Conversión: Nuevo corazón, nuevo Espíritu, nueva Misión
La Comisión precapitular pidió a una serie de Oblatos que escribieran una reflexión sobre algunos aspectos del tema elegido para el 35º Capítulo general. En los próximos meses, OMI Documentación publicará estas reflexiones. Se las puede también encontrar en el vínculo
Capítulo general de
www.omiworld.org así como en el vínculo
Documentación, sobre la misma página.
Estos textos se proponen ser útiles para la reflexión personal y común de los Oblatos y de sus Asociados laicos. Un Capítulo general no es un acontecimiento que sólo compromete a los capitulares electos y “ex officio”. Compromete a todos los que comparten el carisma de San Eugenio de Mazenod.
Centrados en la persona de Jesucristo, la fuente de nuestra misión, nos comprometemos a una conversión profunda y comunitaria.
Capítulos Generales de los Misioneros Oblatos
de María Inmaculada: 1972-2004
1972-1998: P. Ronald Carignan, OMI
2004: P. Oswald Firth, OMI
El Capítulo General de 1972El Capítulo de 1972 significó el comienzo de una nueva era en la Congregación. A mi modo de ver, fue un Capítulo-eje que marcó la agenda de la Congregación hasta hoy. Fueron tres los campos prioritarios de discusión señalados por los capitulares:
Misión, Valores Fundamentales oblatos y Comunidad. La primera tarea que asumió la asamblea plenaria fue la de “
clarificar nuestra mirada misionera y nuestro compromiso con los pobres”. Es el tema al que se prestó más atención. La Misión se había convertido en amplio campo para los individualismos en la Congregación, determinándose el Capítulo a recuperar el sentido colectivo de dirección y misión. Su documento clave, “La Mirada Misionera”, es considerado como un clásico oblato. Se dividía en tres secciones: 1
) Una mirada al mundo desde donde estamos; 2) Frente a estos desafíos misioneros, ¿quiénes somos?, 3) ¿Qué líneas concretas de acción se nos abren ahora?. En cierto sentido, este documento empleaba la dinámica del Prefacio del Fundador, produciendo un texto que halló eco en muchos oblatos. Se convirtió en un trampolín para un discernimiento continuo y para la re-forma de nuestra misión en los niveles regionales, provinciales y de comunidad local. En los años que siguieron al Capítulo del 72, apareció un enfoque más claro en estos niveles gracias a congresos y asambleas. El Capítulo General de 1986, en su documento “
Misioneros en el Mundo de Hoy” hizo que estas reflexiones produjeran frutos, y estableció una visión del mundo y de la evangelización de acuerdo a nuestras convicciones misioneras propias.
Los capitulares produjeron un segundo documento, “
Estructuras Administrativas” que trataba un deseo consolidado en la Congregación de descentralización y subsidiaridad. Se hicieron cambios significativos de organización en el Nivel General. Ya no se elegiría al Superior General de por vida, sino para un término de seis años. Podrá ser ayudado por un Vicario y dos Consejeros con residencia en Roma, uno para la misión y otro para la formación. Un Consejero General para cada una de las seis Regiones serviría de enlace y facilitaría la comunicación y colaboración entre la Administración General y las Regiones. De este modo, se abrió, un período de aprendizaje, experimentando lo que finalmente concluyó en el Capítulo de 1998, cuando los capitulares eligieron aceptar una versión revisada de la
Parte III: Organización, de nuestras Constituciones y Reglas.
El Cuerpo Capitular quería tratar la renovación de nuestro modo común de vida oblata. Debido a razones de tiempo y energías, no fue posible hacerlo. Se pidió al nuevo Equipo General que hiciera un documento sobre la comunidad basado en los valores que aparecieron en las discusiones de la Asamblea. Así, se publicó en otoño de 1972 un documento, “
Comunidad”, asociado al Capítulo de 1972. Reforzaba con claridad la idea de que la comunidad es parte esencial del Carisma Oblato, que la comunidad y la misión son inseparables en el pensamiento y los planes de Mons. de Mazenod. La reflexión que suscitó dicho documento se convirtió en el tema del Capítulo General de 1992, que produjo un sólido documento sobre la Comunidad Oblata: “
Testigos en Comunidad Apostólica”.
El Capítulo General de 1974.
El Capítulo General de 1974 tuvo lugar en un momento bastante difícil de nuestra historia reciente. Nuestro General, Richard Hanley, había dimitido, pues no se veía lo suficientemente capaz de dirigir la Congregación. En su corto tiempo de servicio, Richard se había convertido en un líder oblato muy amado. Su marcha fue un duro golpe para muchos. Se convocó el Capítulo de 1974 para elegir un nuevo Superior General y para tratar la crisis provocada por su renuncia.
En su carta de renuncia, Richard Hanley indicaba que los valores fundamentales de la vida religiosa tal como se vivían en la actualidad en la Iglesia, le resultaban cada vez más problemáticos. Los miembros del Capítulo no podían ignorar el desafío que presentaba esta confesión. El significado de la vida consagrada y de los votos en el contexto de nuestra vocación misionera oblata reclamaba un lugar privilegiado en la agenda capitular. Hubo mucho compartir personal en pequeños grupos, así como deliberaciones de toda la asamblea, en torno a tres cuestiones: 1) ¿Qué valores son los importantes en mi vida como oblato?; 2) ¿cuáles son los obstáculos que encuentro a la hora de hacer reales dichos valores en mi mismo y en mi vida oblata?; 3) ¿Cuáles son las ayudas que me permiten hacer concretos dichos valores?.
