289 - Octubre 2009

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Prólogo


El P. Oswald Firth, OMI, Asistente general, titular de la Cartera de la Misión del Gobierno central, pidió a varios Oblatos que escribieran artículos breves sobre el tema de la “Misión” a partir de sus propias experiencias y especialización. Este número de documentación O.M.I, es el primero de una serie que aparecerán en los próximos meses.

El autor de este ensayo es el P. David N. Power, OMI, nacido en Dublín, Irlanda, en 1932, profesor emérito de la Facultad de Teología y Estudios religiosos de la Universidad Católica de América, donde enseñó desde 1977 al 2000. Antes, enseñó en el escolasticado oblato de Piltown de 1957 a 1971; así como en el Instituto Milltown de Filosofía y Teología en Dublín y en el seminario mayor de Maynouth. Durante estos años, era superior del escolasticado oblato; fue a continuación superior del Escolasticado Internacional de Roma. Estando en Roma, enseñó en la Universidad Gregoriana y en la Universidad Santo Tomás de Aquino. Fue profesor invitado en la Universidad San Pablo de Ottawa, en la Facultad de Teología de San Antonio (EE.UU.), en la Universidad San Juan de Collegeville (EE.UU.) y en los seminarios mayores de Tahití y Sudáfrica (Cedara). Dos veces, fue profesor invitado por el Instituto Asiático de Pastoral de Manila, Filipinas. También enseñó en Australia, en Pakistán, y en Sri Lanka. Es el autor de doce libros y predicó retiros en Sri Lanka, Pakistán, Filipinas, Estados Unidos, Japón, Sudáfrica y en la Provincia anglo irlandesa.

Este ensayo fue escrito antes de la publicación de ‘Caritas in Veritate’ de Benedicto XVI.


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Sobre la misión hoy, enfrentada al secularismo,
a la globalización y a los retos que vienen del medio ambiente

Por David N. Power, OMI

Como cada uno de los temas de esta lista pediría un largo y preciso análisis, el objetivo limitado de este documento consiste en sugerir cómo se conectan y construyen juntos, en el contexto de un renacimiento de la misión oblata: anunciar la Buena noticia a los pobres. Se tratará en primer lugar de la globalización, a continuación de la ecología y en relación en estos dos puntos, el secularismo. Y algunos pensamientos sobre la misión concluirán este artículo.

Globalización


El término “globalización”, en su uso corriente, significa conexión de las personas, a través del globo, para hacerlas interactivas, debido al desarrollo de la economía, la política, los progresos tecnológicos, la salud, la educación, la tecnología de las comunicaciones y por supuesto, los pasatiempos. Se trata de experimentar el mundo de una manera esencialmente nueva, lo que afecta a la manera en que la gente, como sociedad, vive el espacio y el tiempo que transcurre, ya que la globalización de la economía y las formas de gobierno implican también la globalización de la cultura. Desde la colonización de otros continentes hecha por los europeos y desde que el comercio tomó un carácter global, hay nuevas formas de mercado y nuevas tecnologías, que han servido para acercar a los pueblos y hacerlos cada vez más interdependientes. Lo que señala la fase actual de globalización es su rapidez y el creciente papel variado de los cuerpos internacionales en la producción, el comercio, el gobierno y la promoción de la expresión estética.

Así, como algunas políticas económicas son causa de la pobreza creciente y son dañinas a las maneras tradicionales de vivir, se dice a veces que la globalización, bajo determinado aspecto, no hace más que proseguir las políticas liberales o neoliberales en economía y que por lo tanto, prolonga la soberanía creciente de las formas occidentales de la economía política y la vida cultural. Los que impugnan estas políticas se llaman “antiglobales”. Sin embargo, para tener una mejor idea cómo los intercambios globales afectan a la vida de la gente, es útil no concentrarse solamente en la economía y ver cómo el conjunto se desempeña en algunos ámbitos de la vida.

Se habla por supuesto, en primer lugar, de los intercambios económicos que favorecen a las grandes potencias económicas en detrimento de los otros países. El comercio y la producción, que afecta a las relaciones entre los países, descuidan a menudo los intereses y la conducta de los individuos y de las comunidades locales, en beneficio de los más fuertes. Con el hundimiento actual de las economías a nivel mundial, hay quizá una apertura hacia este otro modelo que ha sido siempre propuesto por los que se preocupan de ver como la pobreza se extiende en el mundo. Buscan un modelo para que los intercambios internacionales ofrezcan la posibilidad de un desarrollo sostenible en las comunidades locales, desarrollo tanto rural como urbano y que esté en favor de los pueblos más pobres. Esto coincide con las observaciones de los sociólogos y antropólogos, quienes dicen que la adaptación a nuevas realidades y su integración con modos de existencia duraderos deben intervenir en el interior de las comunidades locales vivas, sobre todo si se quiere que esta adaptación se convierta en un fenómeno cultural e intercultural que aporte una verdadera mejora. Los motivos para cambiar y los motivos para aceptar la novedad vienen de las culturas tradicionales y de las preocupaciones de la vida diaria, aunque lo global se cruza con lo local. Si se acepta este modelo, se evitará dar la primacía a las presiones del mercado en la preconcepción de una “economía mundial”. Esto puede retrasar algunos ideales de progreso e invitar a abrirse a maneras menos ricas, aunque no empobrecidas de vivir, lo que será difícilmente aceptable de parte de las naciones ricas.

