Jornada Pastoral de la Asamblea Plenaria 2007
de la Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá
Nueva Evangelización:
nuevos desafíos para la misión de la Iglesia en Canadá
Monseñor Claude Champagne, o.m.i
Obispo auxiliar de Halifax
Antes de abordar el tema de la Nueva Evangelización como tal, me parece importante considerar dos elementos esenciales: nuestra conciencia eclesial más viva de la presencia universal del Espíritu del Resucitado en el mundo de hoy y la realidad del Reino de Dios como centro de la misión de Jesús y de sus discípulos. La convicción profunda de la Iglesia actual sobre el carácter universal de la acción del Espíritu tiene ahora un impacto mayor en nuestra manera de vivir la misión de evangelización. Juan Pablo II califica, por otra parte, al Espíritu Santo como “protagonista de la misión”
[1].
1. El Espíritu, protagonista de la misión
Cuando los Padres del Concilio Vaticano II decidieron lanzar una mirada de fe sobre el mundo, trataron de discernir los “signos de los tiempos”, la obra del Espíritu en el mundo , para ponerse, a continuación, a trabajar con Él. La constitución pastoral “
Gaudium et Spes” (GS) es, por otra parte, un fruto de esta decisión.
Aquellos de entre nosotros que estamos familiarizados con la Acción Católica podemos reconocer la fuerza de Ver-Juzgar-Actuar: ver la realidad de nuestro mundo, de nuestra sociedad; hacer un juicio a la luz del Evangelio, de la fe; y trabajar firmemente en responder al llamado del Señor.
De acuerdo a esto, podríamos hablar de un nuevo método en teología. Hasta ahora, se reflexionaba sobre asuntos de fe de manera deductiva. Pensemos en el enfoque más tradicional, más dogmático que ha marcado la teología durante siglos. Es decir, una teología elaborada a partir del
Denzinger, ese compendio de declaraciones dogmáticas de la Iglesia
[2]. Los enunciados dogmáticos en el transcurso de las épocas servían como punto de partida a la reflexión teológica, apoyados por algunos textos bíblicos, muchas veces fuera de contexto. De allí se deducían elementos para la reflexión y la vida eclesial del momento.
Con la renovación bíblica de los años que precedieron al Vaticano II, este método deductivo, en cierto modo, se fue modificando…Ahora, las Santas Escrituras se convertían en el punto de partida de la teología, como también el aporte de los Padres de la Iglesia, de los grandes teólogos de la Edad Media, de los tiempos modernos y contemporáneos. Sobre esta base, los teólogos elaboraban reflexiones para iluminar la vida de la Iglesia de su tiempo.
Con “
Gaudium et Spes”, los Padres del Concilio abrieron
la puerta a una teología más inductiva, a partir del contexto, de la situación que nos rodea. Ciertamente, este nuevo método no pretende ser exclusivo. No se puede prescindir del método deductivo. En efecto, ¿cómo podríamos reconocer la acción del Espíritu de Resucitado en el mundo de hoy sin saber cómo Él ha actuado hasta ahora en la historia de la salvación? La teología actual supone un diálogo fecundo entre ambos métodos, deductivo e inductivo: dejarse interpelar por las interrogantes del mundo de hoy y encontrar la luz en el Evangelio de siempre.
De este modo, la Iglesia ha tomado conciencia de la acción universal del Espíritu del Resucitado. Si ya GS afirmaba que toda persona humana era, misteriosamente, alcanzada por el misterio pascual de Cristo
[3], el papa Juan Pablo II precisaba en su encíclica
Dominum et Vivificantem que el Espíritu está en acción siempre y en todas partes, incluso antes de la era cristiana
[4].
Y, como somos seres sociales, podemos deducir que el Espíritu no sólo actúa en los individuos, sino también en los grupos de los cuales formamos parte. Es así como el papa Juan Pablo II reconoce la acción del Espíritu en la historia y en las sociedades, en las culturas y en las diferentes religiones
[5]. Después del encuentro profético de Asís en 1986 para la oración por la paz, el papa afirmaba, igualmente, que toda oración auténtica, sin importar quién la haga, está inspirada por el Espíritu del Resucitado
[6].
Estos nuevos elementos nos llevan a considerar que la vida misionera incluye una dimensión de vida contemplativa, contemplación de la presencia y de la acción del Espíritu del Resucitado en todos aquellos y aquellas a quienes somos enviados a proclamar la Buena Nueva, creyentes y no creyentes, personas de nuestras generaciones y miembros de las nuevas generaciones. Esta acción del Espíritu viene a hacer comprender que la misión de hoy día no tiene un sentido único, sino que es, a la vez, un dar y un recibir, pues cada uno de los participantes puede aportar su riqueza, su experiencia del Espíritu al otro implicado en el diálogo.
