación (grupo 3). Por último, muy pocos extranjeros permanecen. Me pregunto entonces si la entidad no se está haciendo demasiado nacional y si no se beneficiaría con un componente internacional (grupo 4).
4. Preguntas
Basándose en todo eso, pueden hacerse varias preguntas. Repito que la misión en el extranjero no es la única manera del cruce misionero de las fronteras, pero puede muy bien ser indicativo de la disponibilidad para el apostolado de frontera. Hay preguntas que se hacen con respecto a la parte que envía y otras con respecto a la parte que recibe; deberíamos considerar no solo el personal sino también otros recursos, como la tierra, los inmuebles y las finanzas.
Desde el punto de vista de la parte que envía, nuestra mirada a los hechos nos lleva a preguntar:
¿Tendrá la Congregación suficientes misioneros dispuestos a ser enviados para reemplazar a los misioneros expatriados entrados en años?
Si esto no es así, nuestra Congregación llegará a ser menos internacional en un futuro próximo y perderá una oportunidad de renovar su dinamismo misionero. Doy por supuesto que nuevos misioneros extranjeros serán enviados a otros lugares que a los de sus hermanos entrados en años. En relación con esto, ¿no deberíamos considerar lo siguiente, es decir,
¿estamos haciendo lo suficiente para motivar y preparar a nuestros jóvenes para orientarse hacia un país, una cultura y una Iglesia diferentes de los suyos?
¿Cómo se realiza la misión desde un país más pobre a uno más rico, cuando en el pasado era al revés?
Debemos reconocer que algunos de los modelos clásicos de la misión extranjera están cambiando; esto no concierne tanto a la motivación principal, que es anunciar a Cristo, el Salvador y su reino, sino más bien a algunas de las motivaciones secundarias. El típico misionero ya no es hoy el que se inclina ante personas menos cultas y materialmente más pobres que él; debe a menudo apreciar la rica cultura y la alta educación de aquellos a quienes es enviado, como Pablo en el areópago. No es tampoco el protagonista, sino que tiene más bien que encontrar su lugar como colaborador dentro de una Iglesia ya existente. ¿Motivamos a nuestros estudiantes para que sean misioneros de este modo y les damos los instrumentos para salir adelante?
Aquí la tierra, los inmuebles, las finanzas y las técnicas administrativas entran también en juego: ¿cómo podemos dar a cada entidad los recursos no sólo para enviar personal sino también para prepararlo convenientemente? Compartir estos recursos es una condición para nuestra misión tan importante como compartir personal. Un tipo de Provincia podría poder dar más personal, y otro tipo puede sostener la misión por la competencia y los medios materiales. Cruzar las fronteras debe incluir todo eso, si queremos ir adelante. En este sentido era bueno ver que este año la Región europea ha decidido aceptar conjuntamente la responsabilidad para financiar la formación primera.
Una serie diferente de preguntas surge de la parte que recibe.
¿
Estamos dispuestos a recibir misioneros extranjeros?
¿Tenemos un dinamismo misionero y proyectos misioneros que ofrecer?
¿Cómo podríamos establecer un sistema para prepararlos?
¿Cómo podemos crear situaciones en que ellos contribuyen con todas las riquezas que traen consigo?
Estas preguntas conciernen a Provincias que necesitan personal, especialmente en el mundo secularizado –de América del Norte a Europa occidental, Uruguay, Japón- algunas de los cuales en el pasado solían enviar su personal al extranjero. Conciernen también a Provincias que han superado la etapa de fundación y están ahora bien enculturadas y son autónomas. Podrían aprovechar también éstas para ser más internacionales de nuevo. Ni una Provincia en el mundo oblato debería privarse de cierta proporción de presencia oblata internacional en la vida comunitaria y la misión.