La globalización afecta también a la política y a las instituciones del poder. Eso puede verse como una tentativa para imponer el estilo occidental a las otras naciones, aunque en este ámbito también, otro paradigma está a nuestra disposición. En un mundo donde una nación tomada como unidad cortada del resto no es viable y donde la interacción y la formulación de intereses comunes son vitales, este nuevo paradigma intenta formular objetivos generales y métodos de acción sobre los cuales todo el mundo puede estar de acuerdo. El objetivo propuesto es construir un mundo de intercambios en el comercio y relaciones internacionales, que se erija sobre un modelo de Gobierno local y de desarrollo sostenible, en que las interacciones globales se favorecerán, en vez de impedirlo. Los cuerpos internacionales de distintas clases pueden favorecer estos intercambios e interacciones, pero el éxito debe medirse en términos de empresas que construyan comunidades que se enriquezcan mutuamente. Lo que solo es posible por un intercambio entre los pueblos, en el ejercicio de algunas virtudes cívicas, vitales para la creación de una comunidad mundial. Estas virtudes parecen tener, a menudo, necesidad de una cualidad espiritual que pueda, sin embargo, ser definida. Implica una apertura a otros, con actitudes y acciones desinteresadas, una urgencia que debe permitir el pluralismo religioso y la libertad; resumidamente, todo lo que cultiva el sentido de una humanidad común.

Otro ámbito de la globalización, digno de todas las atenciones, es la comunicación, hecha posible gracias a las nuevas tecnologías y a la facilidad de los viajes. A menudo se escuchan quejas, diciendo que los métodos occidentales de comunicación se extienden y con ellos, los valores que degradan las costumbres tradicionales de expresión e intercambio. Algunos estudios concretos ponen de manifiesto que es posible otra comunicación y otras tecnologías que permitan lo que se llama el “techo de identidad”. Es decir que, los pueblos y las culturas puedan conservar sus tradiciones, abriéndose al mismo tiempo, aún más, disponiéndose a entrar en relación con otros, gracias a sus capacidades de ajuste o adaptación. Algunos de los estudios más útiles a este respecto, se concentran con las poblaciones de inmigrantes que se instalan en nuevos lugares y que poco a poco forman parte de la comunidad local, conservando al mismo tiempo sus propias maneras de hablar, actuar, recordar y comunicarse, incluso cuando se adecuan a las nuevas situaciones. Lo que se aprende en la proximidad de tales comunidades, proporciona instrumentos para comprender cómo los pueblos pueden asimilar la novedad, gracias a su apertura a otras culturas, sin abandonar las propias, ya sea lo que pasa en su país o en el extranjero. Esto ayuda a entender mejor lo que sucede en una escala de intercambios más extensos entre los pueblos, intercambios a menudo promovidos y organizados por organismos que comprometen a la gente, a través de las fronteras, en una variedad de ámbitos como la salud, la educación, los campeonatos deportivos, los juegos, por ejemplo de ajedrez, y las artes. Esto puede obviamente ser comercializado pero también puede permitir a los pueblos establecer intercambios enriquecedores que favorezcan el crecimiento cultural y la asimilación de nuevos encuentros, sin destruir ninguna identidad cultural particular.

Esta globalización multiforme afecta también el lugar de la religión en la sociedad, ya que ningún ideal, ninguna práctica religiosa puede ignorarla. La resistencia religiosa de algunos puede actuar como una fuerza de oposición a los intercambios globalizados, que incluso le son hostiles. La prontitud en el diálogo y en la cooperación, por otra parte, puede permitir a los miembros de religiones diferentes trabajar juntos y con el resto de la sociedad en la construcción de una comunidad humana universal, a condición de que ninguna religión aspire a un papel dominante en la estructuración futura o en la conducta común de la vida y la acción. Los que profesan una religión, deben ser capaces de trabajar recíprocamente todos juntos, para el bien común, en una sociedad pluralista. Aunque la religión no controle la vida pública, no debe necesariamente ser privatizada. Los organismos religiosos, inspirados por sus propias motivaciones, buscan en principio un consenso sobre los objetivos y la manera de promover el compartir, incluso con el no creyente. Es necesario que haya un espacio para las prácticas religiosas y determinada autonomía de los grupos religiosos, para que puedan trabajar dentro de una realidad social mayor y ofrecerle su contribución, pero eso se debe armonizar con las aspiraciones y las actividades comunes.

Por el momento, las Iglesias y las otras confesiones están aún en camino de elaborar la naturaleza y el método de su participación en la vida pública globalizada; cómo esto se refiere al secularismo, lo veremos más adelante. La Iglesia Católica se opone a dos tipos de globalización, favoreciendo al mismo tiempo algunos modelos de intercambios globalizados. Una cosa a la cual se opone es al conjunto de políticas económicas que alimentan el empobrecimiento de los pueblos y rechazan la autonomía de los intereses y las acciones. La otra es la globalización de los intereses y prácticas de consumo que denuncia frecuentemente. Al mismo tiempo, intenta promover una interacción global, basada en una visión ideal de un mundo alternativo, guiado por una solidaridad global, interesada por el desarrollo de los pobres, un mundo que suscriba la libertad religiosa, favoreciendo al mismo tiempo los valores espirituales, en un mundo que reclama el respeto por la creación, pensando, al mismo tiempo, en el futuro de la comunidad humana universal construida sobre una preocupación común por la justicia y la paz. En este contexto, este mundo sugiere que la relación a lo trascendente no puede eliminarse.