Está de más decir que antes de hablar de la misión que hemos recibido como Iglesia, es necesario afirmar que la primera misión, la más importante en nuestro mundo de hoy, es la del Espíritu del Resucitado, ya en acción, que nos precede en el mundo. Esto quiere decir que no vamos a la conquista del mundo para llevar allí a Dios. Nosotros no lo hacemos presente en nuestro mundo: Él está allí mucho antes de nuestra llegada. Nosotros no somos los embajadores del Cristo Resucitado y de su Espíritu, sino que hacemos visible su presencia y su acción. Lo importante es reconocerlo, acogerlo y colaborar con Él, que prepara a los humanos que están en camino hacia la plenitud del Reino de Dios, ya inaugurado en el misterio pascual de Cristo.
2. El Reino de Dios
Otro elemento importante para nuestra visión de la “nueva evangelización” es el papel central que ocupa el Reino de Dios, proclamado e inaugurado por Jesús en su misterio pascual. En estas últimas décadas, se ha comprendido mejor hasta qué punto la proclamación y la inauguración del Reino de Dios es el objetivo de la misión de Jesús y no así la Iglesia, de la que también habló en esa ocasión. La misión no puede ya ser eclesio-céntrica, como lo fue hasta el Vaticano II. No, la Iglesia se percibe hoy día entregada al servicio del Reino de Dios. Juan Pablo II reconoció esta evolución en su encíclica misionera
[7].
Ciertamente, Jesús nunca dio una definición de este Reino, pero sí lo hizo presente: lo que él fue, lo que hizo y lo que dijo nos permite comprender lo que él entendía por Reino de Dios
[8].
Elementos importantes de mencionar:
1. La acogida y la reintegración de todos los marginados de su sociedad: pobres, pecadores, publicanos, samaritanos, extranjeros, mujeres. A cada uno le ofrece encontrar su lugar en la comunidad.
2. La vida de oración de Jesús que nos revela un Dios de Misericordia y de amor, un Dios que no ha olvidado a los humanos sino que los llama a entrar en comunión con Él.
3. La actitud de Jesús ante la Ley judía es igualmente importante: si bien Jesús es un fiel observante de la Ley, para El, ésta no es un absoluto. El único absoluto es el Dios que es Amor, misericordia y perdón.
4. En su predicación no se encuentra el anuncio de un castigo, de un juicio o de una retribución, sino más bien un mensaje de perdón y de misericordia.
5. Las curaciones y los exorcismos realizados por Jesús son presentados como signos de la presencia del Reino de Dios entre nosotros, lo que nos ayuda a comprender que el Reino de Dios toca a la persona humana en todas sus dimensiones: espiritual, psíquica y corporal. Ya no se puede hablar sólo de la salvación del alma.
6. Jesús viene, del mismo modo, a cambiar el tipo de relaciones que se viven entre los miembros de la comunidad. No se trata ya de dominantes y dominados, sino de hermanos y hermanas, dispuestos a ponerse al servicio de los demás, prontos a dar su vida para que los otros vivan.
7. Jesús, hombre libre, nos invita a hacer la experiencia de la libertad interior
[9].
Son todos estos elementos los que, en conjunto, nos ayudan a comprender la riqueza del Reino de Dios inaugurada por Jesús. Es decir, Jesús viene a luchar contra todas las formas del mal que constituyen un obstáculo para una vida humana plena, tal como Dios la quiere para sus hijos.
Es Él quien inicia este Reino en su misterio de muerte-resurrección y quien prosigue esta misión de instaurar el reino de Dios después de su resurrección y preparar a la humanidad para la plenitud del Reino de Dios ofrecida por el Padre, al final de los tiempos.
3. La “nueva evangelización”
En su encíclica misionera, el papa Juan Pablo II señala que nos enfrentamos a tres diversas situaciones pastorales y misioneras:
1. La misión
ad gentes para aquellas personas que aún no han conocido a Cristo y su Evangelio. En nuestro medio, pensemos en aquellas personas sin religión o que pertenecen a otras tradiciones religiosas. La reciente inmigración ha aumentado de manera notable el número de personas que caben dentro de esta definición.
2. Las comunidades cristianas donde se lleva a cabo la actividad pastoral de la Iglesia. Volveremos a hablar de estos grupos al referirnos a los agentes de la “nueva evangelización”.
3. Aquellos bautizados que han perdido el sentido de la fe viva y que, incluso, ya no se consideran miembros de la Iglesia, llevando una vida alejada de Cristo y de su Evangelio
[10]. El papa agrega que no es posible señalar los límites o establecer divisiones rígidas entre estos diferentes grupos.
