540 - Enero 2014
26 Noviembre 2013 - 3 Enero 2014

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COMUNIDAD: UNA HERMANDAD DE FE

Por el P. Paolo Archiati, OMI, Vicario General

Recientemente hemos iniciado un viaje especialmente importante para la vida y misión de nuestra familia. Durante estos tres años, nos estaremos preparando para celebrar, y así lo haremos, el 200 aniversario de nuestra fundación. Quisiera compartir a lo largo del año a través de nuestro boletín algunos pensamientos y consideraciones sobre la comunidad oblata, el tema escogido para este primer año de nuestro itinerario.

Me gustaría empezar esta serie de reflexiones recordando un acontecimiento que nuestra familia celebró en 1976: el famoso “Congreso sobre el carisma del Fundador hoy”. El número especial de Vie Oblate Life que contiene las actas de esa conferencia contiene una interesante contribución que destaca algunas de las características de la comunidad a la luz de la vida apostólica, especialmente en referencia al Fundador y a los comienzos de nuestra Congregación. El P. Marcello ZAGO, tratando de resumir la conferencia con un artículo sobre los puntos fundamentales de nuestra espiritualidad, ve en la comunidad un lugar de apostolado y santidad, un ambiente que evangeliza y a través del cual somos un signo para los más pobres y abandonados.

En nuestra espiritualidad oblata, se da un estrecho vínculo entre Cristo, evangelización y comunidad: tres elementos fundamentales de la vida oblata que constituyen a la vez la fuente de toda renovación. La comunidad no es sólo un medio para evangelizar; es también el lugar de nuestra propia evangelización: evangelizamos en la medida en que nos identificamos con Cristo, y la comunidad es un medio indispensable para que esto pueda ocurrir. Entre las características de la comunidad oblata, modelada a imagen de la de los apóstoles en torno a Jesús, el artículo subraya la de la caridad como su ley fundamental; la unidad; la comunión en torno al único pan “partido”, en torno a la palabra de Dios y el compartir de bienes.

La Comunidad es especialmente y antes que nada una fraternidad de fe: el Fundador quería que los oblatos volvieran a su comunidad, no tanto para protegerles de los peligros del mundo, sino, antes que nada, para que pudieran verse como hermanos en Cristo y así, ser capaces de revitalizarse en espíritu unidos a Él. En esta comunidad, cada uno es un ministro de fe para los demás, y cada uno deja que los demás lo sean para él; esto les lleva más allá de una simple amistad o afecto humano, tan importantes ambos para la vida en común.

Entre los obstáculos que encuentra la vida común, es necesario subrayar la dispersión de los miembros; la diversidad de actividades y ministerios que nos comprometen en múltiples grupos de trabajo; la diferencias de formación y contexto. En algunas situaciones, uno experimenta frustraciones y desengaños, a veces incluso una tendencia cínica a cortar de raíz cualquier tipo de entusiasmo por la vida en común y cualquier actividad comunitaria; y en algunas situaciones, paradójicamente, el mayor obstáculo para la comunión de fe dentro de la comunidad es el mismo apostolado: cuando un trabajo apostólico es asumido por una persona y no por la comunidad, o cuando el ministerio crea una comunidad de trabajo diferente y alejada de la comunidad religiosa a la que pertenecemos. Muchas de nuestras casas oblatas, cita el Padre Zago en el artículo antes citado, se parecen frecuentemente más a una casa de huéspedes que a una comunidad; de ahí que necesitemos una nueva conversión a Cristo y a la Iglesia, una conversión que pide a los oblatos que se reúnan en comunidad para evangelizarse unos a otros, para evaluar su vida, la cualidad de su testimonio y sus objetivos. Aquí, la animación comunitaria tiene una función de extrema importancia.

La declaración final de la conferencia resalta cómo la renovación constante de nuestro sentido de comunidad es vista por todos como una oportunidad para enriquecer la vida de la Congregación y su misión de evangelizar. La comunidad, leemos, no es sólo vernos como un grupo de operarios evangélicos que trabajan juntos; como la Iglesia, la comunidad se evangeliza a sí misma y evangeliza a los demás. La persona de Cristo, presente en la comunidad a través del amor, evangeliza a los que aceptan y viven un auténtico compartir de vida, de modo que es toda la comunidad la que evangeliza.

Algunas de las recomendaciones finales de la conferencia son significativas en este sentido. Recomienda, por ejemplo, la elección, a todos los niveles, de superiores que crean y vivan el ideal oblato, teniendo como prioridad la renovación continua. Solicita poner atención para que quien no quiera avanzar en este sentido no se convierta en un obstáculo para los demás en su itinerario. Nos invita a tener el coraje de abandonar las obras que no cumplan con los objetivos del Instituto para promover las que sí lo hacen (en este discernimiento, el factor comunitario debería tener un peso decisivo, más del que normalmente tiene en muchas circunstancias).

“Para esto”, leemos en la declaración final, “vivimos en comunidad unos con otros… en ella, nos fortalecemos mutuamente en la fe mediante la caridad y nos enriquecemos unos a otros con nuestro descubrimiento de Dios y de Cristo, que vive y trabaja en nosotros y en el mundo.” Si pensamos que esta importante conferencia tuvo lugar hace casi 40 años, podemos darnos cuenta de que algunos retos siguen estando vigentes hoy y podemos comprender mejor por qué la conversión es un viaje que no acaba nunca.


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