Buscando su lugar en esta comunidad global, las religiones organizadas, y en particular las Iglesias cristianas, actúan de dos maneras. Hablan de manera pública y global en aquellos lugares donde se construye el futuro, pero al mismo tiempo ponen un fuerte acento en el servicio de las comunidades locales. En medio de los cambios, las Iglesias, y la Iglesia Católica en particular, luchan para combinar las implicaciones de una vida de fe, con una opción particular por los pobres, atenta a los que sufren de los efectos negativos de algunas formas de globalización. Integrar todo lo que es humano en el Reino de Dios significa respetar a los pueblos y las herencias culturales, permitiéndoles encontrar su ritmo particular de crecimiento, dentro de un mundo globalmente interactivo. En el debate entre los partidarios de una democracia global que es más o menos norma universal y la gente que se orienta a la comunidad, más sensibles al bienestar local, los misioneros cristianos de hoy tienden a ponerse del lado de los abogados del desarrollo comunitario y las comunidades, sin suprimir la posibilidad de obrar recíprocamente en la diversidad. Como se dijo, esto va quizá a frenar algunos ideales de progreso, pero responde a los intereses de la opción de la Iglesia por los pobres.

Esta problemática se refleja naturalmente en la vida y el ministerio de Comunidades religiosas internacionales, dentro de la Iglesia Católica. Para mostrar cómo las cuestiones de globalización son tratadas, se puede tomar el ejemplo los decretos emitidos por la congregación general de los Jesuitas en enero de 2009. A raíz de un informe preparado por un Grupo de Trabajo, la globalización se describía como “un fenómeno que multiplica las interconexiones en el mundo. De alguna manera, se trata de una antigua dinámica y por otra parte el fenómeno es nuevo. La globalización no es solo un fenómeno económico, afecta también a la vida cultural, política, social, legal y religiosa”. El informe tenía en cuenta que las reacciones dependen de lo que son las experiencias presentes de pueblos distintos, aunque no es posible juzgar lo que vendrá. Tenía en cuenta también el riesgo de homogenizar a los pueblos y las culturas debido a la extensión y el uso de los medios de comunicación y sobre todo debido a la generalización de los mismos ideales políticos y culturales.

Perspectiva ecológica


Las recientes cuestiones en torno a la globalización parecen cristalizarse en torno a sus consecuencias sobre la ecología y el medioambiente. El conjunto del mundo parece haber llegado a ser cada vez más consciente del peligro ecológico, ya sea en la actualidad como en el futuro, lo que va a la par de la decadencia de las economías que favorecen a los más prósperos. Los sostenedores de un credo secular, como los espíritus religiosos, ven que para elaborar nuestro destino histórico, tenemos que desarrollar una conciencia ecológica, reforzar el respeto a la naturaleza y a la conciencia que la humanidad es una unidad con el conjunto de la creación. Promover la justicia, la paz y la preocupación por el medio ambiente va junto.

Los pecados contra el medio ambiente se realizan al mismo tiempo que incluso los pecados estructurales contra los seres humanos, y las prácticas injustas hieren a la humanidad y a la naturaleza. La gravedad del impacto de los intercambios de la producción y el comercio en el medio ambiente se muestran en el impacto a los pueblos y a las culturas. Los cambios ecológicos afectan las relaciones tradicionales con el medioambiente y el grupo social, las cuales se organizaron con el tiempo en torno a la vida común, la producción, el comercio y las festividades. El cambio se opone física y culturalmente a los pueblos cuando potencias políticas y económicas, nacionales o transnacionales, culturalmente insensibles, determinan las siguientes cosas: el uso que debe hacerse de los recursos naturales, donde la gente debe vivir y cómo debe vivir, qué relaciones debe establecer el uno con el otro dentro de las fronteras y fuera de ellas. En la escala ‘glocale’ (neologismo para decir que las situaciones locales son caracterizadas por los efectos de la globalización) produce resultados lamentables.

Hay actualmente un consenso universal sobre la necesidad de ver la integridad de la creación como “aventura histórica” en la cual la energía humana y cósmica se combinan con la energía terrestre. El papel del cristianismo en esta aventura es ambiguo. La clase de dualismo inherente a la historia del cristianismo contribuyó a descuidar el medio ambiente y la naturaleza; y los misioneros europeos contribuyeron a cambiar las relaciones tradicionales con el espacio y los hábitos. Incluso el desarrollo de las liturgias se revela como insensible a la ecología y a la cultura. En respuesta a esta historia, hay una llamada a revisitar la visión bíblica de la creación en el Génesis, en la cual los seres humanos y la naturaleza coinciden en la intención de Dios y en los libros proféticos que entretejen el destino humano y la tierra, tanto que no puede restaurarse el uno sin la otra. Retomando las frecuentes evaluaciones, Rosemary Radford Ruether ha escrito: “En la perspectiva bíblica, la violación de la naturaleza y la explotación de la gente en la sociedad se sobreponen como formando parte de una misma realidad, causando desastres en los dos ámbitos. No miramos al pasado sino hacia el porvenir, llevados por la representación social y la conversión al orden divino, de modo que la alianza con la creación pueda rectificarse y el ‘Shalom’ de Dios, vuelva a la naturaleza y a la sociedad.” (Readings in Ecology and Feminist Theology, 81).