Los capitulares llegaron a una decisión sobre los valores fundamentales como oblatos y sobre nuestro compromiso como Congregación con la Vida Religiosa. Retrospectivamente hablando, se hizo claro que el Capítulo de 1972, tan valioso en su mirada misionera, no había subryado suficientemente la relación entre la misión oblata y nuestra vida religiosa. Los participantes querían transmitir lo más claramente posible una postura innegociable a los miembros de la Congregación. Escogieron escribir una carta “
De los Capitulares de 1974 a todos su hermanos oblatos”. En un pasaje fundamental, la Asamblea Capitular escribió: “
Para ser más significativa, nuestra consagración a Jesucristo nos compromete conjuntamente al ideal de vida que nos proponen nuestras Constituciones. El Prefacio, además, nos da ímpetus y favorece el cumplimiento constante de esas constituciones. Por ello reafirmamos nuestra fe en la vida religiosa apostólica”.
Se eligió Superior General al P. Fernand Jetté y al P. Francis George como Vicario General. Se designó un Comité Post-Capitular para que trabajara en la preparación de un texto revisado de las Constituciones y Reglas a presentar en el Capítulo de 1980. El P. Jetté insistió en que todo es gracia y en que debíamos vivir a fondo el momento de gracia que nos proporciona este difícil suceso. Parecía que habíamos pasado la prueba como Congregación.
El Capítulo General de 1980.
El Capítulo de 1974
se dedicó, fundamentalmente, a producir un texto revisado de nuestras Constituciones y Reglas, como requería la Iglesia posconciliar. No era la primera vez que se revisaban nuestras Constituciones y Reglas. En vida del Fundador, nuestro texto varias veces fue modificado como respuesta a las necesidades de expansión. En 1926, nuestro texto se adaptó para tener en cuenta las observacions de las nuevas normas sobre la Vida Religiosa incluidas en el Código de Derecho Canónico de 1917. El Capítulo de 1966 elaboró un texto que parecía reflejar la visión y el espíritu del Concilio Vaticano II. Este texto debía ser estudiado y terminado en el Capítulo de 1972. Sin embargo, dicho Capítulo fue incapaz de emprender esta tarea, prefiriendo producir tres documentos que influenciaran, finalmente, en el texto revisado que produjo el Capítulo de 1980.
Los capitulares del Capítulo de 1980 aceptaron como documento de trabajo un texto preparado por una Comisión especial establecida en 1975 y encabezada el P. Alexander Taché. Junto con el texto, la Comisión reunió 16 volúmenes de comentarios provenientes de distintos sectores de la Congregación.
El texto fue revisado, discutido, acortado y pulido y, finalmente, unánimemente aceptado por la Asamblea. Yo fui uno de los moderadores del Capítulo y, al final de los procedimientos, percibí una congregación internacional muy unida. El P. Fernand Jetté fue elegido General para un segundo término y el P. Francis George para un segundo término como Vicario General.
El Capítulo General de 1986.
El tema para el Capítulo de 1986 fue “
Misioneros en el Mundo de Hoy”. La Asamblea trabajó duro para explorar las características emergentes de la misión oblata en un mundo de cambios cuánticos. ¿Como oímos el llamamiento de los pobres en este mundo?. ¿Cómo promovemos la justicia?. ¿Cómo tratamos la secularización y la Inculturización?. ¿Cómo unimos Comunidad y Misión?.
¡El documento del Capítulo es digno de que se vuelva a él!.
Se eligió al P. Marcello Zago Superior General. Al final del Capítulo, Juan Pablo II recibió a los capitulares en audiencia privada, en la que tuvo palabras de gran elogio hacia el P. Zago. “Me dirijo primeramente a quien ustedes acaban de elegir como su nuevo Superior General, Padre Marcello Zago, cuyo buen trabajo en el Secretariado para los No-Cristianos he estimado. Le ofrezco mis deseos de fructífero servicio a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada”. El Papa añadió al final de su intervención: “Deseo terminar esta conversación familiar invitándoles a mirar de nuevo al lugar de la Virgen Inmaculada en la vida personal de ustedes, sus comunidades y su trabajo misionero. Ustedes recuerdan que el Beato Eugenio, habiéndose decidido primeramente por el nombre de “Oblatos de San Carlos”, estando en Roma tuvo la intuición de uno distinto: “Oblatos de María”. El 22 de diciembre de 1825, escribió al Padre Tempier: “¡Oblatos de María!. Este nombre halaga el corazón y el oído”. Ustedes saben (...) que su Fundador atribuía a esta Buena Madre una gracia singular: una certeza interior de la excelencia de esta sociedad y del bien que iba a hacer en el futuro”.
El Capítulo General de 1992.
El Capítulo General de 1992, fue un capítulo de mitad de camino para el P. Marcello Zago. Fue unánimemente reelegido como General en la primera votación. Durante su primer mandato había insistido, una y otra vez, en que la comunidad es un elemento esencial del carisma oblato y que, como tal, era la clave del futuro de la Congregación. Así, tras consultar a los oblatos de todo el mundo, anunció en su Carta de Convocatoria a la Congregación que la comunidad permanecería como uno de los temas principales del Capítulo de 1992. Los capitulares pasaron mucho tiempo reflexionando sobre la cuestión de la comunidad en nuestra experiencia actual como Congregación y sobre la falta de una vida comunitaria real en muchos sectores de la Congregación. El resultado del mes de deliberaciones del Capítulo produjo un documento excepcional titulado: “
Testigos en Comunidad Apostólica”. El Capítulo afirmó que,
como Oblatos, la primera tarea de nuestra actividad evangelizadora es buscar lograr la calidad en nuestra vida comunitaria; que
el compartir económico constituye una dimensión esencial en nuestra vida en comunión e interdependencia.