III. Reflexiones oblatas misioneras
sobre la internacionalidad y el cruce de fronteras
La intuición del Capítulo sobre la internacionalidad y el cruce de fronteras puede fácilmente relacionarse con las raíces bíblicas porque los documentos del Capítulo nos dan algunas pistas. De modo semejante, hay raíces en la tradición de nuestro Fundador. Como parte de la reflexión, quería también hacer mención de algunas de las dificultades y temores que surgen cuando nos acercamos a las fronteras que hay que cruzar, y sugerir modos de superar esos obstáculos.
1. Cruce de fronteras en la Biblia
En su carta de 2004, los capitulares invitaron a la Congregación y a nuestros laicos asociados a inspirarse para la misión de hoy en Abrahán y Sara.
“Uno de los desafíos principales que este Capítulo presenta a cada oblato es el que Dios presentó a Abrahán y a Sara cuando los llamó a dejar su país para ir hacia lo desconocido, a lo no familiar. Como ellos también nosotros somos llamados a dejar a un lado las estrategias, lenguas, políticas, programas personales y, como peregrinos, dejar atrás los bagajes inútiles que pueden retrasarnos. Tenemos que abrirnos al plan imprevisible de Dios. Lo que nos invita, como misioneros, a partir para un nuevo país, que se nos mostrará a medida que avancemos en la confianza, basada en nuestra comunión con Dios, y arraigada en la esperanza” (cf.
TE p. 10-11).
Notemos que
partir hacia lo desconocido, partir para un nuevo país es lo que se nos sugiere a nosotros como misioneros, siguiendo
el plan imprevisible de Dios. En
Gn 12, 1 leemos: “El Señor dijo a Abrahán: “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” - no a la que hemos dicho a Dios que nos envíe, a la que hemos aconsejado a Dios escoger para nosotros, sino a la tierra “que te mostraré”.
Otro párrafo del Capítulo, ya antes citado, hace referencia a Jesús mismo cruzando fronteras.
“Como Jesús que va a lo largo de las fronteras de Samaria… también nosotros somos invitados a “atravesar fronteras”… a proclamar…al Dios humilde, al Dios de la kenosis encarnado en Jesús” (cf.
TE p. 11).
Aquí se nos invita no solamente a “atravesar”, como Jesús, por las Samarias de nuestro tiempo, para
entrar más plenamente en la vida de los pobres, sino también a seguirlo en su
vaciarse de sí mismo. Este término bíblico relaciona el cruce de las fronteras con los misterios más profundos de nuestra fe, con el misterio pascual, con el Dios de la kenosis de la Santísima Trinidad.
Construyendo sobre estos fundamentos bíblicos, evitaremos la posibilidad de que nuestra reflexión sobre la internacionalidad y nuestra llamada a cruzar las fronteras sean demasiado pragmáticas y superficiales. Hay, evidentemente, necesidades misioneras urgentes justo del otro lado de muchas barreras y necesidades concretas de intercambio de personal, pero la motivación más profunda para nuestra disponibilidad misionera está en los planes imprevisibles de Dios que nos convierte en peregrinos constantemente, y en el amor que este Dios, que se vació de sí mismo, tiene a todos, especialmente a los pobres.
2. Modelos bíblicos de misión
El P. Marcel Dumais, miembro del consejo general, ha hecho un estudio últimamente sobre los modelos bíblicos de misión y su pertinencia para los oblatos. Su estudio ha sido publicado en
Documentación OMI. Marcel distingue 1. El modelo kerigmático como lo encontramos en los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro y Pablo anuncian el evangelio a sus compañeros judíos; 2. El modelo de Atenas donde Pablo se sirve de la filosofía popular en su acercamiento a los griegos; 3. El modelo evangélico empleado por Jesús para llevar progresivamente a sus discípulos hacia la plenitud de la fe; y 4. El modelo de Emaús con sus elementos de solidaridad empática y de desafío a los discípulos a ir más allá de sus límites. ¡Es importante reconocer que la Biblia presenta más de un modelo de evangelización! Varios enfoques son posibles y pueden consultarse cada vez que vamos más allá de una nueva frontera. La palabra misma de Dios nos anima a adaptar constantemente nuestros métodos misioneros.