El tema es tratado de distintas maneras en la teoría y en la práctica. Con bastante frecuencia, la preocupación ecológica está vinculada a las cuestiones de justicia social, destacando así el mal hecho a los pobres a través la explotación de los recursos naturales. Esto es ilustrado por algunas Resoluciones de las conferencias del Consejo Ecuménico de las Iglesias. La asamblea del COE en Seúl en 1990 trató la relación entre la justicia socioeconómica y la ecología duradera, y en Harare en 1998, un subgrupo hizo la lista de los abusos que hace el mercado globalizado en el uso de los recursos, mostrando cómo eso perjudica a los pobres y al mundo. Esta lista incluye el transporte en barco de los residuos tóxicos de las naciones industrializadas hacia el sur, los acuerdos de mercado libre que favorecen a las naciones ricas, la destrucción del bosque tropical y las presiones hechas sobre las naciones pobres para establecer políticas agrarias negativas, que orientan la producción, con el fin de reembolsar la deuda nacional. (Para más información véase www.wcc-coe.org).

Preocupaciones similares se encuentran en la enseñanza católica. En su mensaje para el Día de la Paz en 2007, el Papa Benedicto XVI dijo que: “El estrecho vínculo entre estas dos ecologías (humana y social) puede enlazarse a partir de los problemas crecientes del suministro de las energías… ¿Cuántas injusticias y conflictos no son causados por el curso a las fuentes de energía? … el respeto a la naturaleza está íntimamente vinculado a la necesidad de establecer, entre lo individuos y entre naciones, relaciones respetuosas de la dignidad de las personas, que sean capaces de cubrir sus necesidades auténticas… en efecto, si el desarrollo se limitaba al aspecto técnico-económico, dejando en la sombra la dimensión religiosa-moral, no sería un desarrollo integralmente humano, sino una deformación unilateral que terminaría por dar libre curso a las capacidades destructivas del hombre.” Volviendo de nuevo a estos temas en su mensaje para el Día Mundial de la Paz 2009, Benedicto XVI sugería luchar contra la pobreza; la comunidad internacional necesita un nuevo modelo de desarrollo que no esté basado en la distribución del capital, sino en la creación de economías duraderas para todos los que ahora viven en la pobreza. Tras dirigirse a todo el mundo, tenía en vista especialmente a los creyentes cristianos, para que con la fe en Jesucristo encuentren las motivaciones que los inspiren a actuar en esta dirección. (Estos documentos son accesibles en distintas lenguas en www.vatican.va).

Parte integral de la preocupación por la justicia es la promoción de enfoques culturalmente sensibles en cuestiones ecológicas, que favorezcan los cambios en la manera que tiene la humanidad de percibir la naturaleza. El universo y todas las cosas creadas son sagradas y deben ser consideradas apreciando sus maravillas y su belleza, su propia vida interior y desarrollo, más que ser explotadas al servicio de la humanidad. A partir de las plantaciones de árboles y jardines, pasando por los regímenes vegetarianos, las meditaciones en la naturaleza, para llegar a la práctica de rituales centrados en la tierra, la gente intenta desarrollar, en su alma, disposiciones ecológicamente más compatibles. El efecto de esto, a veces se duplica en un re-encantamiento del universo, que sucede a un período en que era común pensar en el mundo en términos de investigación humana o de explotación.

Más adecuado para los continentes pobres es el vínculo entre la explotación ecológica y los cambios en la situación vital de los pobres que afectan a su bienestar y a su identidad cultural. Es a partir de su medioambiente que la gente debe administrar los desequilibrios de las culturas indígenas, cuando se perturba la relación con el lugar, el espacio, los antepasados, las tradiciones de la tierra y las generaciones. Es necesario pues estar informado de la relación actual que los pueblos mantienen con la naturaleza y lo que eso significa para sus identidades culturales. La explotación del hombre y la de la naturaleza van juntas; pues hay de revisar la posibilidad de las políticas económicas que hacen viable la vida rural y urbana, de modo que la relación con la naturaleza, sus recursos y su incidencia en la identidad cultural, estén integradas en un proceso de desarrollo. La visión cósmica de las tradiciones y religiones asiáticas y africanas, así como de las poblaciones indígenas de las Américas, personifican un conocimiento y una espiritualidad donde los derechos humanos, las responsabilidades y las realidades comunitarias están vinculados íntimamente a la relación con el medioambiente. El estar en relación y la ayuda mutua expresan cómo las realidades humanas y ecológicas se entrecruzan. Los pueblos no dividen sus mundos entre lo sagrado y lo profano, sino que piensan, sienten y actúan como comunidades, “moldeadas” en un lugar para vivir. Incluir e integrar las prácticas rituales tradicionales es vital para apreciar cómo la gente se refiere al medioambiente; pero está en ellos que nos lo digan y con sus palabras, ya que no podemos confiarnos enteramente a los estudios de los antropólogos y sociólogos.

En una escala más global, probablemente la fuerza que promueva la llegada de una sociedad más sensible a la ecología nazca cuando el trabajo se deje inspirar por estas percepciones, aunque estas culturas entren en los intercambios globales y se ajusten a los nuevos movimientos. No se trata de ser ingenuo en cuanto a las culturas tradicionales, sus métodos pastorales y agrícolas, sus estructuras interpersonales o sus rituales que, a su manera, pueden ser nocivos. Se trata más bien de respetar sus percepciones básicas, incluso cuando son invitadas a participar en grandes intercambios y desarrollo, donde las tradiciones pueden preservarse y también adaptarse y purificarse internamente, cuando es necesario, según lo que la misma gente percibe.