El Capítulo de 1992 abrió también un tema que ha recibido una atención renovada desde entonces:
Nuevas Formas de Asociación con el Laicado. Se estaba haciendo evidente una nueva realidad: familias,
parejas casadas, solteros y jóvenes desean estar más estrechamente unidos con nosotros y manifiestan un especial compromiso con nuestro carisma.
El Capítulo hizo una declaración sobre los
Medios de Comunicación Social. En ella los capitulares pedían que “el Superior General y el Consejo presten atención especial al campo de los medios, y que busquen desarrollar los recursos apropiados en la Congregación”. El Capítulo apoyó “
el desarrollo de una red internacional de comunicación oblata”.
En una declaración sobre las
Finanzas y el Compartir, el Capítulo se comprometió al
Compartir de Capital en la Congregación y “mandó al General en Consejo crear los medios apropiados para la implementación del compartir de capital”.
El Capítulo General de 1992 fue un Capítulo muy activo e innovador y llevó a seis años de un liderazgo muy creativo en el segundo mandato del Padre Zago como Superior General. Además de lo anterior, el Capítulo de 1992 también hizo declaraciones sobre
El Aniversario de los 500 Años de Evangelización en las Américas, sobre los
Oblatos Mayores, los
Centros Oblatos de Estudios Teológicos, la
Asociación para el Estudio e Investigación Oblatos y las
Estructuras Administrativas. Todas ellas son dignas de releerse.
El Capítulo General de 1998.
El Capítulo de 1998 fue bastante particular. Fue el primer Capítulo desde la canonización del Fundador, así como el último del segundo milenio. La Comisión Preparatoria acentúo fuertemente la autoevaluación como misioneros, así como clarificar nuestras expectativas en el umbral del tercer milenio. Respecto a lo primero, los documentos preparatorios se consideraron como algo negativos y los capitulares parecían buscar un tema. La historia en último término juzgará este Capítulo. Sin embargo, para la mayoría de los participantes, se convirtió en un acontecimiento que abrió una perspectiva espiritual nueva para la Congregación.
La realidad de la esperanza surgió como símbolo unificador para los oblatos dispersos por el mundo. Como se expresa en el Documento Capitular,
Evangelizar a los Pobres en el Umbral del Tercer Milenio, “
este Capítulo incluso al preguntarnos como revisar tanto el dolor real que, tan a menudo, caracteriza hoy a la humanidad y nuestros límites, también suscita en nosotros una inmensa esperanza”.
Un momento bastante singular marcó la apertura del Capítulo General. Laicos de distintas Regiones Oblatas se encontraban presentes y participaron en las deliberaciones. Hablaron con los capitulares sobres sus experiencias y presentaron sus ideas sobre la participación en el carisma oblato. Ellos vieron amplios campos de reciprocidad y solidaridad. Los capitulares prepararon una declaración especial, en forma de carta a nuestros laicos asociados, indicando que el Capítulo había mandado un grupo de trabajo para una reflexión posterior sobre las distintas formas de asociación y para “buscar mejores vías de expresarlo en nuestras Constituciones y Reglas”.
Se eligió un nuevo Superior General en la persona del P. Guillermo Steckling, que había servido en la administración anterior como Asistente General para la Formación. Eugene King fue elegido Vicario General. Se aprobaron importantes resoluciones sobre los Medios y el Compartir de Capital.
Febrero de 2009.
Capítulo General de 2004.
El XXIV Capítulo General supuso, de muchas maneras, un momento de autoevaluación de la Congregación. En este contexto, el Capítulo puede considerarse como un punto crucial del
Proyecto Inmensa Esperanza, un proceso durante el cual se pidió a cada Unidad de la Congregación que evaluara y escrutara su visión y misión, su estrategia misionera, su vida comunitaria y su ministerio a la luz de nuestro carisma oblato. El Capítulo no puso fin al
Proyecto Inmensa Esperanza; en lugar de ello, urgió a cada unidad oblata que lo considerara como instrumento y proceso continuo de autoevaluación y de planificación de la misión.
Durante el Capítulo, los informes del Superior General y de las Regiones ayudaron a nombrar nuestros puntos fuertes y débiles actuales como Congregación, y subrayaron los enormes cambios demográficos que han cambiado radicalmente el rostro de la Congregación. El Capítulo también afirmó que nuestras fuerzas reales han de encontrarse no en las cifras, sino en el espíritu de
solidaridad e
internacionalidad de todos los miembros, que comprenden la Congregación entera.
El Capítulo lanzó un desafío a todos los oblatos. Reconociendo que el mundo está cambiando radicalmente, el Capítulo quiso que los oblatos abandonáramos las estrategias favoritas, los campos donde nos encontramos cómodos, y que como peregrinos estuviéramos abiertos a la impredecibilidad del plan de Dios para la Congregación. Los modelos para dicho desafío son Abrahám y Sara, cuando Dios los llamó a dejar su tierra natal y establecerse en lo desconocido e infamiliar. Hacer frente a una nueva comprensión de la cultura, etnicidad, religión, ideología y género en el mundo de hoy, “
cruzando fronteras familiares”, se convirtió en el estribillo del Capítulo.
Al tiempo que, por un lado, el Capítulo urgía a las unidades oblatas a revitalizar y actualizar los métodos misioneros tradicionales, tales como el ministerio parroquial, la catequesis, la práctica pastoral y las liturgias, por otro animaba a los oblatos a explorar la posibilidad de establecer nuevas comunidades piloto internacionales para responder a los desafíos que presenta la secularidad, el fundamentalismo y las sectas.
