542 - Marzo 2014
29 Enero 2014 - 25 Febrero 2014

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AVIVAR “NUESTRA VOLUNTAD DE REVITALIZAR NUESTRAS COMUNIDADES APOSTÓLICAS”

Por el P. Paolo Archiati, OMI, Vicario General

Unos pocos años antes del Congreso sobre el Carisma del Fundador, celebrado en Roma en 1976, la reflexión oblata sobre el tema de la comunidad cristalizó en un pequeño pero interesante documento, fruto del mandato expreso del Capítulo General de 1972, para subrayar “nuestra voluntad de revitalizar nuestras comunidades apostólicas”. En respuesta a este mandato, el Padre General y su Consejo desarrolló este breve documento cuyo objetivo, entre otros, era “reavivar la confianza en la comunidad oblata”. Leemos en la introducción que misión y comunidad eran dos cosas inseparables en el pensamiento y los designios del Fundador. Estas realidades han permanecido firmemente unidas, en toda la historia de la Congregación. El Capítulo de 1972 lo reafirmó: “Sin comunidad apostólica, la perspectiva misionera, es sólo un espejismo”. Una encuesta sociológica realizada por entonces mostraba que del 75 al 90 por cierto de los Oblatos juzgaba que la vida de comunidad era esencial a nuestro género de vida y a nuestro compromiso apostólico.

El documento comienza situando la comunidad oblata en ese momento histórico particularmente difícil, marcado por la inseguridad propia de una época llena de cambios y por la búsqueda de nuevos caminos para vivir la realidad de la vida comunitaria. En esta situación, caracterizada por la confusión y el descontento, y por tanto poco favorable para la vida misionera, los Oblatos se sintieron llamados a responder con “un esfuerzo largo y perseverante que requiere el esfuerzo personal y colectivo de todos”. Las dificultades que afectaban a la comunidad Oblata en aquella época eran un reflejo de un fenómeno más amplio que cercaban a la sociedad y a la misma Iglesia. En una sociedad caracterizada por la búsqueda de bienes materiales y de un prestigio social e ilusorio, los Oblatos salían a la búsqueda, una vez más, de su propia identidad.

“La médula de la Buena Nueva que Jesús ha proclamado”, dice el documento, “es que la comunidad es necesaria y posible entre los hombres”. La vida fraterna, significa para nosotros, una experiencia de salvación a través de la cual compartimos nuestras vidas con los demás, de la misma manera que Cristo comparte su vida con nosotros. “Donde hay amor, hay comunidad. Donde hay comunidad, ahí crece el Reino de Dios. Y donde crece el Reino de Dios, está también la salvación”. La comunidad, por tanto, construida desde el amor recíproco, es clave para el establecimiento del Reino de Dios. “La comunidad puede quebrarse por las separaciones y los desacuerdos, pero puede también levantarse, hasta el perdón y la reconciliación. A través de la comunidad ofrecemos al mundo el testimonio de unidad que es una condición necesaria para la fe del mismo.

La tercera parte del documento muestra algunos caminos concretos para vivir la comunidad. Como punto de partida, uno debería tener claro los elementos básicos que permiten a la comunidad nacer, crecer y vivir. “La comunidad”, leemos en el número 11, “no es un círculo clerical, o un refugio contra miradas indiscretas, no más que un albergue o un lugar de descanso. Es una comunión viviente de personas, en un clima en el que cada cual se desarrolla y se realiza.” Una relación sana entre los individuos por un lado y la comunidad por el otro, es una condición “sine qua non” para el éxito de la experiencia comunitaria. La comunidad se puede definir como “un tejido de relaciones en las cuales todos se sienten a gusto”. En este escenario, la caridad fraterna con todos sus matices es un actor principal; sobre este punto, el Fundador nunca desperdiciaba una ocasión para amonestar a los Oblatos a la práctica de esta virtud, especialmente en las relaciones personales dentro de la comunidad. Su testamento espiritual es la prueba que mejor evidencia esto.

Diversidad, sencillez de vida, compartir y poner los bienes en común son otros de los elementos que caracterizan a la comunidad oblata y le dan vida. La oración comunitaria es un elemento concreto que se subraya en el documento: “Todos deben comprender que uno de los momentos más intensos en la existencia de la comunidad apostólica es aquél en que, reunidos, se vuelven al Señor para indagar su voluntad, cantar sus alabanzas, implorar su perdón y pedir la fuerza de continuar sirviéndole.” La oración puede expresarse de muchas maneras, pero “lo absolutamente necesario, es que la comunidad continúe siendo una comunidad orante”. Me pregunto si hay aquí alguna cosa en nuestro caminar de hoy que pueda ser mejorado.

La cuarta parte del documento echa una mirada al futuro de la comunidad Oblata y a los retos que planteaban aquellas circunstancias históricas; abre perspectivas, nuevas vías para vivir la comunidad, nuevas formas de pertenencia a la familia Oblata y nuevas respuestas a las situaciones y a los signos de los tiempos.

Finalmente, se hace mención de los Oblatos que viven solos. Sobre este punto diremos algo más después. Aquí se dice que “lo que da vitalidad a la comunión de espíritu es el “cor unum” más bien que la proximidad física”. La declaración es correcta y satisfactoria en principio, pero sería interesante hacer un estudio histórico, atento a las experiencias concretas para ver en qué medida la realidad ha respaldado este principio. Tal vez haya llegado ya el momento de sacar conclusiones de la experiencia de estos últimos 50 años desde este punto de vista. Es una realidad compleja que no puede ser analizada de manera simplista ni inocente, y sin embargo es algo que debemos tratar. A veces me pregunto si uno de los frutos o signos de los tiempos de la conversión, durante el Trienio que acabamos de inaugurar, no debe ser precisamente éste: ¡que ningún oblato viva solo nunca más!

“Misión y comunidad: tal es nuestra vocación.” La conclusión del documento vuelve al tema de la relación entre misión y comunidad. Os invito a leer los números 22-24 del mismo, disponible en nuestra página web oblata. Más allá del lenguaje utilizado, el contenido de esta parte final del documento no parece tener para nada 42 años. Queda así demostrado, si es que esto fuera necesario, que la renovación, al igual que la conversión, es una llamada de cada día.


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