539 - Diciembre 2013
5 Noviembre 2013 - 25 Noviembre 2013

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COMIENZA EL TRIENIO: INVITAR A NUEVOS MIEMBROS A UNIRSE A NOSOTROS

 Carta del Superior General, P. Louis Lougen, OMI,
con ocasión de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 2013 

¡Que Dios os bendiga a todos vosotros, hermanos míos, Oblatos y Asociados, en esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Comenzamos nuestro Trienio Oblato con esta fiesta maravillosa y entramos en una época de expectativas y preparación. Tenemos en la mente la llegada del año 2016 y el bicentenario de la decisión de San Eugenio de reunir un grupo de misioneros para predicar el Evangelio a los más abandonados de Provenza.

Un ministerio vital
Al inaugurar el Trienio Oblato, quisiera llamar la atención sobre este ministerio vital: atraer nuevos miembros a unirse a nuestra Congregación como sacerdotes y Hermanos. Lo hago porque, además del deber indispensable aportar continuamente nuevas energías a nuestra Congregación, jóvenes Oblatos de diversas partes de nuestra Congregación, los jóvenes sobre todo, con ocasión de mis visitas, me han pedido a menudo e insistentemente, que hable de esto a toda la Congregación. En los dos encuentros oblatos de jóvenes en los que he participado (Málaga, España 2011 y Aparecida Brasil (2013), han reiterado esta petición, como lo demuestra una carta de jóvenes Oblatos de la Conferencia Interprovincial de América Latina (CIAL), en febrero de 2013.

Un carisma esencial
Respondo con verdadero gozo a esa insistencia y confirmo la necesidad de este ministerio en todas las Unidades de la Congregación. Prometo ofrecer todo mi apoyo y el del Gobierno Central y de la Administración General a todos los que se comprometan a invitar a los jóvenes a ser Misioneros Oblatos de María Inmaculada, Hermanos y sacerdotes. Lo hago, no sólo porque me preocupa la disminución de miembros en la Congregación, sino también y sobre todo, porque he visto lo que somos en la Iglesia y lo vital que es nuestra presencia para los pobres. Estamos animados por un carisma que es único y especial en la Iglesia, que nos acerca mucho a los pobres, a los marginados, a los olvidados, a la gente que la sociedad ignora y a gente que no se siente aceptada en la Iglesia. Nosotros mostramos al mundo un rostro de Jesús muy humano, lleno de compasión y solidaridad. Me atrevería a decir que nuestro carisma se sitúa en el corazón de la Iglesia y, por eso mismo, en el corazón del mismo Evangelio. Sería una negligencia si no continuamos, de modo entusiasta y audaz, a invitar a los jóvenes a que vivan como religiosos consagrados y misioneros, sacerdotes y Hermanos, dentro de nuestro carisma. ¿Acaso no ha cautivado al mundo el Papa Francisco, haciendo lo que los Oblatos han hecho durante 197 años?

Esto no va en detrimento de otras vocaciones
Siento a veces preocupación por parte de algunos Oblatos. En primer lugar, algunos creen que poniendo de relieve el carácter único de la vocación a la vida religiosa estamos, de alguna manera, menospreciando la vocación de los laicos. Sin embargo, yo no veo ese peligro en nuestra situación. Como Oblatos, hemos trabajado siempre por las vocaciones en sentido amplio. Tenemos una larga y noble historia de trabajar con los laicos y ayudarles a descubrir y a tener acceso al ministerio que les corresponde en la Iglesia y en la sociedad. Hemos trabajado con parejas, solteros, misioneros laicos y Asociados oblatos. No se trata de oponer una vocación a otra, la vida religiosa y el laicado. Les invito a reflexionar y actuar tomando ambas vocaciones conjuntamente y a cada una en sí misma. Los Oblatos se han preocupado siempre de las dos: de la formación y participación de los laicos en la Iglesia y de la inquietud por el ministerio y el futuro de nuestra Congregación, invitando a nuevos miembros en concreto. Se trata de vocaciones complementarias y no opuestas. Nuestro ministerio incluye los dos aspectos: ayudar a los laicos a discernir su vocación especifica, e invitar a jóvenes a ser padres o hermanos conforme al carisma de san Eugenio.

