Mientras tanto, Eugenio continuó sirviendo como el Superior General de los Oblatos. Después de aceptar una misión en la isla vecina de Córcega en 1834, a partir de 1841, la pequeña sociedad misionera comienza un período de gran expansión. Eugenio recibía muchas llamadas del extranjero. A pesar de contar con escaso personal, él respondía lleno de fe. En 1841 el primer Oblato llegó a Canadá. Pronto ellos habían llegado hasta las inmensas llanuras del Oeste y dentro de unos años hasta el Círculo polar ártico. Otros países siguieron: Inglaterra en 1842; los Estados Unidos y Ceilán (hoy Sri Lanka) en 1847, África Sur en 1851 e Irlanda en 1855.
Siempre un escritor prolífico, Eugenio correspondía incansablemente con sus misioneros. En su voluminosa correspondencia se revela como un pastor afectuoso y envuelto en todos los aspectos de la vida y misión. Siempre el hombre apostólico, él animaba, aconsejaba, corregía y apoyaba. Él alberga un sentido profundo de la paternidad espiritual y vive una intensa unión con sus hijos quienes se han echado sobre sus espaldas, cargas pesadas en las misiones lejanas. A pesar de que él nunca viajó más allá de las fronteras de Europa, con la excepción de un viaje corto a Argelia, San Eugenio nutría en su corazón una preocupación grande por todas las iglesias. Un obispo visitante después de una conversación con Eugenio dice: "Yo me he encontrado con el apóstol Pablo." |
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