3. Fronteras cruzadas por Eugenio
Podemos leer de nuevo la llamada y el carisma de san Eugenio con las lentes de cruce-fronteras, y luego aplicarnos el desafío a nosotros hoy. Sería interesante hacer un recuento de todas las fronteras políticas que nuestro Fundador tuvo que cruzar durante su vida y su experiencia personal de internacionalidad. Durante su infancia en Francia y su juventud en el destierro aprendió a expresarse en tres lenguas, francés, provenzal e italiano. Más tarde, como superior general y obispo mostró gran interés por países lejanos, por ejemplo, el terremoto en la isla de Guadalupe. Estaba muy motivado para enviar a sus misioneros al extranjero. Notemos que nuestra Congregación ha crecido a causa de las misiones extranjeras, pasando de 55 miembros en 1840 a unos 400 a la muerte del Fundador. ¡Tal vez sobrevivió a los tiempos solamente gracias a las misiones extranjeras!
Es más importante, sin embargo, considerar el camino espiritual de Eugenio, con atención especial a cómo estaba dispuesto a partir hacia lo desconocido como Abrahán y Sara y andar por las fronteras como Jesús. Este año recordamos el encuentro de Eugenio con Cristo crucificado el Viernes Santo probablemente de 1807 cuando el misterio pascual que celebraba lo llevó personalmente a pasar de la muerte a la vida. Un segundo cruce fue hacia los pobres de Aix y de los alrededores –presos, empleados domésticos, jóvenes, poblaciones rurales– y admiramos el esfuerzo que hizo para servirse de su lengua. Cruzó una tercera frontera cuando nuestro Fundador estableció la vida de comunidad, dejando la intimidad de la casa materna para ir hacia lo desconocido de la vida comunitaria con sus penas y alegrías.
Éstas son fronteras que nosotros también, como oblatos, debemos cruzar siempre – entrar en el misterio pascual, estar cerca de los pobres con sus siempre nuevos rostros y aceptar siempre las realidades desconocidas y poco familiares de la vida de comunidad.
4. Dificultades y temores
Puede observarse que en la Congregación, la internacionalidad y el hecho de ir más allá del ámbito de su Provincia, Delegación o Misión, no es sin dificultad y a menudo da miedo. Las nuevas misiones nacieron de los dolores del parto y la reestructuración no es nunca fácil. A menudo, en los encuentros regionales, la discusión sobre proyectos comunes, por ejemplo casas de formación interprovinciales u otras empresas comunes, se hace con alguna dificultad. Sería bueno indicar las dificultades y los temores que surgen en cada caso, especialmente en las sesiones de trabajo de las Regiones y Subregiones, que están entre los grupos responsables cuando se llega al cruce de fronteras.
Voy a mencionar algunas de las dificultades que surgen generalmente y que deben afrontarse si queremos superar nuestros temores.
a) Enculturación frente a apertura a otras culturas
En primer lugar, existen dos desafíos aparentemente opuestos a nuestra misión: la enculturación y la apertura a otras culturas. Por una parte el evangelio tiene que ser enculturado mientras que la comunidad apostólica debe encontrar una expresión local. Para un misionero oblato, la enculturación tiene que ver con el aprendizaje de la lengua local, la familiarización con y el uso de sistemas locales, el esfuerzo de vivir cada vez más de recursos locales. Aquí el primer temor que surge en el misionero es que podría perder sus raíces culturales, o bien podría temer la pobreza de recursos. Lo que ayuda a veces es el hecho de que la comunidad esté compuesta de misioneros extranjeros de diferentes países porque en este caso la cultura local llega a ser más fácilmente el punto de referencia común.