Con estas perspectivas ecológicas a la vista ante la explotación desastrosa de los recursos naturales, los Obispos del CELAM, en el Documento de La Aparecida, en 2007, en su de conclusión (N°474), recomiendan un enfoque pastoral que incluya varios elementos. Extender el Evangelio del respeto al don de la creación, en cuanto a que los agentes pastorales estén presentes entre los pueblos, en la economía mundial actual, que son los más frágiles y los más amenazados por la depredación de la tierra y la distribución injusta de los beneficios, que vienen de la explotación de los recursos naturales. El documento indica también el efecto que las culturas trabajadas de modo diferente tienen sobre el medioambiente y el hábitat natural (N°480). Predica pues una búsqueda de un modelo alternativo de desarrollo, basado en el respeto a la ecología, la justicia y la solidaridad, y en el uso de los recursos de la tierra.

Esto no significa despreciar del todo los beneficios aportados por la globalización de la comunicación y las economías y por el suceso de los derechos humanos, sino que ayuda a ponerlos al servicio de una comunidad humana, que ve la disminución del sufrimiento y la pobreza, como la clave del verdadero desarrollo. Como dice el Papa Benedicto XVI: “Con el fin de orientar la globalización, es necesario un gran sentido de la solidaridad global entre los países ricos y los países pobres, así como dentro de cada país, incluidos los países ricos.” La solidaridad global debe incluir la solidaridad ecológica, o lo que algunos llaman ecología social, que pretende seriamente dar a luz los vínculos entre la explotación humana, la destrucción de las culturas y la explotación de los recursos naturales.

La secularización y sus consecuencias


El pensamiento secularista se encuentra detrás de muchos progresos humanos, y también en la retaguardia de algunas de las actividades más nocivas de un mundo globalizado, sobre todo las que afectan al desarrollo industrial y económico. Cómo la razón reclama para ella un lugar dominante en el progreso humano, se pregunta si la religión tiene aún un papel que desempeñar o si no es mejor para la gente trabajar juntas sobre la base de la razón y el ingenio humano.

Como para la globalización, la palabra “secularización” tiene varios sentidos. Se la critica a veces porque elimina de manera calculada toda referencia a Dios o a lo que puede superar el ámbito público, así como una determinada limitación del libre ejercicio de la religión o su enseñanza. Tal crítica significa que, en un mundo secularizado, la persona humana se convierte en la única medida del bien, lo que conduce a una cultura del individualismo, el hedonismo y el consumismo. Hay muchas de tales señales en el mundo de hoy, especialmente en algunas partes de Europa; denuncias fáciles que pueden, sin embargo, hacer ciega la búsqueda de las causas de la pérdida del lugar de la religión, como fuerza dominante en la sociedad, o situaciones más complejas en las cuales vivimos. La decepción en cuanto a la pérdida de influencia de la religión en la esfera pública y el proceso gradual de secularización que la acompaña, aún hoy están vigentes en la puesta en orden de los asuntos humanos, pero este fenómeno tiene una base histórica y social que es necesario comprender.

Cuando los postulados del siglo de las Luces tomaron el relevo de la religión en la puesta en orden de la sociedad, era para hacer frente a las fuerzas religiosas que parecían ir contra el verdadero progreso humano. En los siglos XVII y XVIII en Europa, algunos buscaban caminos para poner fin a la guerra, fomentada por la oposición entre los miembros de las Iglesias cristianas y para abrir nuevas corrientes de investigación y pensamiento, que no estuvieran obstruidas por los dictámenes religiosos. Cuando se desarrollaban, las corrientes modernas, alegando la participación popular en el Gobierno, las autoridades de la Iglesia Católica, a menudo, se opusieron al desarrollo de las sociedades democráticas y gobiernos participativos, viéndolos como contrarios al papel de la religión y sus ideales de una sociedad humana sujeta a Dios. También entraron en un largo conflicto con la corriente de pensamiento que se llamó modernismo, del qué, por otra parte, la Iglesia aún no ha salido completamente. Explicando el descontento ante una religión que todavía influye sobre la sociedad y la vida pública, algunos hablan de un triple desencanto: la duda en cuanto a la posibilidad de una influencia beneficiosa de la religión en la resolución pública de los asuntos humanos; el temor que pueda aún limitar el progreso científico; y finalmente su referencia a la tradición parece ser una base muy frágil para comprender el progreso.

Queda claro que en el mundo presente, los conflictos entre las Iglesias y ahora entre las religiones dificultan la colaboración y el establecimiento de un carácter basado en la paz. Esto existe no sólo cuando el fundamentalismo suscita directamente la hostilidad, sino también cuando los representantes religiosos desconfían los unos de los otros o se oponen a los poderes políticos basados en los fundamentos de los principios éticos y virtudes cívicas, sobre los cuales ellos mismos no están de acuerdo. Esta es la razón por la que muchos siguen creyendo que el esfuerzo para construir una comunidad mundial debería basarse en principios comunes, haciendo referencia a la razón humana. Esto quiere decir que la religión se verá marginada y desempeñará un papel menor en los asuntos humanos, a menos que las religiones encuentren nuevas maneras de trabajar con los otros en el terreno público. Pues, porque muchos en nuestro mundo, economistas, políticos y artistas, recurren aún más a la razón y a la creatividad humana que a la fe religiosa, hablamos de sociedad secularizada o mundo secularizado. Los términos secularismo y secularizado, sin embargo, son bastante ambiguos, como fáciles las situaciones, que pretenden describir.