Es en semejante contexto que abordamos el tema de la “nueva evangelización”,
nueva por sus agentes, por sus métodos, por su ardor[11].La “nueva evangelización” no es nueva porque en ella se anuncie otro Evangelio distinto a aquel que proclamamos a partir de Pentecostés, u otro Cristo, aunque la teología actual nos presente una interpretación algo diferente a la que animó nuestro esfuerzo misionero en el pasado
[12].
a. “Nueva” por sus métodos
Nueva por sus métodos: es claro que entendemos hoy día nuestra misión bajo la luz del Reino de Dios iniciado por Jesús. La realidad de “sacramento” ya utilizada por
Lumen Gentium[13] para hablar de la Iglesia, sacramento universal de salvación, nos ayuda hoy en la reflexión.
El sacramento implica los valores de “signo” y de “instrumento”.
[14] Hoy día, preferimos utilizar los conceptos de “símbolo” y “artesano” para designar a las personas miembros de la Iglesia, “símbolos” y “artesanos” del Reino de Dios iniciado por Jesús. Los evangelizadores son enviados para ser “símbolos” de este Dios que viene con Jesucristo, haciendo visible lo que Él está realizando en nuestro mundo. Debemos remitirnos a todos los valores del Reino de Dios ya encontrados en la misión misma de Jesús: el diálogo, la promoción humana, el compromiso con la justicia y la paz, la educación y el cuidado de los enfermos, la preocupación por los pobres y los niños, la libertad, el perdón, el amor, el respeto a los demás, reafirmando la primacía de la trascendencia y de la espiritualidad
[15].
Cuando nos constituimos en testigos de este amor incondicional, gratuito de Dios revelado en Jesucristo, nos convertimos en “símbolos”, hacemos visible este Espíritu del Resucitado que está activo en nuestro mundo. Y cuando promovemos los valores del Reino de Dios que están presentes en tantos de nuestros hermanos y hermanas, llegamos a ser “artesanos” de este Reino. Este amor gratuito implica el servicio del Reino de Dios que actúa en el corazón de cada persona.
i. “Ir hacia…”
En nuestro mundo actual, ¿cómo ser a la vez “símbolo” y “artesano” de este Reino?
En primer lugar, es necesario franquear las distancias psicológicas y sociológicas que nos separan de aquellos y aquellas a quienes somos enviados, conscientes que este paso es un desafío, muriendo a cosas que nos son familiares como Iglesia, para abrirnos a un mundo nuevo, a nuevas realidades.
Cuando el Espíritu impulsa a los discípulos a ir hacia un mundo nuevo, siempre se debe morir a algo. Es lo que se llama “ir hacia el otro”, “hacerse presente al otro”, para manifestarle este amor de Dios, amándolo incondicionalmente, gratuitamente, sin pretender atraerlo por propio interés colectivo y acrecentar el número de fieles de nuestra Iglesia.
Estas conversiones de la Iglesia comenzaron desde los primeros años de la evangelización. El Espíritu impulsa a Pedro a ir al encuentro del centurión Cornelio
[16]. En este importante encuentro, Cornelio acoge la Buena Nueva, mientras que Pedro logra comprender que él no es sólo un circunciso, separado de los incircuncisos miembros de la familia de Cornelio, sino que es, en primer lugar, una persona humana como todas las que encuentra a su paso. Además, esta experiencia de encuentro le hace comprender mejor que Dios no hace excepciones entre las personas y quiere la salvación de todos. La Iglesia de Jerusalén fue sacudida por aquello: fue necesario pasar de la perspectiva judía a la perspectiva universal. Debe perder la identidad judeo-cristiana, recientemente adquirida, para abrirse a una nueva realidad. Lo que sucede a la Iglesia misionera, es semejante a una joven pareja que recibe al primer hijo: una dimensión de la vida de a dos debe morir para dar paso a una vida de a tres.
Algunos siglos más tarde, la Iglesia romana debió morir a su identidad para acoger a los bárbaros. Hoy día, la Iglesia centrada en Europa y América del Norte está muriendo a esta realidad occidental para dar lugar a una Iglesia universal, donde los continentes del Sur hacen, cada vez más, sentir su presencia en la vida eclesial.
Hoy día la Iglesia es impulsada por el Espíritu a ir hacia ese mundo postmoderno que traerá, seguramente, la muerte a cierta manera de ser de la Iglesia, a cierta identidad. Una Iglesia misionera no debe alimentar la nostalgia del pasado. Nuestra sociedad, amada por Dios, tiene sus fortalezas y sus debilidades, como las sociedades de antes.
El mundo actual enfrenta desafíos nuevos: la justicia y la paz, el desarrollo permanente y la salvaguarda del medio ambiente, el encuentro de las religiones, el tema del sentido y la calidad de la vida. Como nos invita el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica, debemos lanzar una mirada de amor sobre este mundo. Como Iglesia debemos morir a lo que es viejo en nosotros para desarrollar una presencia amorosa y respetuosa hacia las personas a quienes somos enviados.
Durante los años siguientes al Vaticano II, la Iglesia misionera comprendió con fuerza cómo era llamada a ponerse al servicio del Reino de Dios: proclamando la Buena Nueva y formando con ella nuevas comunidades cristianas, al mismo tiempo expandiendo los valores evangélicos que son la expresión del Reino de Dios. En síntesis, la Iglesia está al servicio del Reino de Dios intercediendo por el mundo
[17].