El proceso da un gran paso hacia adelante cuando los oblatos del lugar toman puestos de liderazgo. Puede suceder entonces que al llegar a este punto la Provincia, inconscientemente, preferiría prescindir de la internacionalidad, porque los oblatos locales no quieren ya más sentirse como extranjeros en sus propias comunidades. Sin embargo, sabemos que como Congregación misionera, tenemos la tarea de mantener la llama misionera en la Iglesia local, desafiándola a abrirse a la plena catolicidad de nuestra fe. Por esta razón, a mi modo de ver, las Provincias deberían mantener siempre cierta mezcla en su personal y tener la política de incluir en ella a miembros de otros países, y al menos algunas comunidades deberían ser interculturales e internacionales.
b) Pequeñas estructuras frente a grandes estructuras
Las estructuras existen sólo para servir a nuestra misión. En muchas situaciones nosotros lo oblatos, hemos extendido nuestro territorio hasta el punto de que nos encontramos demasiado reducidos y dispersos. ¿Cómo podemos encontrar el modo de organizarnos mejor en esta situación? La estructura existente podría ser inadecuada, pero también el primer mejor plan de una futura reestructuración podría no ser el ideal para nuestro trabajo misionero. ¿Cómo podemos evitar perder contacto con la cultura local y con los oblatos a causa de la tiranía de la distancia y de la diversidad cultural? Encontramos aquí un reto a nuestra creatividad, de modo que nos beneficiemos del ensanche de nuestro espacio más allá de las fronteras sin perder la ventaja de la presencia local y la familiaridad de los grupos más pequeños. Las entidades que se han reestructurado se encuentran ahora ante varios tipos de subestructuras, como las “zonas” o los “grupos” para comprobar si son posibles. Quieren experimentar las realidades: que “pequeño es bello” y que “cruzar las fronteras puede ser reconfortante”.
c) Otras dificultades y temores que surgen cuando la internacionalidad está en juego
En la misión, además de la dicotomía innata entre la enculturación y la apertura a otras culturas, y los dilemas de la reestructuración, hay además otros obstáculos que nos dan miedo de ir más allá de las fronteras.
Un punto importante es la inquietud cultural entre países y grupos culturales o étnicos. Debemos respetar tales sentimientos e incluso tenerlo en cuenta en nuestras estructuras como Congregación. Por otra parte, deberíamos ser bastante previsores para tratar, gradualmente, de superar estas barreras. Proyectos comunes en una nueva misión, una comunidad mezclada o actividades relacionadas con JPIC, pueden llevar muy lejos.
Además de esta inquietud histórica entre las culturas, hay ciertas situaciones irregulares, especialmente en ambientes cerrados que algunos preferirían conservar para sí mismos; tienen miedo de que cuando las estructuras hayan cambiado, algunas personas serán desplazadas o que intereses invertidos serán afectados. Será importante, naturalmente, tomar en consideración toda petición legítima, sobre todo de la parte de los que no quisieran desplazarse a un lugar totalmente desconocido. Considerándolo todo, crear una entidad oblata más grande es a menudo una bendición porque ayuda a superar situaciones complejas, encontrando un lugar mejor para un hermano que de otro modo quedaría bloqueado en una situación durante muchos años.
Los asuntos financieros están entre aquellos en que más dificultad tenemos para hablar. Cuando creamos ambientes interculturales o internacionales, diferencias en los recursos financieros y en las competencias administrativas van a aparecer. Como para los demás obstáculos, será importante reconocerlos; la formación de administradores competentes será una gran ayuda para superarlos.
5. Misión, internacionalidad y unidad de la Congregación
La internacionalidad ha sido el punto nuevo que ha surgido en los dos últimos Capítulos. Sabemos ahora que hay una necesidad práctica en la Congregación de hacerse más internacional si queremos comenzar nuevas misiones y mantener otras donde las vocaciones son escasas. Como hemos visto más arriba, los estudios muestran que sobre todo las generaciones más jóvenes de oblatos deberán afrontar la realidad del ministerio en un nivel más internacional que hoy.
Comparado con el término más rico “cruce de fronteras”, internacionalidad es algo relativo; a menudo será más importante cruzar otras fronteras, incluso en el interior de un país o de una Provincia. Sin embargo, para que eso ocurra, la experiencia internacional puede tener una
función pedagógica, mostrándonos uno de los puntos esenciales de la misión que consiste en encarnarse en un mundo diferente del nuestro. Algunas Provincias se comprometieron en el ministerio con inmigrantes en su propio país a causa de la experiencia misionera anterior en el extranjero de algunos de sus misioneros.