Otros campos en los que el Capítulo concentró su atención fueron: 1) Promoción de la Justicia, Paz e Integridad de la Creación, tanto en nuestras comunidades como en las casas de formación; 2) Desarrollo de un proceso de animación en toda la Congregación que se centre en las necesidades del oblato como ministro de la esperanza; 3) establecer una Comisión de oblatos y asociados; 4) consolidar las casas de formación; 5) reintroducir la misión con los jóvenes en las Constituciones y Reglas como prioridad misionera; 6) revisar las estructuras de liderazgo y gobierno en la Congregación; 7) desarrollar una iniciativa de Compartir de Capital II; 8) crear una red de oblatos en Educación Superior; 9) apoyar a los oblatos que se centren en el diálogo inter-religioso e inter-cultural, y 10) establecer una Comité Permanente para los Hermanos.
La conversión se da cuando encontramos
un tesoro oculto en un campo.
P. Stuart C. Bate, OMI
La conversión se da cuando encontramos un tesoro oculto en un campo. La conversión viene de Dios. Promovemos la conversión cuando mostramos a los demás el tesoro. La conversión viene de la evangelización, testimoniando la Buena Nueva como algo bueno y algo nuevo. La Buena Nueva puede ser algo agradable, pero también puede asustar. La conversión se da en la cultura: en la cultura por medio de la actividad cristiana y en la socialización en la cultura de la Vida Religiosa.
La conversión se da cuando encontramos un tesoro oculto en un campo.
El proceso de conversión es descrito por Jesús como lo que le ocurre a alguien cuando encuentra un tesoro oculto en un campo (cfr. Mt 13, 44). Su vida cambia y todo lo que antes era tan importante para él se muestra como sin valor relativo, por lo que cambia de dirección despojándose de todo lo que era importante antes, con el fin de marchar su reivindicación sobre este nuevo tesoro. Para esta persona “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca”, por lo que se ve llamado a “convertirse (
metanoiete) y creer la Buena Nueva” (Mc 1, 15).
La conversión es la experiencia de dar media vuelta; es un cambio de mente, un cambio de corazón y un cambio de dirección. Hace relación a la experiencia de que algo tan maravilloso ocurre en nuestra vida que decidimos cambiar su curso. Es lo que sucede en los momentos fundacionales fuertes de nuestra vida. Es lo que ocurre cuando la gente se enamora, se casa y cría los hijos. Es lo que sucede cuando la gente es liberada de la esclavitud y la opresión. Es lo que se produce cuando nos convertimos en verdaderos creyentes. Es lo que le ocurrió a San Eugenio en la experiencia del Viernes Santo: “Este momento parecía muy diferente de otros que yo había experimentado en otras circunstancias (...). Nunca me había sentido tan feliz (...). ¿Qué más puedo decir?. ¿Cómo podré intentar describir lo que sentí, cuando todo lo que necesito es pensar en ello y mi corazón se llena de dulce consuelo?” (Hubening, pág. 60). Muchos de nosotros podemos unir nuestra propia opción vocacional a momentos fundacionales como éste, en que se nos muestra un tesoro, un tesoro tan precioso que cambiamos, decidimos dejar atrás nuestra vida pasada y comenzamos una vida nueva. Nuestra vocación oblata normalmente tienen su raíz en experiencias fundacionales como esta, sea cuando decidimos ingresar, o bien ya durante el programa de formación. La experiencia inicial es la de un bien abrumador y la de una atracción: la atracción del bien hace que nos volvamos y sigamos un camino nuevo. ¡Tal es la conversión!. ¡Tal es la
metanoia!.
La conversión viene de Dios.
El tesoro viene de Dios. Nos sobreviene por acción suya cuando el tiempo (
kairos) se ha cumplido para nosotros. Ese
kairos siempre queda como algo fundamental en nuestra vida y si perdemos el camino como resultado de las dificultades que se dan en nuestro camino, entonces somos llamados a volver a la experiencia original para redescubrirla.
En la conversión se nos ofrece la salvación como don gratuito, pues viene del amor. Dios es amor: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4, 9-10). Todo nuestro itinerario espiritual se funda en esta verdad. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no han enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3, 16-17). Sólo por medio de la conversión llegamos a esta verdad.
La Iglesia terrena ha sido fundada por Dios como organización misionera cuyo propósito es proclamar la conversión con el fin de llevar a los hombres a la salvación según el plan del Padre, que brota de un “amor fontal” (AG 2).
Esta Divina Misión, fundada en el amor de Dios por nosotros, toma carne para toda la humanidad en la Misión de Jesucristo de proclamar el Amor de Dios hacia nosotros con hechos y palabras. Ella continúa en la misión del Espíritu Santo enviado por Jesús como “como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a la plenitud su obra en el mundo” (Plegaria Eucarística IV).
El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta totalmente en el Misterio Pascual en el que Jesús nos muestra el camino de la salvación. El camino de salvación es el camino de la cruz. Es la metáfora fundamental para la conversión. La Filiación Divina pasa la prueba final en el Misterio Pascual. Al enviarnos a Jesucristo, el Padre ha hecho todo lo posible para la salvación de la humanidad. Tras ello, Dios permanece en silencio
[1]. No tiene más que decir. Ahora bien, sin nuestra conversión propia a este modo de vida no podemos responder al llamamiento de Dios.