Luego, hacerse presente implica tratar de descubrir al otro, conocerlo en lo que él es, en su cultura, en su mentalidad, en su búsqueda de una vida humana, de un sentido profundo de la vida. Estamos invitados a acoger las inquietudes que plantean nuestros contemporáneos
[18] . Así, yendo hacia los jóvenes, la aproximación se realiza interesándose en ellos, en lo que constituye su vida, sus alegrías y sus penas, sus sueños y sus desesperanzas, también sus compromisos, sus amores, sus amistades, sus inquietudes y sus angustias. Por lo tanto, es necesario reconocer a aquellos y aquellas a quienes nos dirigimos. Actualmente, en nuestros medios, algunos grupos sufren al sentirse invisibles dentro de la Iglesia: las mujeres, las minorías étnicas, los pobres, los homosexuales, los cuales pueden expresar resentimiento hacia ella. Necesitan una mirada de amor, la que están deseando fervientemente
[19].
Algunas veces, esta presencia será la única forma posible de evangelización, (algunos de nuestros contemporáneos han desarrollado una alergia ante todos los predicadores y todas las formas de predicación). Es la línea del beato Charles de Foucauld, seguido por los Hermanitos y Hermanitas de Jesús de hoy: son testigos silenciosos del amor divino.
Nuestra sociedad, sin embargo, sigue siendo sensible a la atención prestada a las personas y a la caridad con los pobres, los niños, las personas que sufren. Pensemos en el impacto de la beata Madre Teresa de Calcuta y Jean Vanier, entre nuestros contemporáneos.
ii. Entrar en diálogo
La evangelización se realiza ahora bajo la forma de un diálogo. Paulo VI quiso hacer de la Iglesia una Iglesia en diálogo con nuestros hermanos y hermanas cristianos, con los miembros de otras tradiciones religiosas y, finalmente, con aquellos y aquellas que se dicen agnósticos o ateos
[20].
Para cada uno de nosotros, esto significa el final de un monólogo en que tuvimos la exclusividad de la palabra. También supone que la evangelización es capaz de, realmente, escuchar al otro, no para confrontarlo y convencerlo racionalmente de lo bien fundados que son nuestros puntos de vista – lo intentamos sin éxito durante siglos –sino más bien, en el espíritu de estar dispuesto a reconocer que el otro tiene una verdad importante que compartir, alguna bondad que ofrecer, verdad y bondad, frutos de la acción del Espíritu del Resucitado. Es importante ir al encuentro de los jóvenes con los valores fundamentales que marcan hoy día su vida: la búsqueda de la felicidad, de la libertad, de la autenticidad. Es necesario, también, aceptar esos valores considerándolos con una mirada crítica.
Esto significa que estamos dispuestos a aprender del otro
[21]. No sería raro que algunos de nuestros compañeros de diálogo estén más cerca de la acción del Espíritu que nosotros mismos, discípulos comprometidos en el camino de Cristo Resucitado. Lo importante es que, por ambas partes, se busque un acercamiento a lo que Dios, tal como lo experimentamos, espera de nosotros. Abrirse a la verdad y a la bondad del otro puede abrir el corazón del otro a reconocer la verdad y la bondad de las que queremos dar testimonio.
El diálogo con hermanos y hermanos de distintos horizontes es un método y un medio para el conocimiento y enriquecimiento recíproco. Las últimas décadas nos han permitido lograr una mayor comprensión del hecho que la actividad dialogal no se opone a la misión; por el contrario, el diálogo está unido a la misión, incluso es una expresión de ella
[22]. Si nos ponemos juntos a escuchar al Espíritu del Resucitado que habla, ya estamos comprometidos en la obra de evangelización. De este modo nos disponemos a acoger a este Dios que nos habla y que se nos reúne.
El diálogo es una exigencia del profundo respeto que se debe tener hacia todo lo que el Espíritu está actuando en la persona humana. Así, descubrimos las “semillas del Verbo”, estos rayos de verdad que iluminan a todos los humanos. Semillas y rayos que se pueden encontrar tanto en los individuos y en las diferentes comunidades culturales y religiosas, como en la experiencia humana acumulada.
El diálogo al que nos invita el Espíritu de Cristo se basa en la fe, la esperanza y la caridad. Está animado por el deseo de descubrir y reconocer los signos de la presencia de Cristo resucitado y de la acción del Espíritu. El diálogo, por otra parte, nos permite profundizar nuestra propia identidad de discípulos de Jesús en la comunidad católica y dar testimonio de la integridad de la Revelación. La experiencia del diálogo, en las últimas décadas, nos ha hecho adentrarnos en nuestra fe con nuevas interrogantes y nos ha permitido comprender mejor ciertos aspectos del Misterio cristiano.