Hoy estamos llamados a abrir nuevos campos de misión, a la vez en el mundo secularizado y en situaciones de extrema pobreza. Para que esto sea posible, tendremos que valernos de más
misioneros del sur que serán invitados a ser testigos de Cristo entre los muy pobres, así como en sociedades materialmente más ricas.
Por último, la internacionalidad es un
factor testimonio, ella añade credibilidad a la dimensión evangélica de nuestras comunidades. La comunidad misma se hace misión cuando vivimos en nuestras propias casas lo que dice Ef 2, 19: “Así pues, ya no son extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios”.
Es útil recordar que somos miembros de una Congregación, no solo de una Provincia. Unas cuantas cosas en nuestra Congregación apuntan especialmente hacia ese ir más allá de las fronteras. Nuestra tradición de la primera obediencia dada por el superior general expresa esto; es más que una formalidad. El Centro internacional de Mazenod de Aix ha hecho a muchos oblatos conscientes de la unidad de la Congregación que era más tangible en la época de san Eugenio, pero que puede aún experimentarse hoy. Dentro de cada Provincia, los Hermanos oblatos pueden ayudarnos, en su propio estilo, a cruzar las fronteras y a estar abiertos a nuevos mundos que evangelizar, sea en ambientes secularizados, en escenarios de diálogo interreligioso o entre los muy pobres. Por último, hay la gran familia del carisma de san Eugenio, especialmente nuestros propios movimientos laicos o los “Asociados oblatos en la misión”, como ahora ellos proponen llamarse. Pueden ayudarnos, a nosotros oblatos religiosos, a entrar en nuevos campos de misión más allá de los límites que no podríamos cruzar por nosotros mismos, por ejemplo extendiendo la misión oblata cada vez más hacia los no cristianos.
Para traducir esto en acción, como voy a sugerirlo en la última parte de mi conversación, tengamos en cuenta, ya citado más arriba, lo que el Capítulo de 1998 ha pedido de todos nosotros: “a ir más allá y vivir en todos los ámbitos una verdadera conversión; a no limitarse a ‘mi región, mi provincia, mi país’. Somos oblatos para la Congregación, para la Iglesia, para el mundo” (cf. EPT p. 30).
IV. Acción posible
¿Cómo podemos hacer avanzar el proyecto de “cruzar las fronteras” por el bien de la misión, como han sugerido nuestros últimos Capítulos y “el Espíritu Santo”, como dirían los Hechos de los Apóstoles? Para emprender esta tarea comencemos a partir de los tres supuestos siguientes:
A. Supuestos
1. Las comunidades interculturales e internacionales son un testimonio de que nosotros como misioneros nos debemos al mundo de hoy.
Para concretar puede ser suficiente una cita de
Vita consecrata: “Particularmente los Institutos internacionales, en esta época caracterizada por la dimensión mundial de los problemas y, al mismo tiempo, por el retorno de los ídolos del nacionalismo, tienen el cometido de dar testimonio y de mantener siempre vivo el sentido de la comunión entre los pueblos, las razas y las culturas” (nº 51).
2. Cruzar las fronteras es complejo y necesita un enfoque colectivo
Las energías misioneras están ahí. Si los dirigentes de la Congregación no responden a ellas, tendrían como resultado solamente proyectos individuales, con un futuro incierto. Esta respuesta no es cosa fácil; eso pide el esfuerzo de estudios estratégicos a fondo en cada entidad oblata con vistas a superar las soluciones individualistas. El proceso “Inmensa Esperanza” nos da importantes instrumentos: juntos debemos ver qué misiones existentes queremos mantener, qué nuevas misiones deberíamos comenzar y cómo podemos combinar nuestros proyectos con los medios de que disponemos.