La misión del Espíritu Santo es continuar inspirando a la Iglesia para ayudar a los hombres a encontrar el tesoro por medio de la actividad de sus miembros. El Espíritu Santo guía todas nuestras actividades de misioneros de la Iglesia, pues es el Alma de la Iglesia (EN 75) y agente principal de toda la misión de la Iglesia (RM 21). En nuestra conversión, el Espíritu Santo continúa urgiéndonos a vivir esta conversión persuadiéndonos del pecado (Jn 16; DeV 46), pues el pecado lleva a la muerte y la fe a la vida (Rom. 6, 23).
Promovemos la conversión cuando mostramos a los demás el tesoro.
Los discípulos dieron un giro a sus vidas porque Jesús les dijo “vengan y verán” y evidenciaron los maravillosos sucesos de su ministerio con hechos y palabras. Cuando los apóstoles comenzaron su propio ministerio en Pentecostés, Pedro reveló, en la teofanía, el tesoro que supone la Buena Nueva de salvación de Jesucristo, que obró maravillas entre ellos y a quien Dios alzó de entre los muertos y “unos tres mil se convirtieron en aquél día” (Hech. 2). En su predicación a los pobres de Marsella, S. Eugenio mostró el tesoro que Dios había puesto en cada uno de ellos, en contraste con lo que el mundo pensaba de ellos. “Que sus ojos traspasen de una vez los harapos que les cubren. Hay dentro de ustedes un alma inmortal (...), más preciosa para Dios que todas las riquezas de la tierra (...). ¡Cristianos, reconozcan su dignidad! (Hubening pág. 88).
Los misioneros oblatos por todo el mundo han mostrado el tesoro a hombres de todas partes, promoviendo así la conversión. El año pasado tuve el privilegio de asistir al 100º aniversario de la parroquia de Maphumulo en KwaZulu, Natal. En 1909 fue cuando el P. Julius L’HOTE, OMI, dejó a caballo Montebello para llegar al
kraal de Camillus Mkhize. Pasó la noche en casa de Camillus y celebró la misa la mañana siguiente: 20 de abril de 1909. Fue la primera Misa en Maphumulo. El P. L’Hote continuó sirviendo como sacerdote en Maphumulo hasta su muerte, en 1956 y celebró aquí sus Bodas de Oro sacerdotales. La mayor parte de estos años los pasó trabajando junto a Camillus Mkhize, que fue catequista hasta 1947. Esta misión produjo muchos puestos de misión, escuelas, gran número de cristianos y muchas vocaciones, incluyendo a un obispo, otros dos sacerdotes y muchas religiosas, y muchas conversiones. Este testimonio de un oblato poco conocido es importante pues se repite por todo el mundo, gracias a los esfuerzos de oblatos desconocidos que han mostrado el tesoro a los hombres y han construido la Iglesia en el mundo moderno.
La conversión viene de la evangelización,
testimoniando la Buena Nueva como algo bueno y algo nuevo.
Como oblatos, estamos llamados a evangelizar, siguiendo en ello a Jesús, los apóstoles, S. Eugenio y todos los santos y oblatos que han caminado antes que nosotros. Evangelizar significa llevar la Buena Nueva a los hombres. Ahora bien, hay dos componentes de la evangelización que son esenciales, aunque a menudo se olvidan. Resultan obvios, pero, precisamente por ello, a veces no somos lo suficientemente conscientes de su importancia.
Evangelizar significa llevar la Buena Nueva. El primer criterio para la Buena Nueva es que ha de ser buena, y el segundo es que ha de ser nueva. Ello significa que cuando evangelizamos estamos llamados a asegurar que lo que hacemos sea vivido en el corazón de los destinatarios como algo
bueno para ellos, un tesoro si se quiere. Las historias evangélicas de las palabras y hechos de Jesús irradian bondad. Ello sucede porque en sus curaciones, signos, palabras de consuelo, bendición y apoyo, Jesús se inserta en la vida diaria de los hombres que encuentra, y trae algo bueno como respuesta a sus necesidades humanas. Y tal es nuestro llamamiento como misioneros. Es la esencia de estar cerca de la gente.
Pero evangelizar ha de traer algo
nuevo a los corazones y almas de los destinatarios. Cuando Jesús trajo la Buena Noticia: “Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto?. ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad...! – se preguntaban –. Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” (Mc 1, 27-28).
¡Esta Buena Nueva ha de ser buena y nueva!. Ello parece un comentario obvio. Pero lo más sorprendente es cuán a menudo en nuestro ministerio podemos olvidar estos dos criterios y hundirnos en la rutina y la repetición de la tarea pastoral diaria. ¡Y al repetir lo viejo nos sorprendemos de la pobreza de sus frutos!. ¡Ello es lo más sorprendente!.
En realidad, Dios en Cristo continúa llamando a los hombres a que participen en su gran plan de salvación del mundo (cfr. Ef 1; 1 Cor. 15). Un llamamiento especial es la vocación a la vida y servicio sacerdotales. Normalmente oímos el llamamiento de Dios en el ejemplo de aquellos que nos rodean, que nos desafían e inspiran con el testimonio de sus vidas. Es sorprendente cuán a menudo nuestro testimonio y el ejemplo de la Buena Nueva pueden tocar a otros y llevarlos a comprometerse. Ello es especialmente cierto respecto a la vocación sacerdotal y religiosa, donde el ejemplo de un sacerdote celoso y santo es el camino en que muchos jóvenes son retados a examinar sus elecciones de futuro (DMVP 32). Este testimonio puede estar inspirado por diferentes tipos de dones y talentos sacerdotales. Algunos párrocos muestran el tesoro preparando las celebraciones de los sacramentos y dirigiéndolas con unción y dignidad. Otros muestran el tesoro de la presencia de Dios con su ministerio específico con los enfermos y moribundos. Aún hay otros que tienen el don especial de predicar como mediadores de la Palabra de Dios y los corazones de los hombres. Algunos muestran un compromiso particular con los pobres y los que sufren en la parroquia. No hay una sola receta, sino que lo común a todos es el ejemplo de hombres que han encontrado al Señor, que lo conocen y que viven su relación con Jesús en el servicio a los hombres que están llamados a guiar. ¡Y llevan el bien y cada día lo vuelven a hacer!.