Este diálogo supone ser coherente con sus propias tradiciones y convicciones religiosas. Lo importante es proporcionar una buena formación a los bautizados llamados a vivir en este nuevo contexto de pluralismo religioso. Es necesario estar abiertos a las convicciones de los demás para comprenderlas mejor, sin fingimiento o rigidez. El diálogo debe desarrollarse en la verdad, la lealtad y la humildad.
Durante el diálogo, uno podría llegar a relativizar lo que nuestros interlocutores consideran como absoluto. Necesitamos reconocer la verdad y la bondad que existe en el otro. No se puede afirmar la verdad y la bondad de nuestra fe denigrando la de los demás. El diálogo también nos invita a no absolutizar lo que es relativo en nuestra propia fe. Del mismo modo, se nos invita a respetar la “jerarquía de las verdades”
[23] en la fe que queremos testimoniar. El diálogo que estamos invitados a vivir se desarrolla según formas y expresiones múltiples
[24].
La Iglesia entró en diálogo hace más de cuarenta años. No todos sus esfuerzos se han visto coronados por el éxito. Pero el Espíritu invita a seguir en esta dirección: es necesario derribar un gran muro de desconfianza erigido durante siglos. La Iglesia está convencida que entró a dialogar con el mundo bajo la inspiración del Espíritu. A veces, es la única manera posible de evangelizar. Condenados a vivir juntos en este planeta, el diálogo es esencial. Ciertamente, es uno de los caminos hacia el Reino de Dios iniciado por Jesús, aunque los frutos se produzcan en el momento que Dios quiera.
Es importante recordar que el agente de conversión de las personas es, claramente, el Espíritu Santo y no el evangelizador. Sólo somos humildes colaboradores que tratan de quitar los obstáculos a la acción presente del Espíritu.
iii. Comprometerse con la justicia
Para nosotros, otra manera de convertirnos en “símbolos” y “artesanos” del Reino de Dios es un total compromiso con la justicia para la transformación del mundo según el proyecto de Dios. Desde 1971, los participantes en el Sínodo romano afirmaban que “la lucha por la justicia forma parte esencial de nuestra misión de anunciar la Buena Nueva”. Al respecto, podemos mencionar todo el ámbito del magisterio social de la Iglesia, sintetizado en el “
Compendium” publicado recientemente por el Vaticano
[25].Treinta y cinco años después de la realización de este Sínodo sobre la justicia en el mundo, esta dimensión del Evangelio permanece aún “como el secreto mejor guardado” de la Iglesia. Incluso, muchas de las personas más comprometidas con la Iglesia no llegan aún a establecer el nexo entre el Señor Resucitado, el Evangelio y el compromiso con la justicia.
El Papa Juan Pablo II, en su exhortación post-sinodal sobre la vocación y la misión de los laicos,
Christifidelis Laici, señala todos los ámbitos en que los discípulos de Jesús pueden comprometerse para servir a las personas y a la comunidad, dando así testimonio de la Buena Nueva del Reino de Dios
[26].
iv. Compartir la Buena NuevaCuando los corazones se abren para acoger la Buena Nueva, es posible anunciar el Evangelio en palabras, invitando a la conversión y a la fe. El Dios que se revela en Jesús es un Dios de la comunicación, con vistas a la comunión. Puesto que Dios se comunica con nosotros, somos invitados a comunicarnos con los demás. “Desdichado de mí si no evangelizo”, decía el apóstol Pablo. El Evangelio a proclamar es un mensaje de felicidad, no solamente en el futuro, sino que toca el presente. Nuestro anuncio se trata de una realidad que se está desarrollando bajo nuestros ojos: el Reino de Dios iniciado por Jesús.
Para la “nueva evangelización” es necesario, sin embargo, considerar un primer anuncio ya hecho en el pasado. En los ambientes ya catequizados, nuestros hermanos y hermanas de hoy creen conocer el mensaje que ofrecemos – lo escucharon desde la infancia- y no creen, necesariamente, que se trate de una Buena Nueva. Para algunos, desgraciadamente, nuestro mensaje se limita a prohibiciones, prescripciones, principalmente, de naturaleza sexual. Nuestro desafío es mostrar que la Nueva que traemos es Buena para vivir libres y felices. Bajo la acción del Espíritu, es necesario saber discernir cuándo los corazones se encuentran, nuevamente, abiertos a recibir nuestro mensaje.
Será necesario recordar que para nuestra sociedad son muchísimo más necesarios los testigos que los maestros, la experiencia que la doctrina, la vida y los hechos más que la teoría. No es la intención recuperar personas para agrandar la Iglesia, sino, por el contrario, ayudarlas a ponerse en camino hacia la plenitud del Reino de Dios
[27].