Para responder de modo efectivo, deberemos a menudo ir más allá del nivel de la Delegación o de la Provincia y optar por un enfoque colectivo más amplio, por ejemplo a través de las Regiones. Se puede pensar así mismo en compromisos intercongregacionales, lo mismo que en proyectos en el ámbito de la Iglesia local o con organizaciones no gubernamentales.
Tomemos el tiempo necesario para prepararnos bien a llevar a Cristo y su evangelio más allá de las nuevas fronteras, pero comencemos ahora y hagámoslo juntos.
3. Es esencial que la formación permanente y la formación primera lleguen a ser más misioneras e internacionales
Un obispo misionero me escribía en marzo de 2007: “… constato cada vez más una falta de espíritu misionero en los oblatos. Creo que hay que ver de nuevo la formación en la base… ¡Nunca hay que olvidar que los oblatos son misioneros o no son! Si queremos un espíritu misionero y la internacionalidad, deberíamos preparar a nuestros candidatos con tiempo. Muy a menudo hemos sido preparados, durante la formación primera, solamente, para el trabajo en parroquia, y no lo suficientemente para tareas típicamente misioneras. Hay que añadir que tanto para la entidad que envía como para la que recibe es necesaria una preparación, como se ha dicho anteriormente.
B. Lo que podemos hacer prácticamente
Si convenimos en estos supuestos, pueden darse ya algunos primeros pasos
1. Continuemos e intensifiquemos la reflexión sobre la misión en la Congregación
Un buen número de actividades en este sentido se han realizado o están ya en camino de realización, como el grupo de reflexión sobre la misión en América latina fundado en 2006; el simposio de 2007 sobre el diálogo interreligioso en Indonesia y la reciente sesión de formación de JPIC que se tuvo en Bangkok en el pasado mes de julio; el primer congreso en 2008 sobre el ministerio de los oblatos con jóvenes en Sydney; el simposio de 2008 sobre la misión en las culturas indígenas en Cochabamba; el proyecto de una sesión sobre el ministerio con inmigrantes en 2009… Los simposios anteriores sobre secularidad son también dignos de mención. Algunas de estas reflexiones han llevado ya a acciones sobre el terreno.
Una reflexión permanente sobre la misión oblata tiene lugar en nuestro Centro internacional de Mazenod en Aix, que ha sido ya brevemente mencionado. Durante casi veinte años, la experiencia de Mazenod ha ayudado a cientos de oblatos a descubrir en nuestro carisma la perla de gran valor que está en la base de la comunión entre nosotros más allá de las fronteras. La dirección actual del Centro trabaja en nuevas experiencias, convencida de que nuestro carisma es la roca espiritual sobre la que podemos construir comunidades oblatas internacionales, a fin de equipar a los oblatos para la vida y la misión en las nuevas condiciones de participación internacional. El Centro tiene un potencial único con miras a contribuir a la realización de las aspiraciones de los últimos Capítulos.
2. Continuemos con el Proyecto Inmensa Esperanza
El Capítulo de 2004 se vio como un momento importante del proceso Inmensa Esperanza y declaró: “Este Capítulo general no pone fin al Proyecto Inmensa Esperanza. Respalda su trabajo y urge a cada entidad oblata a proseguir en sus esfuerzos para verlo como un proceso permanente de autoevaluación y de desarrollo de estrategias para la misión” (Carta, cf. TE, p. 6).
El Capítulo ha pedido que “la Administración general continúe con el Proyecto Inmensa Esperanza garantizando una revisión periódica de la vida y el ministerio en todas las entidades” (cf. nº 33, p. 41).
Este proyecto sigue siendo un instrumento válido, ahora conocido por toda la Congregación, para evaluar permanentemente nuestro trabajo misionero con los recursos de que disponemos. Lo que podemos añadir aún al proyecto “Inmensa Esperanza” es ir incluso más lejos más allá de las fronteras en nuestros sueños misioneros, y también compartiendo concretamente nuestro personal y todos los demás medios necesarios. Sería bueno entrelazar nuestra formación primera y permanente con el proyecto Inmensa Esperanza que puede proporcionar los criterios necesarios para aspectos importantes de nuestra formación misionera. Cuando enviamos a nuestros jóvenes oblatos al extranjero para regencia o estudios, la relación que esto tiene con su trabajo futuro debería ser tan clara como posible.
