HACIA UNA COMUNIDAD PROFÉTICA
Por Paolo Archiati, OMI, Vicario general
Quisiera continuar mis reflexiones sobre la comunidad, el primer
llamamiento a la conversión de nuestro último Capítulo. “Vida Fraterna en
Comunidad”, documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada
y Sociedades de Vida Apostólica que apareció en 1994, trata el tema de la vida
comunitaria mostrando las dificultades a las que ha de hacer frente hoy día,
especialmente el individualismo. Se define la comunidad religiosa como el “lugar donde se verifica el cotidiano y
paciente paso del «yo» al «nosotros», de mi compromiso al compromiso confiado a
la comunidad, de la búsqueda de «mis cosas» a la búsqueda de las «cosas de Cristo»”.
Este paciente paso es la tarea de cada día y se realiza en un equilibrio que a
veces es difícil descubrir y mantener “entre
el respeto a la persona y el bien común, entre las exigencias y necesidades de
cada uno y las de la comunidad, entre los carismas personales y el proyecto
apostólico de la misma comunidad”. Los enemigos de dicho equilibrio son,
por un lado, el individualismo disgregante y, por otro, el comunitarismo
nivelador.
Si este paso se hace equilibradamente, la comunidad religiosa se convierte en “el lugar donde se aprende cada día a asumir aquella mentalidad renovada que permite vivir día a día la comunión fraterna con la riqueza de los diversos dones, y, al mismo tiempo, hace que estos dones converjan en la fraternidad y la corresponsabilidad en su proyecto apostólico”.
Podemos subrayar aquí que la comunidad no suprime el “yo” ni lo reemplaza: los “yo” que forman la comunidad son el punto de partida; sin los individuos no hay comunidad. Al mismo tiempo, la comunidad va más allá de ellos, o mejor, los lleva a ir más allá de sí para hallarse en otro sujeto de acción y de misión que es la misma comunidad.
Ello nos ayuda a evitar lo que el documento llama “comunitarismo nivelador” que suprime la libertad, la iniciativa y los talentos individuales; se trata de un llamamiento percibido en la palabra de Jesús que hace de los llamados una comunidad en torno a sí y que invita a cada uno a ir más allá para hallarse en un nivel más alto, precisamente el de la comunidad, de la familia. La misión se confía a un mismo tiempo a cada sujeto y a la comunidad. Que el aspecto individual no sea suprimido por la conversión a la comunidad está bien reflejado en el primero de los 9 llamamientos a la conversión: “Que cada oblato reflexione sobre el testimonio de su vida religiosa, viva los votos de modo profético, de modo que comparta estos valores con el mundo, como una invitación a otros a unirse a nuestra familia oblata ”. El sujeto de esta invitación es “cada oblato”: el punto de partida es siempre la persona de cada uno de nosotros; aquí es donde somos invitados a reflejar el testimonio de nuestra vida religiosa individual y a vivir los compromisos de los consejos evangélicos de un modo profético para que los valores que representan sean transmitidos al mundo y para que otras personas, por medio de este testimonio, perciban la invitación, proveniente del mismo que nos ha llamado, a unirse a nuestra familia.
Se dirige aquí una invitación particular a cada superior y a cada comunidad: cuando se diga “cada comunidad” se puede entender que cada comunidad, en el conjunto la familia oblata, desempeñe el mismo papel que los individuos desempeñan en la comunidad local. Es un punto que sería interesante desarrollar.
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