Si un auditor se siente tocado por nuestro testimonio, es muy importante tener claridad que es el Espíritu de Dios y no el evangelizador quien actúa en esta conversión. El evangelizador colabora pero no debe atribuirse la conversión de las personas.
En este anuncio del Evangelio es necesario recalcar la importancia de los medios de comunicación. Es el caso de dar testimonio de lo que nos inunda y nos hace vivir. No es únicamente una cuestión de técnica, por supuesto, pero es necesario consultar a los profesionales de los medios, ya que debemos luchar contra la imagen que se ha entregado de nosotros en los nuevos medios de comunicación. La Iglesia aparece a menudo más dogmática que dadora de vida, más prohibidora que liberadora, más preocupada de la ortodoxia que servidora del Evangelio. No se trata, por supuesto, de atenuar el vigor del mensaje, sino centrarse en lo que es pertinente, vital, dinamizante para aquellos y aquellas a quienes nos dirigimos.
v. En un lenguaje significativo para la gente de hoy
Señalemos también el desafío que representa la tarea de la “inculturización”, es decir tomar en cuenta la cultura de las personas a quienes se dirige el mensaje. Es un prerrequisito para que éste sea comprendido y recibido
[28].
Los que reciban la Buena Nueva y se conviertan en discípulos de Jesús entregarán su respuesta a partir de lo que son, de la cultura que les pertenece y reformularán el mensaje en el lenguaje que les es propio.
b. “Nueva” por sus agentes
Si la “nueva evangelización” es nueva en sus métodos, ella lo es igualmente por sus
agentes. En el pasado, ministros ordenados y personas comprometidas en la vida consagrada eran los principales agentes de la evangelización. Después del Vaticano II, comprendimos mejor la corresponsabilidad en la misión del conjunto de los bautizados de nuestras comunidades. Esta responsabilidad tiene una raíz profunda en la realidad bautismal; no es necesario un mandato de parte de los pastores para ejercerla, como se creía en tiempos de la Acción Católica. Sin embargo, para ser evangelizador, se necesita, como mínimo, estar en proceso de evangelización. Sólo se puede compartir la Buena Nueva después de haberla acogido en su propia vida.
Recordamos la idea de la evangelización del “igual por el igual”, especialmente la evangelización de “los jóvenes por los jóvenes”. En la exhortación post-sinodal sobre la vocación y misión de los laicos, Juan pablo II reafirma que no hay edad para la misión. Desde la infancia, en que los niños son “símbolos del Reino de Dios”, hasta los últimos momentos en que las personas que agonizan son todavía testimonio del Misterio pascual, pasando por todas las etapas de la vida humana, los cristianos están llamados a ser evangelizadores en una Iglesia misionera
[29].
Los organismos y movimientos católicos son, a menudo, un lugar privilegiado para tomar conciencia de la responsabilidad misionera de todos los bautizados. Además, estos movimientos que refuerzan la experiencia comunitaria ofrecen apoyo a todos los miembros de la Iglesia, conscientes de su responsabilidad y que se comprometen en la evangelización. Lo anterior significa que los ministros ordenados y los religiosos deben reconocer que ya no tienen la exclusividad de la actividad evangelizadora; es importante reconocer el aporte de todos los bautizados, hombres y mujeres, en esta actividad para la cual nuestra Iglesia ha sido convocada, aporte esencial si se desea, como Iglesia, enfrentar los grandes desafíos de la misión hoy día.
c. “Nueva” por el ardor
La nueva evangelización es, finalmente, nueva por el “
entusiasmo”. Ya lo dijimos anteriormente: nuestros contemporáneos no necesitan maestros, sino testigos. Los evangelizadores deben ser discípulos auténticos, tocados por la Buena Nueva, que viven de ella, que han sido transformados por ella, que viven de la paz y de la alegría que ella produce. Hacer la experiencia de la Buena Nueva es un prerrequisito para esta actividad evangelizadora.
4. La responsabilidad de los obispos y de la conferencia episcopal
Si bien la responsabilidad de evangelizar incumbe a todos los miembros de la comunidad eclesial, los obispos son responsables de suscitar en todos los miembros de la Iglesia el cumplimiento de “su” propia responsabilidad y darles a conocer la evolución de nuestra iglesia en lo que respecta a la manera de comprender su misión y realizarla. Por lo demás, es necesario formar a los pastores, a los diáconos y a los miembros de los institutos de vida consagrada, conscientes de este nuevo contexto misionero que abre una puerta hacia el aporte de cada uno de los cristianos.
Por otra parte, es muy importante preparar a los bautizados para enfrentar los desafíos de la misión en el “hoy día” de nuestra sociedad. Es esencial para los bautizados tener una raíz profunda en su fe cristiana y estar preparados para vivir en una sociedad que se caracteriza por el pluralismo. La fuerte presencia de otras filosofías y religiones cuestiona a los católicos. Además, es muy pequeño el número de fieles que están capacitados para dar cuenta de la esperanza que vive en ellos. En Estados Unidos, nuestros vecinos, las encuestas señalan que alrededor del dos por ciento de los católicos son capaces de verbalizar la fe que los anima en su vida cotidiana.