El P. Julius L’Hote, el misionero oblato al que me referí antes, tuvo un influjo similar en un joven que quedó especialmente inspirado por el espíritu de oración del padre y por su amor a la gente. Recordaba la compasión del misionero durante la epidemia de malaria, visitando a los enfermos y cuidando de ellos. Y siendo un monaguillo de 13 años, dijo al padre L’Hote: “Quiero hacer lo que haces”. Este chico, Dominic Khumalo, se convirtió en oblato, sacerdote y, finalmente, Obispo Auxiliar de Durban.
Ejemplos como este en que los misioneros llevan el tesoro que se les ha revelado y que lo muestran a otros inspiran a jóvenes (a veces a adultos) a contemplar el valor y, ciertamente, la inconmensurable necesidad de la vida de un Sacerdote. Y en este modo de pensar, están más abiertos a las urgencias del Espíritu Santo que, delicadamente, les reta a venir y verlo más por sí mismos (cfr. Jn 1, 39).
La Buena Nueva puede ser algo agradable, pero también puede asustar.
La vida de Jesús muestra pronto que la Buena Nueva tiene dos niveles. Y, si somos sus seguidores comprometidos con la misión de la Iglesia, entonces será lo mismo para nosotros. En los primeros capítulos de la historia evangélica, la Buena Nueva resulta, fundamentalmente, agradable y gozosa. Resulta una muy buena noticia para la gente y las multitudes crecen y le siguen. En nuestra actividad misionera también llevamos esta clase de Buena Nueva, especialmente cuando hacemos frente a las necesidades inmediatas de la gente a la hora de establecer iglesias y lugares de culto, ofreciendo educación, promoviendo la justicia social y el desarrollo, proporcionando sitios de curación y de bienestar, predicando retiros y dirigiendo peregrinaciones, etc. Nosotros, oblatos, hemos estado implicados en todas estas actividades y hemos mostrado la gozosa Buena Nueva del Evangelio como un tesoro para la gente.
Pero, en la segunda mitad del Evangelio, la Buena Nueva toma un cariz de mensaje urgente y oscuro en la promesa del viaje a Jerusalén, sufrimiento y muerte. Ello comienza con la profesión de fe de Pedro y la transfiguración en el monte (Mateo, Marcos 8, Lucas 9). Tras haber visto que los discípulos comprendieron la Buena Nueva y quién era Él, en respuesta Jesús comienza o revela un lado más profundo y difícil de la Buena Nueva al anunciar el viaje a Jerusalén para sufrir y morir en la cruz. Tras oír estas noticias espantosas, Pedro le reprende y, entonces, aquél a quien Jesús ha proclamado bendito y roca sobre la que la Iglesia habrá de construirse, es él mismo reprendido como Satanás, pues “estás no del lado de Dios, sino de los hombres”.
Desde entonces el mensaje de la Buena Nueva se hace cada vez más difícil: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25). Esta parte del tesoro resulta dura de ver y aceptar para los hombres y, según avanza la historia, las gentes abandonan a Jesús hasta el punto de que en la cruz está solo: abandonado, negado incluso por sus discípulos más cercanos. Esta dimensión más profunda y dura de la Buena Noticia está unida a la lucha contra el demonio y el sufrimiento inevitable que ello implica. Se trata del viaje a Jerusalén que supondrá el sufrimiento y la muerte de Jesús en la cruz quien, con este acto, cumple su fin como salvador del mundo (Jn 19, 30).
La aparentemente mala Buena Noticia de la segunda parte del Evangelio es, sin embargo, la verdadera Buena Noticia. Es el poder de la cruz que nos permite que estemos salvados y que el reino esté en nosotros. En la crucifixión asume toda nuestra humanidad, incluidos nuestros pecados, y, por sus heridas, somos salvados. Es el verdadero tesoro, ya que “lo que no es crucificado no es sanado” (cfr. Gregorio Nacianceno, Epístola 101).
Es la muerte de Jesús en la cruz lo que nos abre el camino al reino y no la Buena Nueva de las curaciones y la predicación. Éstos, en realidad, son los frutos de esta redención. Jesús accede a ser el pastor entre los lobos y víctima para nosotros para que podamos participar en su vida. El ministerio y la misión exigen que nosotros también recorramos el mismo camino. Es el poder y autoridad que se nos confiere al convertirnos en apóstoles. Es, también, la parte dura de la conversión.