Algunos promotores vocacionales han hecho hincapié en que su ministerio consiste en ayudar a todos a discernir su vocación, pero que hasta ahora nadie ha elegido hacerse Oblato. Sería una omisión grave por nuestra parte reducir el ministerio de la pastoral vocacional sólo a ayudar a los jóvenes a prepararse para el matrimonio, la vida de castidad y/o profesional, sin animarles explícitamente a considerar la opción por el sacerdocio o de la vida fraterna entre los Oblatos. Es un deber en relación con los jóvenes con quienes trabajamos para ayudarles a ver claramente cómo su bautismo les orienta hacia el ministerio, en nombre de Jesús, fuera incluso de las estructuras canónicas del sacerdocio y de la vida religiosa, pero no los ayudaremos de verdad y plenamente si no les proponemos cuestionarse si no serán llamados a la vida religiosa o al sacerdocio. La vida religiosa y el sacerdocio son un llamado, una invitación. Esto es una verdad vigente desde el tiempo de Jesucristo hasta nuestros días. Tenemos que invitar, con libertad, afablemente, pero tenemos que invitar. Una invitación no coarta a nadie; es un don que suscita el conocimiento.

Esto no va en detrimento de la misión a los más pobres
Hay Oblatos que tienen una segunda preocupación, es el riesgo de invertir energías y personal en buscar vocaciones y olvidarse de la misión y de las necesidades de los pobres, replegándonos sobre nosotros mismos. Aunque se comprenda que toda energía orientada hacia nosotros mismos, parece que se orienta a nuestro servicio, la realidad nos pide que miremos a largo plazo. Sin nuevos miembros, no podremos sobrevivir por mucho tiempo, y los pobres ya no se beneficiarán de nuestro carisma. Por otra parte, invitar a nuevos candidatos a formar parte de nuestra familia religiosa significa tener fe en nuestro futuro y en la importancia de nuestro trabajo y nuestro ministerio. Cundo una familia no tiene un porvenir válido, deja de acoger nuevas vidas. Nosotros creemos que constituimos una familia digna de acoger gente en su seno. Creemos que nuestra vida vale la pena. Y creemos que tenemos porvenir. Necesitamos abrir la puerta a nuevas energías, con gozo y confianza. Es otro ejemplo de “lo uno y lo otro”. Tenemos que afanarnos en la misión en pro de los más abandonados, incluso cuando invertimos nuestras energías y personal en la búsqueda de jóvenes para proseguir nuestra misión, tan necesaria en la Iglesia.

¿Todavía tenemos fe?
Hay un axioma que dice: Cada Congregación tiene el porvenir que se merece. Creo que nosotros tenemos porvenir como Congregación y que nuestra muerte no ha sido sentenciada por parte de Dios o por las circunstancias. Moriremos en la medida en que ya no creamos que el Espíritu de Dios es capaz de motivar los corazones de los jóvenes y en la medida en que ya no creamos que nuestro carisma es importante para los pobres, para la Iglesia y para el mundo. Moriremos en la medida en que ya no creamos en la generosidad de los jóvenes y en su deseo de servir, de entregarse ellos mismos, y de aceptar de sacrificarse. Moriremos cuando dejemos de creer en el poder del Evangelio, en la generosidad de los jóvenes, en el valor de nuestro carisma y en nosotros mismos. Yo creo que es señal de que nos hemos secularizado en gran medida y de que hemos perdido la fe, cuando afirmamos que los jóvenes son incapaces de ser atraídos por el poder del Verbo y por la vida de Jesús. Pienso que tenemos poca fe cuando citamos a la ligera las “estadísticas” y la “secularización” como las causas que explican por qué tan pocos jóvenes responden al llamado misionero como sacerdotes y hermanos. ¿Ya no creemos en el poder del Espíritu para engendrar nuevos miembros? ¿Pensamos que el Evangelio ya no tiene futuro? Cuando dejamos de invitar a jóvenes basándonos en las estadísticas y en la secularización, contribuimos, sin darnos cuenta, al cumplimiento de nuestra propia profecía según la cual ningún joven se interesará ya por nuestro estilo de vida. Y entonces tendremos el futuro que merecemos. Pero nuestra fe nos llama a mirar con mayor profundidad, a actuar de otro modo, y a optar por ser proféticos y no desesperanzados. Todos y cada uno de los Oblatos estamos llamados a replantear los dogmas de las estadísticas y de la secularización y a ir hacia adelante, en la fe, para invitar a los jóvenes a que opten por un modo de vida alternativo y radical. Meditemos las palabras de la Constitución 52: “Cristo no cesa de llamar a algunos hombres para que le sigan y anuncien su Reino”.