Por otra parte, los obispos tienen una responsabilidad en la imagen que nosotros damos de la Iglesia a los medios de comunicación. Evidentemente, los encargados de los medios poseen su propia responsabilidad, pero la Conferencia Episcopal debe preocuparse, en su toma de decisiones, del impacto de sus intervenciones para realzar la pertinencia de la Buena Nueva que ofrecemos, para subrayar su carácter como dadora de vida. Es en parte nuestro desafío: cómo expresar los valores del Evangelio sin que aquello aparezca como una represión.
Es necesario señalar, por otra parte, el resentimiento experimentado por ciertos grupos frente a la iglesia: los jóvenes, las mujeres, las personas de orientación homosexual…Estas personas se sienten invisibles dentro de la iglesia. Difícilmente logran vislumbrar un lugar en la comunidad. Todavía nos queda la responsabilidad de comunicar el mensaje de inclusión a todos estos grupos, a menudo marginalizados en la Iglesia actual.
Conclusión
El objetivo de nuestra misión es colaborar con el Espíritu de Cristo, que ya está en acción en nuestra sociedad, que sostiene a las personas y a las comunidades en su camino hacia la plenitud del Reino de Dios, inaugurado por Cristo, en su misterio pascual. Los discípulos de Cristo, miembros de la Iglesia reconocen esta misión de ser símbolos y artesanos del Reino de Dios en su propio ambiente.
[1] Juan Pablo II
. La misión de Cristo redentor. (1991) c. III.
[2] Para aquellos que realizaron sus estudios en lengua francesa, el equivalente es
La fe católica, de Gervais DUMEIGE. París, Ediciones Orante, 1961.
[3] Gaudium et Spes, n° 22 “ puesto que Cristo murió por todos y que la vocación última del hombre es realmente única, es decir divina, debemos considerar que el Espíritu Santo ofrece a todos, de una manera que Dios conoce, la posibilidad de estar asociado al misterio pascual.
[4] JUAN PABLO II,
Dominum et Vivificantem, n° 53: “Pero…no es posible limitarse a los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo.
Es necesario remontarse más allá, abarcar toda la acción del Espíritu antes de Cristo –
desde el comienzo- en el mundo entero y, especialmente, en la Antigua Alianza. Esta acción, en efecto, en todo lugar y en todo tiempo, incluso en todo hombre, se cumplió según el eterno designio de salvación, en el cual ella está estrechamente unida al misterio de la Encarnación y de la Redención: este misterio ya había ejercido su influencia en aquellos que creían en un Cristo por venir. La
Cartaa los Efesios lo afirma de manera especial (cf.Ef 1, 3-14). Así la gracia encierra, al mismo tiempo, un carácter cristológico y un carácter neumatológico, que se encuentran, específicamente, en aquellos que adhieren en forma explícita a Cristo: “En él (en Cristo)…ustedes han sido marcados con un sello por el Espíritu de la promesa, ese Espíritu Santo que constituye las arras de nuestra herencia y prepara la redención del Pueblo que Dios escogió” (Ef 1, 13-14).
Pero…también debemos llevar más lejos nuestra mirada y avanzar “hacia lo ancho”, sabiendo que “el viento sopla hacia donde quiere”, según la imagen empleada por Jesús en la conversación con Nicodemo (cf Jn 3,8). El Concilio Vaticano II, centrado principalmente en el tema de la Iglesia, nos recuerda que el Espíritu Santo actúa también “
en el exterior” del cuerpo visible de la Iglesia. Habla justamente de “todos los hombres de buena voluntad, en cuyos corazones, invisiblemente, actúa la gracia.”[5] “La presencia y la actividad del Espíritu no sólo conciernen a los individuos, sino también a la sociedad y a la historia, los pueblos, las culturas, las religiones. En efecto, el Espíritu se encuentra en el origen de los ideales nobles y de las iniciativas buenas de la humanidad en marcha”. JUAN PABLO II,
La misión del Redentor, n° 28.[6] “Toda oración auténtica es suscitada por el Espíritu Santo, quien está misteriosamente presente en el corazón de todo hombres”.
Discurso a los cardenales y a la curia romana, 22 de diciembre de 1986, n°11: AAS 79 (1987), p. 1089.
[7] La misión de Cristo Redentor, c.II. Cf igualmente PABLO VI
Evangelii Nuntiandi, n°8 “Sólo el Reino es absoluto, por lo tanto, relativiza todo lo que no es él mismo”.
[8] La misión de Cristo Redentor, n° 13.
[9] Cf.
La misión de Cristo redentor, n°14 y 15.
[10] La misión de Cristo redentor, n°33.