Si deseamos llevar la Buena Nueva a la gente, entonces tenemos que recordar estas dos partes del mensaje evangélico. A veces, los que están comprometidos en el ministerio sólo reconocen la Buena Noticia “bonita y fácil”. Se ignoran los fracasos y se minimiza el sufrimiento. Pero los fracasos y el sufrimiento están en el centro de la Buena Nueva, como muestra la vida de Jesús. Si deseamos imitar a Cristo, estamos llamados a recorrer estas dos partes del camino cristiano. La vida que llevamos y el tesoro que mostramos en los ministerios que desempeñamos están enraizados en el sufrimiento de la cruz. El ministro es, pues, el que acepta seguir a Jesús en el camino de la cruz. Así, el mandato misionero es una invitación a caminar por donde Jesús caminó. Es también una invitación a ir al sufrimiento y dolor de nuestra Jerusalén Global, al recorrer nuestro camino a la casa del Padre. Al caminar deberíamos predicar diciendo “el reino de los cielos está al alcance”, deberíamos “curar a los enfermos, resucitar a los muertos, purificar a los leprosos, expulsar demonios”. Lo que hemos recibido lo hemos recibido sin pagar. Así pues hemos darlo gratis en un mundo vendido al dinero (cfr. Mt 10, 7-8).
La conversión se da en la cultura
1. En la cultura por medio de la actividad cristiana
Todos los misioneros cruzan fronteras entre su propio contexto y el de aquellos a quienes son enviados. Las fronteras más elementales son, por supuesto, las de la fe, puesto que el misionero lleva el tesoro de la fe a un contexto de increencia. Pero también hay otras fronteras. La más conocida es la frontera geográfica, cuando alguien es enviado a otro lugar. Pero también fuera, o incluso dentro, nuestro país de nacimiento, hay otras fronteras que el misionero ha de cruzar. Entre otros ejemplos se encuentran los de los contextos urbanos y rurales, entre jóvenes y adultos, entre ciudadanos y emigrantes, entre religiones, entre visiones del mundo y sin cesar entre culturas y etnias en unas conurbaciones a escala mundial multiculturales y en rápido crecimiento.
“El Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo de lo divino, que está presente en la historia humana y la transforma” (RM 15). Pero el tesoro del reino de Dios envuelto en la cultura del misionero puede o no suponer algo bueno o algo nuevo para el destinatario. Por ello la inculturización es central en la vida misionera. Si estamos demasiado ligados a nuestras culturas, lenguajes, puntos de vista, tradiciones y formas de hacer las cosas, terminaremos siendo como Natanael que dijo: “¡Nazaret!, ¿Puede salir algo bueno de allí?”. Cuando eso sucede, la invitación a “venir y ver” pasa de largo ante nosotros y no tenemos vocación misionera.
Tendemos a pensar que los otros ve el mundo del modo que lo vemos. Pero la realidad es que no. Tendemos a pensar que nuestros valores, creencias y prioridades son las creencias, valores y prioridades de los demás. Pero en realidad no. Tendemos a pensar que el sentido común que tenemos es el sentido común que tienen los demás, pero, una vez más, no es el caso. El sentido común es el sentido de una comunidad: también es algo cultural. Cuanto más aprendamos a ver con los ojos de los demás, más podremos ayudar a la gente a descubrir el tesoro escondido en el campo.
Porque el tesoro está en todos los pueblos. Y es nuestro papel como misioneros hacer de nuestra presencia los medios para el cumplimiento del
kairos, proporcionando la ocasión al reino de estar al alcance de aquellos a quien servimos. No llevamos a Dios, Él nos lleva y, como misioneros, lo revelamos por medio de nuestra visión de fe; no es parte de nuestro equipaje, sino del mundo de ellos. Con esta actividad misionera culturalmente mediada es como podemos comunicar la Buena Nueva en respuesta a las necesidades humanas culturalmente mediadas de la gente a que servimos. La esencia de la actividad misionera y de la espiritualidad misionera es un camino de encarnación en la cultura de la gente que evangelizamos, llevando la Buena Nueva que en ocasiones es agradable, pero dura y desafiante otras veces. Nos llevará por medio de sucesos maravillosos a la pasión, cruz y resurrección. No deberíamos esperar menos.
Las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido un medio poderoso de misión del Santo Padre precisamente porque han respondido al desafío cultural. Cuando el Papa evangeliza a los jóvenes, lo hace por medio de la cultura de la juventud y si él puede hacerlo, cuánto más nosotros podríamos, que tenemos una vocación específica misionera y un carisma misionero al que dedicamos nuestra vida entera.
2. Conversión como socialización en la cultura de la vida oblata.
La vida religiosa es una cultura. Es un modo humano de vida. Todas las culturas tienen un sistema fundacional de creencias, un conjunto de valores nucleares y un específico estilo de vida con sus comportamientos intrínsecos. La vida apostólica religiosa se basa en el sistema de creencias de la Iglesia Católica y el carisma del fundador religioso. Es un sistema de valores basado en los valores religiosos fundamentales de pobreza, castidad y obediencia. Es un estilo de vida basado en la comunidad y su actividad es apostólica.
La cultura de la vida oblata se basa en el Carisma de S. Eugenio de Mazenod y la historia y tradición de la congregación oblata. Nuestros valores se centran en los votos de pobreza, castidad y obediencia. Nuestro estilo de vida está basado en la comunidad y nuestra actividad misionera se centra en la evangelización de los pobres en sus múltiples aspectos.
Aprendemos y vivimos nuestra cultura por medio de la formación. La formación inicial es el proceso de socialización en nuestro estilo de vida. Comprende la vida diaria en una comunidad, los votos de pobreza, castidad y obediencia y el desarrollo de un compromiso con la visión y la misión misioneras oblatas. Ésta última es, a menudo, lo más problemático en nuestras casas de primera formación, pues se encuentran apartadas de nuestra actividad misionera. La socialización en comunidades más grandes puede conllevar otra dificultad, pues la socialización en el estilo de vida puede verse comprometido por la inserción en una gran estructura. En las comunidades pequeñas el peligro es que el proceso de socialización se ve abrumado por los valores culturales locales prevalecientes, en lugar de prestar atención a los valores religiosos oblatos, que resultan nuevos y ajenos.