3. La parte que recibe debe “embalar” sus necesidades de personal
Una vez que hemos alcanzado una cierta visión de nuestro trabajo futuro, el desafío consiste en identificar proyectos misioneros concretos. Para la Congregación y para las Provincias es más fácil responder a estas necesidades si la petición se presenta en forma de un “embalaje”: objetivos claramente definidos, compromiso para cierto número de años, condiciones requeridas claras de personal y de recursos. Los buenos proyectos nos reúnen y unen, manteniendo encendida la llama misionera e impidiéndonos dispersar las energías en el individualismo y el etnocentrismo. Como se ha dicho en los supuestos arriba, a menudo la respuesta a estos proyectos irá más allá de las posibilidades de una Provincia; la Región debe desempeñar un papel de mediación más fuerte en eso. Un ejemplo de esto es la colaboración requerida para ayudarnos a establecer una u otra de las comunidades piloto queridas por el Capítulo.
4. Debemos elaborar un modo mejor de proceder en la distribución de nuestros misioneros
El personal es nuestro recurso más valioso, mucho más importante que la tierra o las finanzas. Hemos comenzado a compartir nuestras finanzas, por ejemplo a través de los programas para la participación en el capital, y deberíamos seguir en nuestros esfuerzos de solidaridad. Podemos hacer aún mucho mejor en la distribución de nuestro personal, si se ha preparado bien. Las siguientes son posibilidades que puedo prever, pero que aún no se han determinado:
- Establecer la regla de al menos un año de formación inicial fuera de su país;
- Dar la primera obediencia un poco más tarde, por ejemplo después de dos años de ministerio en su Provincia de origen, salvo excepciones; después de algún tiempo pasado en el ministerio en su país, un envío al extranjero es más realista y hay más oportunidad para preparar la obediencia concienzudamente.
- Poner de relieve la iniciativa “misioneros sin fronteras”, creando una oficina central donde se vieran las necesidades de personal y las personas o comunidades dispuestas a ayudar.
5. Lancemos la idea de “regionalizar” la formación
La idea surgió durante la sesión plenaria del consejo general en enero de 2007 y, por el momento, no es nada más que una idea. Podría someterse a la consideración del próximo Capítulo general. Regionalizar la formación significaría que la Región asume la responsabilidad última, la autoridad principal sobre las casas de formación que va de los Provinciales y de sus consejos a un consejo elegido en el ámbito regional Esto no querría decir que una Provincia ya no tendrá casas de formación o que ella ya no será responsable de ellas día a día, sino que las políticas para el establecimiento de estas casas, la composición de sus equipos de formación y para su gobierno serán decididos en el ámbito regional. Se espera que de este modo la formación llegará a ser progresivamente más internacional y el cruce misionero de fronteras llegará a ser una parte normal de la formación primera.
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Hace doscientos años san Eugenio fue ‘seducido’ por Jesucristo, el Salvador. Desde ese tiempo, llevó en su corazón la universalidad de la salvación de Cristo. Esta salvación debía incluir incluso a los más pobres entre los pobres, incluso criminales condenados a muerte. Debía también llegar a los rincones más remotos de su propio país y del mundo. San Eugenio quiso que los oblatos sean “los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano”. Deseaba que “su ambición debe abarcar en sus santos deseos la inmensa extensión de la tierra entera” (1818). Creo que la interpretación del carisma de san Eugenio a través de nuestros Capítulos generales de los últimos años está “en su punto” cuando propone el desafío de la “internacionalidad”, del “cruce de fronteras”, en este momento de la historia cuando somos enviados a evangelizar a los pobres en este mundo globalizado.
P. Wilhelm Steckling, O.M.I.,
Superior general,
y el Consejo general
Septiembre de 2007
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