Cuando alguien orientado religiosamente denigra el secularismo y la cultura secularista, parece tener a menudo en la cabeza dos cosas. Una es la posición de algunos Gobiernos o Estados que, de una u otra forma, niegan la libertad para que se practique la religión, por ejemplo eliminando las escuelas o prohibiendo a los institutos religiosos, asociaciones voluntarias, hospitales y clínicas, o para que desarrollen su manera de contribuir a la sociedad, siguiendo sus propios principios. El otro punto, escrito con mayúsculas en la denuncia de una cultura secular, es su degeneración en una cultura individualista, consumista y hedonista.

No es tan fácil medir la profundidad del pensamiento secular. Si el secularismo designa la ausencia de fe en la vida humana, o su total privatización, o su relegación a la vida doméstica y personal, los sociólogos, cuyo oficio es describir las sociedades sobre la base de observaciones rigurosas, son incapaces de declarar un solo país completamente secularizado. Cuando quieren hacer la ficha de un pueblo, dicen encontrar una tensión permanente entre las llamadas a los principios religiosos, las llamadas a la razón y a la creatividad humana, que quieren poner a la religión fuera del juego en la construcción de un carácter humano y ecológico. Está siempre el que quiere que toda referencia a Dios sea rechazada del ámbito público o que se niegue la libertad a que se practique la religión, pero eso no describe el enfoque de la mayoría de los ciudadanos del mundo o de un país en particular. En efecto, algunos sociólogos sostienen que no hay ausencia significativa de la creencia y la práctica religiosa en lo que solemos llamar las sociedades secularizadas, sino más bien un tipo diferente de religión. Lo que disminuyó, dicen, es la influencia de los organismos religiosos sobre sus miembros, en cuanto a creencias, ética y culto. Hay pues un movimiento que va de estos organismos religiosos hacia formas de religión más personal, o hacia comunidades más estrechamente controladas; sus motivaciones caen bajo el triple desencanto indicado más arriba.

Las Iglesias hacen un mal cálculo si no toman seriamente las razones que aporta la secularización y si se satisfacen con denuncias frecuentes. Es mejor hacer como dijo el Vaticano II en Gaudium et Spes 35-36, retomado por Benedicto XVI, que distingue los efectos positivos y negativos de la llamada a la razón, en la elaboración del futuro de la humanidad; escribe: “es una cuestión de actitud que la comunidad de creyentes debe adoptar ante las convicciones y solicitudes, reforzadas por el Iluminismo. Por una parte debe oponerse a la dictadura de la razón positivista que excluye a Dios de la vida de la comunidad y las organizaciones públicas… Por otro lado, se deben acoger las verdaderas conquistas del Iluminismo: los derechos humanos y sobre todo la libertad de religión y sus prácticas, y reconocerlos como elementos esenciales, para una religión auténtica.”

Mientras que el declive de la influencia de la religión se arraiga en el pasado, construir ahora un futuro para la humanidad se complica, porque la propia razón y las empresas humanas son ellas también fuente de decepción. En los albores del siglo XIX, este fenómeno comenzaba a amanecer en los nuevos poemas en torno a lo sagrado y a la toma de conciencia de los límites humanos en el control de la naturaleza y la sociedad; lo que no significa la restauración del principio Dios. Los motivos para dudar de la razón siguen acumulándose ante la evidencia del fracaso moral humano. El punto extremo que alega la capacidad de la persona humana para crear un mundo en el cual pueda vivir apareció con el régimen nazi y el exterminio de los judíos. Los desastres humanos y la crueldad en amplia escala no hicieron sino que se multiplicase desde entonces, dejando a la gente en la duda, en cuanto a las posibilidades mismas de una conducta razonable y la capacidad de pensar en el bien común. A la consternación ante los desastres humanos, se añade la nueva toma de conciencia del peligro ecológico, causado por las actividades humanas globales. Lo que se llama progreso en el desarrollo tecnológico y político parece haber fallado. Por todas partes, la gente se pregunta qué futuro posible puede tener la humanidad, con o sin religión.

Esta gran desilusión frente a la religión, la razón, las tradiciones humanas, la autoridad y frente a todo lo que cae bajo la denominación de cultura, a veces se describe como la condición postmoderna, más fácilmente localizable cuando encuentra una expresión pública e influye sobre el mundo artístico. Algunos sólo ven lo negativo y utilizan el término postmodernismo en un sentido peyorativo, viéndolo como una manera de vivir en un mundo que no tendría ningún futuro viable y ninguna verdad objetiva sobre la cual construirse. Por ir contra esta tendencia y encontrar a continuación una salida, es posible volver a caer en formas del fundamentalismo religioso premoderno o intentar encontrar un lugar para la fe bajo formas de otra edad. Sin embargo, como lo dijimos con respecto al secularismo, al rechazar demasiado rápidamente la postmodernidad, uno se expone a pasar al lado de una sana puesta en evidencia de los límites de la modernidad. Incluso la destrucción de modelos de fe, acción, unidad social y el mundo natural, considerada como necesaria, debido a su contenido ideológico, abre campos a la creatividad que mucho tiempo mantuvieron a distancia. Los pensadores, los líderes y algunos ciudadanos, descartados como postmodernistas, demuestran a menudo una gran pasión por la justicia y por la justicia hacia los marginados o los excluidos de la sociedad que han sido olvidados en el proceso del desarrollo humano. No quieren justicia solo para esta gente, estos grupos y estos individuos, sino que quieren crear un espacio para ellos, para que puedan desarrollar su propia creatividad, sirviendo a un orden del mundo más equitativo. Las orientaciones que se dibujan, como se podría decir, en las energías subterráneas, se manifiestan en los que promueven las “políticas verdes”, en las actividades de las mujeres que rompen con los moldes culturales, en los movimientos sociales de solidaridad entre los pobres y con los pobres, en pequeñas comunidades de fe y resistencia y en el volver a emerger de los pueblos indígenas, como socios en la construcción del futuro. El servir a la humanidad no puede ser una abstracción sino que se sitúa en comunidades de personas y en los movimientos de todo tipo.