[11]Cf. Claude CHAMPAGNE,
La nueva evangelización, el pensamiento de Juan Pablo II, en
Kerigma, 26 (1992), pp. 247-270.
[12] Pensemos solamente en la visión inspirada por una comprensión muy literal de “fuera de la Iglesia no existe salvación”. Varias generaciones de misioneros dieron su vida por llevar luz y salvación a personas que, según se creía, carecían de ellas.
[13] Lumen Gentium n° 1.
[14] La misión de Cristo Redentor,
n°s 19 y 20.
[15] La misión de Cristo Redentor, n° 20.
[16] Hch 10-11.
[17] La misión de Cristo Redentor, n° 20.
[18] Existen dos textos que son esclarecedores para la evangelización de los jóvenes. Olivier FROHLICH,
Para que nuestra vida sea completa (1 Jn 1, 1-4).
Proponer la fe a los jóvenes, en
Una nueva oportunidad para el Evangelio. Hacia una pastoral de la fecundidad (Vers une pastorale de l’engendrement) bajo la dirección de Philippe Bacq y Christoph Theobald. Lumen Vital, Bruselas, 2004, pp. 149-171. Timothy RADCLIFFE,
Mucho antes que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera, yo te vi. (jn 1, 48), Bruselas, Toussaint 2006. Este último texto puede encontrarse en el sitio Internet.
[19] Cf. BENEDICTO XVI,
Deus est Caritas, n° 18.
[20] Cf. Su primera encíclica
Ecclesiam Suam.[21] Cf.
G.S., n° 44, la Iglesia reconoce allí la ayuda que recibe del mundo actual.
[22] Diálogo y misióndel Consejo pontificio para el diálogo interreligioso (1991).
[23] Unitates Redintegratio, n° 11.
[24] El diálogo que estamos invitados a vivir se desarrolla según formas y expresiones múltiples. 1. El diálogo de vida subraya que vivimos en un contexto cada vez más pluralista, codeándonos con los miembros de las otras tradiciones religiosas. 2. El diálogo de acción: este testimonio de los creyentes en la vida cotidiana, da cuenta de los valores que nos animan y de la colaboración a nivel social que conlleva. Los discípulos de Jesús están invitados a colaborar con el desarrollo integral de las personas, especialmente con las de diferentes creencias. Juntos, estamos llamados a luchar por un mundo de verdad, honestidad y justicia. ¿Por qué no realizar juntos lo que es posible hacer? 3. El diálogo como comunicación de experiencias espirituales. 4. El intercambio entre expertos o representantes oficiales, tanto a nivel de ecumenismo cristiano como en el diálogo interreligioso. Cf.
Actitud de la Iglesia católica ante los creyentes de otras religiones. Reflexiones y orientaciones relacionadas con el diálogo y la misión, de la Secretaría para los no cristianos, 1984, n°s. 29-35.
[25] CONSEJO PONTIFICIO “JUSTICIA Y PAZ”,
Compendium de la doctrina social de la Iglesia, 2005.
[26] JUAN PABLO II,
Christifidelis Laici n°s 36 – 44: promover la dignidad de la persona, respetar el derecho inviolable a la vida, comprometerse con la libertad religiosa y con la familia, en tipos de voluntariado, en el mundo político, en la vida socio-económica y cultural.
[27] Son interesantes las reflexiones de Philippe BACK,
Hacia una pastoral de la fecundidad, en Una nueva oportunidad para el Evangelio, bajo la dirección de Philippe Back y ChristophTheobald, Bruselas, Lumen Vitae-Novalis, Ediciones de Atelier, 2004, pp. 23-28. El autor distingue, en relación a la propuesta del Evangelio, a “hombres y mujeres signos del Reino” y a los “discípulos”. Muchas personas han recibido la Buena Nueva del Reino sin, necesariamente, convertirse en discípulos de Cristo. Ellos lo encontraron misteriosamente al reconocer las necesidades de prójimo (Mt 25). Jesús agrega un regalo a la existencia sin pedir a las personas que se conviertan en sus discípulos: el paralítico (Mc 2, 11), la mujer que sufría de hemorragia (Mt 9, 22), el centurión cuya fe provoca la admiración de Jesús (Mt 8,10) . Estas personas no llegan a hablar de Cristo, sin embargo, reciben un beneficio en sus vidas, sin convertirse en miembros de la comunidad de los discípulos. Por otra parte, están en camino , bajo la acción del Espíritu, hacia la plenitud del Reino de Dios.
[28] Cf. Jean-Marie DONEGANI,
Inculturización y fecundidad del creer, en Una nueva oportunidad para el Evangelio, pp. 29-45. El autor menciona características muy importantes de nuestra sociedad: la secularización que se caracteriza por la desinstitucionalización de la referencia religiosa y la pluralización de las identidades religiosas, profundamente marcadas por el subjetivismo, el probabilismo y el relativismo.
[29] Christifidelis laici, n°s 45-50.
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