Incluso en las unidades donde las vocaciones todavía abundan
No os escribo sólo porque me preocupan las Unidades en las cuales las vocaciones son raras o inexistentes. Allí donde las vocaciones abundan, en algunas partes del mundo, no podemos tomar ese don como si viniera por sí mismo. Debemos tener también ahí una pastoral vocacional sólidamente organizada, capaz de hacer propuestas, de invitar y de ayudar a los jóvenes a discernir su vocación y formarse en la fe. A veces me inquieta nuestra enorme pasividad, contentándonos sencillamente con admitir a los que vienen a nosotros, sin dotarnos de una pastoral vocacional organizada, que busca activamente, que invita y acompaña a esos hombres en su discernimiento para ser misioneros. Las Unidades que atraen a nuevos miembros corren el riesgo de complacerse en esa situación y se olvidan incluso de orar por las vocaciones. Esas Unidades también deben rezar mucho para dar gracias a Dios por los nuevos miembros que acuden a ellas y pedir al Señor vocaciones, en solidaridad con las Unidades que topan con serias dificultades.

“¿Qué hizo, en realidad, nuestro Señor Jesucristo?
¿Qué nos enseña Jesucristo? La vida de Jesús manifiesta una integridad sin fallas: su vida testimonia la Buena Nueva que predica. Jesús era un hombre de oración: vivía en comunión profunda con Abba, su Padre. Impulsado por el Espíritu, oró antes de elegir a sus discípulos y nos dice que recemos por los operarios de la misión. Jesús llamó a otros, por su nombre, para que le siguieran y para formarlos. ¿No debería ser esto un modelo para nuestro propio ministerio de las vocaciones oblatas? Nuestra vida debe testimoniar la Buena Nueva que anunciamos, siguiendo el llamamiento tan potente del Capítulo de 2010 sobre la “Conversión”. Tenemos que ser hombres de oración, contemplativos, en comunión de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu. Tenemos que rezar por las vocaciones. (Recientemente el papa Francisco ha dicho que la pastoral vocacional es una pastoral de rodillas, de oración, más que una estrategia según un programa). Hay que llamar a los jóvenes por su nombre, para invitarlos a seguir a Jesús, como Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

Este modo de proceder no es fácil y no hay soluciones rápidas. Tenemos necesidad de mucha paciencia, de fe, de oración y de perseverancia oblata. Las Unidades deben estimular la voluntad permanente de abordar a los jóvenes, con respeto, atentos a la integridad de la persona, valientes en el modo de invitar y de proponer nuestra manera de vivir y el compromiso misionero común de todos los Oblatos de la Unidad. Tenemos que invitarlos a rezar y a compartir su fe con nosotros. Tanto si nos encontramos en un contexto en el que pocos jóvenes optan por la vocación religiosa, como en otro ambiente más favorable al florecimiento de vocaciones, hay que dedicar personal a tiempo pleno y recursos económicos suficientes, para establecer una pastoral vocacional seria, deliberada y organizada.

