544 - Mayo 2014
29 Marzo 2014 - 30 Abril 2014

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EL SUPERIOR LOCAL: “EL PASTOR DE SUS HERMANOS”

P. Paolo Archiati, omi, Vicario general

Continuando con nuestra reflexión sobre la comunidad oblata, me gustaría compartir algunas reflexiones sobre sus componentes. En particular, me gustaría añadir en este artículo una palabra sobre el superior local. Como bien saben, el término “superior” encuentra hoy algo de oposición por distintos motivos. Uno de ellos, y no el menos importante, es el cambio de contexto cultural de las últimas décadas en la sociedad y en la Iglesia. En algunas congregaciones, al superior de una comunidad local se le llama guardián; en otras responsable; en otras “facilitador” o coordinador. Sea como se le quiera llamar, a menudo, rechazamos un término sin que seamos capaces de encontrar otro más adecuado. Con frecuencia la terminología, cuando tratamos de plasmar una realidad que trasciende el significado de las palabras, como es el caso, es inadecuada. En la vida real, no resulta difícil encontrar un superior que sabe también ser súbdito, un servidor de sus hermanos, y un coordinador que actúa como un déspota o dictador. Se trata, más bien, de un problema de perspectiva, relacionado más con la forma de vivir una función, un servicio, una presencia.

Nuestra regla de vida habla del superior local en varias ocasiones. La Constitución 38 contempla al superior local como al guardián del proyecto conjunto de la comunidad, llamado a velar para que el proyecto se concrete en la realidad. Pero es la Constitución 93 la que describe de manera más completa la identidad y la función del superior local. Sería conveniente que todo superior local leyera esta constitución al menos al inicio de cada semana. La constitución va acompañada de dos reglas que explican más detalladamente las tareas que un superior local debe desempeñar. En el texto impreso, aparece también junto a ellas una referencia a la edición de la Regla del Fundador del 1825. Este texto de San Eugenio podría atemorizar a un superior por lo exigente que es y por lo que pide a aquellos llamados a ejercer este ministerio, pero también es posible leerlo como un ideal hacia el que el superior debe abrirse camino, esforzándose, en su servicio a la comunidad, como una “llamada” a dar lo mejor de uno mismo en el servicio a sus hermanos.

En un escrito de 1996 sobre el papel del superior en una comunidad de formación, el Padre Marcello ZAGO escribía: “En mis diez años de experiencia como Superior General, hay un principio que cada vez ha sido más evidente para mí: no hay renovación personal y misionera sin una auténtica vida de comunidad y esto no será posible sin un verdadero superior local. Más aún, ésta es una convicción que se desprende de los Capítulos Generales que reflexionaron sobre nuestra renovación.” Mucho de lo que escribe el Padre Zago en este artículo puede aplicarse a cualquier comunidad local.

Una característica que me gustaría enfatizar aquí, sacada del documento Testigos en Comunidad Apostólica, define al superior como “el pastor de sus hermanos”, un término con explícitas connotaciones bíblicas. Promueve la caridad fraterna y está llamado a realizar esta tarea de las maneras más diversas, a menudo sacrificando sus propios deseos o intereses personales. Es la prerrogativa del pastor “dar su vida por las ovejas”.

En la última parte del artículo, el Padre Zago enumera algunos comportamientos y actitudes típicas de un superior. En pocos trazos, esboza un cuadro de extraordinaria belleza. Por razones de espacio, debo limitarme a enumerar estas sugerencias sin poderlas comentar. El superior cree en la comunidad y en su valor teológico, formativo, misionero y apostólico. El superior ama la comunidad, amando a cada uno de sus miembros, preocupándose por ellos con la mayor disponibilidad y siendo para ellos un ejemplo de amor fiel y ejemplar. El superior anima la comunidad de diferentes maneras: mediante encuentros de comunidad que él convoca para fomentar una mayor comunión; mediante un discernimiento basado en el Evangelio sobre la vida de la comunidad y de cada miembro de la misma; mediante la elaboración de un proyecto misionero común, fomentando un espíritu de cooperación e iniciativa; mediante un diálogo efectivo por el que pueda explicar a sus hermanos los retos que afrontan y las limitaciones que han de corregir. Finalmente, el superior ora por la comunidad, sabiendo que es un don de Dios y no el simple resultado del esfuerzo humano.

El superior local, en la mente del Fundador, desempeñaba una función vital, no sólo en la vida de su propia comunidad, sino en la de toda la familia. Los números 492-508 de “Selección de Textos”, tan familiar para nosotros, hablan de tal persona. Son textos densos, llenos de inspiraciones, de grandes intuiciones psicológicas y percepciones espirituales. Un ejemplo: El 14 de octubre de 1848, Eugenio escribe al P. Dassy: “Te recomiendo suavidad en tu gobierno No canses a tus súbditos; sé caritativo y paciente. Firmeza cuando haga falta, pero nunca dureza.” Simples directrices, diferentes situaciones, pero siempre actuales.


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