Es casi imposible utilizar las palabras ‘secular’ o ‘posmoderno’ para describir el mundo en el cual vivimos. Hay algunas fuerzas en marcha, a las cuales se pueden aplicar estos adjetivos, pero el instinto religioso está también siempre vivo. En el mundo occidental, y entre los pueblos que acogieron las corrientes de la modernidad, cuando la gente deja las maneras tradicionales de practicar, más que denigrar la privatización de la religión o el hedonismo, debiéramos comprender sus desilusiones y sus búsquedas. Del mismo modo, en muchos lugares, la religión ya no es necesaria para la pertenencia social; es más bien un asunto de libre elección. No es el ejercicio enérgico de la autoridad, sino el testimonio y la credibilidad de las comunidades cristianas vivas las que deben convencer a la gente de la verdad y la fidelidad a Dios y la contribución del cristianismo al bien de la humanidad.

Una religión con una organización más blanda, tal como se la encuentra en las comunidades Pentecostales, halla el favor de los ciudadanos de esta edad secularizada, dónde la gente pierde su lugar, porque surgen cosas nuevas. Estas comunidades ofrecen las promesas divinas, están abiertas a la diversidad y conservan elementos que vienen de las religiones tradicionales o culturales que conectan con Cristo y el Espíritu. En lo que solemos llamar las sociedades tradicionales, el Pentecostalismo se combina a menudo con la corriente que mantiene las culturas tradicionales. Cuando tales comunidades se arraigan en las comunidades locales, reanudan por su cuenta una visión orgánica de la sociedad donde la relación a la tierra y a los antepasados forma parte del sentimiento religioso. Esta es la relación entre las visiones tradicionales de la sociedad en su relación al espacio y a los antepasados que surgió en las Iglesias de Iniciación Africana (a veces llamadas Africanas Independientes). Eso permite a las variadas fundaciones, la fluidez y la diversidad en la práctica de la religión, que permanecen a su vez dentro del mismo modelo de interdependencia, de él de las religiones tradicionales. Estas Iglesias pueden desempeñar un papel importante en la restauración ecológica, en las cuales se unen las comunidades humanas y la relación con la tierra.

El catolicismo, aceptando la inculturacion, intenta acercarse a la visión cósmica y orgánica de la comunidad y la sociedad humana, tal como se la encuentra en las Iglesias de la iniciación africana, lo que en principio, permite diversificarse según lo que es consustancial al pueblo. El potencial y la fuerza de una fe católica inculturada, sin embargo, se ven frustrados por la continuación de un control centralizado que pesa y por la exigencia que la doctrina, la catequesis, la piedad y la liturgia siguen siendo idénticas a través del tiempo. La crisis ecológica cultural del mundo, por la cual pasamos, sólo se resuelve con una sana relación en un lugar determinado y por el respeto a la cultura de las comunidades particulares, lo que sin embargo se ve frustrado por la negativa a aceptar la diversidad, cuya consecuencia es que la fe y la práctica religiosa no podrán integrarse a tal o cual comunidad.

En este sentido, podemos comprender porqué los observadores creen que el catolicismo y las grandes Iglesias resultantes de la Reforma podrán encontrar lugar en la sociedad y seguir la práctica religiosa, a condición de que se abran a la diversificación y al pluralismo. Deberán también comprometerse siempre más plenamente en el diálogo con las otras confesiones, si quieren juntas contribuir al bien común y al desarrollo de un nuevo orden del mundo.

En estas relaciones entre confesiones diferentes, hay muchos prejuicios y hostilidades que superar, pero la llamada a elaborar una reacción positiva común a la crisis ecológica es bien aceptada, dada la decepción y el cuestionamiento post modernos ya puestos en cuestión. Todas las religiones, ya sean teístas o no, en la formulación de sus creencias y sus prácticas, tienen conjuntamente tradiciones que consideran a la creación y las criaturas como sagradas. En otras palabras, el intentar entenderse mutuamente, sin prejuicios, podría llevar a trabajar juntas, para reanimar un enfoque espiritual del mundo y proseguir un bien común que de alguna manera, ha sido olvidado en la planificación del progreso humano. Tomemos el ejemplo del diálogo entre el Islam y el Cristianismo; se refiere a una transcendencia en la vida humana y se puede intercambiar cómo convergen el amor de Dios, el amor del próximo y el amor de las criaturas. Otro ejemplo es el diálogo entre cristianos y budistas cuyo fruto es volver más intensas estas actitudes y estas prácticas que cuidan el universo y sus fuerzas vitales.