Frente a jóvenes distintos de nosotros
A veces la realidad actual de la gente joven es muy distinta de lo que fue la nuestra, si somos de otra generación. Puede ser que nos interpelen sobre nuestro hábito religioso, nuestras costumbres. Nos pueden pedir que recemos el Rosario o que tengamos la exposición del Santísimo Sacramento. Ellos tienen su modo de unir el desvelo por los pobres, de la justicia y del ambiente, con devociones y signos los más tradicionales del catolicismo. Esto, para algunos de nosotros, puede que nos haga sentirnos a disgusto entre esos jóvenes. Pero nuestro confort personal tiene aquí muy poca importancia: tenemos que pasar por encima de nuestras eclesiologías preferidas y acoger a esos jóvenes, escucharlos, aprender de ellos, y ayudarlos humildemente a caminar en el espíritu de la Iglesia de hoy. No podemos exigirles que tengan la misma espiritualidad que nosotros, sobre todo en el punto de salida. Es crucial acogerlos y caminar con ellos, partiendo desde el punto en que se encuentran, con una mirada de amor, como lo hizo Jesús.

Misión entre los jóvenes y pastoral vocacional
Cuando invitamos a los jóvenes a que se interesen por nuestra vida oblata, tenemos que recordar también la estrecha relación existente entre nuestro ministerio con los jóvenes y nuestro ministerio con el laicado. Esos dos campos son el lugar natural donde es posible encontrar jóvenes católicos, activos, a los cuales podemos proponer nuestro estilo de vida religiosa y misionera. Nosotros no “utilizamos” ese ministerio únicamente para encontrar vocaciones, pero ese lugar es simplemente el lugar para encontrar jóvenes que reciben los sacramentos, que viven activamente su fe y tratan de desarrollarla. Los Oblatos que están comprometidos en la educación y en el ministerio de la formación, con la juventud y el laicado, deberían estar siempre interesados y felices de transmitir una invitación a un joven católico para que pase un tiempo en comunidad con nosotros, para hacer una experiencia vocacional, o para participar en una misión con nosotros, etc. Al igual que Jesús, debemos ser creativos y llamar a otros a seguir al Señor, como Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

Convertirnos, rezar, esperar…
Ahora que comenzamos el Trienio oblato, os invito a contemplar y a ejercer la pastoral de vocaciones tal como la practicó Jesús. Todos necesitamos trabajar en convertirnos en los cinco dominios de nuestra vida religiosa misionera (ver el documento del Capítulo de 2010 “Conversión”) a fin de ser más integralmente fieles en el seguimiento de Jesús. Así pues, tenemos necesidad de orar más intensamente en nuestras comunidades locales y en nuestra Unidades, para pedir a Dios que nos mande nuevos miembros. Os invito a pensar en las vocaciones en vuestra propia Unidad. Por favor, hacedlo como hombres de fe, sin sentiros aplastados por las estadísticas, la demografía y la secularización. La esperanza, como muy bien sabéis, no mira en primer lugar a las estadísticas para formar su opinión. La esperanza se fija más bien en el Evangelio y espera que cambien las estadísticas.

Por una pastoral organizada
Invito a cada Unidad a organizar la pastoral vocacional. A la vez que insisto que cada Oblato tiene la responsabilidad de las vocaciones, afirmo al mismo tiempo que tenéis que nombrar un Oblato, sacerdote o Hermano, como coordinador a tiempo pleno. Las Normas Generales de la Formación Oblata son un instrumento útil para comenzar a organizar la pastoral vocacional y formarse a un discernimiento que acompaña la acogía de nuevos miembros: “Es urgente planificar como es debido el apostolado vocacional de la congregación. Este apostolado comprende un doble aspecto: 1) dar a conocer el carisma oblato, y 2) acompañar al futuro aspirante hasta su entrada en el prenoviciado. Aunque estos dos ministerios tienen sus especialistas, todo Oblato está llamado a llevar a cabo el primero, y puede sentirse llamado a trabajar en el segundo (cf. R.53a) (NGFO, p. 37, nº 79). Este es un llamamiento muy concreto a la conversión en la línea del Capítulo de 2010.

María Inmaculada es el modelo y la salvaguardia de nuestra vida consagrada (C.13). A ella le confiamos nuestra voluntad de trabajar más intensamente para invitar a nuevos miembros a unirse a nosotros, a través del ministerio de las vocaciones, fundamentado en la oración, confiándolo a su intercesión y a su cuidado lleno de ternura hacia nosotros.



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36o Capítulo General 2016
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