Los mismos votos hacen aparecer muchos desafíos culturales comunes. Uno es la lucha para vivir el voto del celibato en un mundo promiscuo. Otro es cuando el estilo de vida en la comunidad religiosa aparece como mucho más abundante que la pobreza que vivían los candidatos en sus propias familias. Otro es una visión de la obediencia infectada por la cultura consumista moderna que dicta lo que he de conformar con mis deseos y razones personales. La formación ha de responder a estas cuestiones.
La formación continúa necesita también centrarse en la socialización de los oblatos en la vida religiosa apostólica. El centro de dicha vida es la actividad apostólica de una comunidad religiosa en la que “toda la vida religiosa de sus miembros ha de estar empapada de espíritu apostólico y toda la actividad apostólica ha de estar animada por el espíritu religioso” (PC 8). A menudo, las exigencias del ministerio abruman las exigencias de la vida religiosa y los oblatos corren el riesgo de llevar el estilo de vida de los sacerdotes diocesanos.
Los institutos religiosos crean puntos de contradicción cultural en la sociedad moderna. El
ethos de la vida religiosa, representado por los votos, está en fuerte contradicción con los valores prevalecientes de la mayoría de las sociedades modernas. En algunos sitios donde hay una fuerte raíz cultural de tradición cristiana, el
ethos de la vida religiosa puede seguir siendo visto como importante, aunque impracticable en el “mundo real”. Cuando los religiosos orientan sus vidas a mantener los votos y la cultura religiosa, esto puede ser una fuente de admiración sorpresa y orgullo. Muchas instituciones establecidas y sostenidas por religiosos han tenido éxito y se han ganado la admiración de las sociedades en las que trabajamos. De este modo, les mostramos otro aspecto del tesoro y este testimonio, más que cualquier otra cosa, desafía a los sistemas de valores secularizados
Pero la cultura secular posmoderna, dirigida por los medios de consumo, busca activamente socavar esto, procurando exponer el mito de los votos vividos en el mundo real. Sus fines serán siempre dar publicidad a los fallos de sacerdotes y religiosos a la hora de vivir sus compromisos, pues eso es lo que vende. Ello promueve la sospecha de que el ideal es insostenible y que la vida religiosa es una farsa. Esto supone para nosotros el desafío de dar testimonio por medio de una conversión diaria a la fidelidad. Es también un desafío a protegernos contra las influencias malignas de los grupos mediáticos de interés que hacen dinero de las malas noticias, especialmente de aquellas que socavan a los líderes y personajes públicos de todo tipo. Los modos antiguos como tratábamos estos asuntos, que comprendían la confidencialidad, prudencia y privacidad, son largamente ineficaces en esta cultura. Hemos de protegernos aquí con los medios aprobados por los protocolos cristianos y los procedimientos de conducta profesional de la cultura de la sociedad moderna.
Para concluír.
Si abrimos nuestras almas, encontraremos un tesoro oculto en un campo. Ello se debe a que Dios desea revelársenos. Al recordar los varios modos en que la Buena Nueva viene a nosotros debemos buscar activamente llevar la Buena Nueva a otros. Sabiamente reconocemos que la Buena Nueva incluye siempre la lucha contra el maligno y que, a veces, será dura. Pero en la Buena Nueva del misterio pascual reconocemos que la victoria ya ha sido lograda y que la muerte ya no tiene aguijón. Al comprometernos a ser misioneros, comprometámonos con la cultura de nuestra congregación y estemos atentos a ver con los ojos de los demás para llevar la Buena Noticia hasta los confines del mundo.
[1] San Juan de la Cruz. Subida al Monte Carmelo II, 22, 4. Cfr. Carta Apostólica de Su Santidad, Juan Pablo II al Rvdmo. P. Felipe Sainz de Baranda, Superior General de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, con ocasión del IV Centenario de la Muerte de San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia.
Referencias. DMVP:
Directorio para el Ministerio y Vida de los Presbíteros. Vaticano: Congregación para el Clero. 1994
DeV:
Dominum et Vivificantem. Carta Encíclica del Papa Juan Pablo II. 1986.
EN:
Evangelii Nuntiandi. Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI. 1975.
Hubenig, A: Viviendo en el Fuego del Espíritu. México.
O’ Collins, G. 1977:
The Calvary Christ. Philadelphia: Westminster Press.
PC:
Perfectae Caritatis Decreto sobre la Adecuada Revonación de la Vida Religiosa. Vaticano II. 1965
RM
Redemptoris Missio Carta Encíclica sobre la permanente validez del mandato misionero del Papa Juan Pablo II. 1990
San Gregorio Nacianceno,
Epístola 101.
Errata Corrige
En Documentación OMI n°293 (marzo de 2010), se podía leer en el artículo la Llamada a la Conversión como la de Filemón: “Cuando el Gobierno italiano retira el crucifijo de las paredes de las escuelas, por razones de tolerancia religiosa, sigue siendo una fuerte cultura y orgullosa de su posición la cultura religiosa, que se encuentra a los pies de la tumba del apóstol Pedro.” De hecho, el Gobierno italiano nunca ha retirado los crucifijos de las paredes de las escuelas. A principios de noviembre de 2009, el Tribunal europeo de los Derechos Humanos publicó un decreto contra el uso de los crucifijos en las salas de clase en Italia. El Gobierno italiano declaró que no se sentía vinculado por este veredicto y ha interpuesto un recurso de apelación.
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