La Iglesia en el mundo


La Iglesia se debate aún para encontrar su verdadera vocación, su verdadero papel y su identidad, como Iglesia de Dios en el mundo, porque, en su seno, no todos comparten, al respecto, la misma visión. Estas tensiones internas ya duran hace varios siglos, desde que la Iglesia perdió su papel dominante en el orden público. Siempre consciente de su llamada, a servir a los pobres, la Iglesia podría formar a sus miembros en las virtudes cívicas, pero mantener su propia organización religiosa, haciendo hincapié en la devoción y las obras caritativas, alimentando la vida de devoción de sus miembros y teniendo un compromiso con los pobres, en formas que no se encuentran en la sociedad. En nuestro tiempo, la Iglesia considera su lugar en un futuro orden global del mundo, definiéndose en términos de opción por los pobres. Hablar de opción por los pobres significa su voluntad de ir más allá de la simple caridad para promover su desarrollo. Sin embargo, no existe un consenso claro sobre lo que se comprende por “desarrollo humano integral”, ni sobre lo que se entiende por respeto a la creación, ni sobre la naturaleza del diálogo de la Iglesia con el mundo, ni acerca de cómo este afecta a la vida interior de la Iglesia y esto a pesar de la insistencia sobre el papel de los laicos y la existencia de una variedad de distintos movimientos laicos, en su forma y sus objetivos.

En la búsqueda del camino que nos espera, la Sagrada Escritura ha encontrado un nuevo papel para encender la devoción y la vida apostólica de los cristianos de hoy. Lo que fue fomentado por el Sínodo de 2008 sobre la Palabra de Dios. Para dar prueba públicamente del Reino de Dios en la sociedad secularizada, se pueden seguir distintos caminos. Unos predican un refuerzo de la autoridad del magisterio, una restauración del perfil sacro del sacerdote, una reactualización de las devociones preconciliares como la Adoración al Santísimo Sacramento, la confesión sacramental frecuente e incluso una vuelta de las indulgencias. Otros creen que hay una mayor libertad en las iglesias locales y que es en la vida de las comunidades donde se armonizan de nueva manera, el papel de los ministros ordenados y todos los bautizados, aceptando también escuchar las voces de los marginados. Ante un mundo global y secularizado, esta última corriente desea formas de oración que lleven a las Iglesias cristianas a encontrarse entre ellas y con miembros de otras confesiones. Al leer las Escrituras descubren una imagen renovada de Jesucristo que puso su propio ministerio al servicio del pueblo, en un mundo perturbado, dónde las identidades culturales y sociales eran amenazadas y donde la evolución política creaba masas de pobres. Ello da más sentido a la forma en que Jesús dio testimonio del Reino, en su predicación y en sus sufrimientos, y cómo Dios ha dado testimonio de él en su resurrección, prometiendo la victoria de la vida sobre la muerte. Seguir a Cristo en una solidaridad “glocalizada” significa estar atento a los sufrimientos vividos por la gente, en su medioambiente inmediato, en medio de la agitación de una existencia en cambio. Mientras subsista un profundo malestar y reine la corrupción de la cultura, la sociedad y la ética, ante los sufrimientos directamente experimentados y ante la pobreza, el testimonio del Evangelio puede aportar la esperanza y grandes promesas, poniendo de manifiesto que la vida resucitada triunfa sobre la muerte y todas sus manifestaciones.

La comunidad oblata


Los Oblatos no son extraños a las tensiones eclesiales. La manera de resolver estas tensiones tendrá una gran influencia sobre cómo van a poder combinar su carisma fundacional del servicio a los pobres con la misión en la secularidad recientemente adoptada. La resolución de estas tensiones internas influirá también sobre el lugar de los laicos asociados, como lo harán también los caminos que adoptarán para vivir más conscientemente como cuerpo internacional. Tensiones tan potencialmente creativas en la manera de integrar el compromiso sobre las cuestiones de justicia, paz y preocupación del medio ambiente, al servicio del cual ahora son enviados algunos Oblatos, y la presencia más tradicional de las comunidades apostólicas entre los pobres.

El discernimiento es muy necesario. Dos cosas deberían ser capaces de reunir a todo el mundo y facilitar la elaboración de las orientaciones para el futuro. Una consistiría en integrar, en la vida de devoción y los trabajos apostólicos de las comunidades oblatas, la Palabra de Dios, leída en las Escrituras. La otra sería la búsqueda de maneras vivir la pobreza evangélica y apostólica, apropiada a la misión y al ministerio. Haríamos bien en volver a la carta del P. Steckling de 2002 sobre la Pobreza apostólica y escuchar al Papa Juan Pablo II sobre el lugar de la pobreza en la vida evangélica, en su carta sobre la Vida Consagrada N°90: “El testimonio (de la pobreza evangélica) será acompañado por un amor preferencial por los pobres y se mostrará especialmente compartiendo las condiciones de vida de los mas abandonados. Hay muchas comunidades que viven y trabajan entre los pobres y los marginados; abrazan sus condiciones de vida y comparten sus sufrimientos, sus problemas y sus peligros.” Escuchando esto, los Oblatos pueden fácilmente sentirse de acuerdo con la llamada pastoral de la Aparecida, para estar presente entre las comunidades más frágiles de la tierra.

Los Oblatos están llamados a revisar su práctica de la pobreza evangélica voluntaria, con el fin de reforzar su solidaridad con los pobres y desarrollar una atención vivida en la Palabra de Dios. Buscaran una manera verdaderamente evangélica de estar presentes entre la gente, cuyas vidas están perturbadas por las repercusiones negativas de una economía globalizada y de una tecnología, ella también globalizada, que pone en peligro, al mismo tiempo, la vida humana y los ecosistemas. Presentando algunas perspectivas sobre estos fenómenos, quizá este documento, aunque resumidamente, ayudará a poner de relieve este esfuerzo misionero.

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