EL SUPERIOR LOCAL: “EL PASTOR DE SUS HERMANOS”
P. Paolo Archiati, omi, Vicario general
Continuando
con nuestra reflexión sobre la comunidad oblata, me gustaría compartir algunas
reflexiones sobre sus componentes. En particular, me gustaría añadir en este
artículo una palabra sobre el superior local. Como bien saben, el término “superior”
encuentra hoy algo de oposición por distintos motivos. Uno de ellos, y no el
menos importante, es el cambio de contexto cultural de las últimas décadas en
la sociedad y en la Iglesia. En algunas congregaciones, al superior de una
comunidad local se le llama guardián; en otras responsable; en otras “facilitador”
o coordinador. Sea como se le quiera llamar, a menudo, rechazamos un término
sin que seamos capaces de encontrar otro más adecuado. Con frecuencia la
terminología, cuando tratamos de plasmar una realidad que trasciende el
significado de las palabras, como es el caso, es inadecuada. En la vida real,
no resulta difícil encontrar un superior que sabe también ser súbdito, un
servidor de sus hermanos, y un coordinador que actúa como un déspota o
dictador. Se trata, más bien, de un problema de perspectiva, relacionado más
con la forma de vivir una función, un servicio, una presencia.
Nuestra regla de vida habla del superior local en varias ocasiones. La Constitución 38 contempla al superior local como al guardián del proyecto conjunto de la comunidad, llamado a velar para que el proyecto se concrete en la realidad. Pero es la Constitución 93 la que describe de manera más completa la identidad y la función del superior local. Sería conveniente que todo superior local leyera esta constitución al menos al inicio de cada semana. La constitución va acompañada de dos reglas que explican más detalladamente las tareas que un superior local debe desempeñar. En el texto impreso, aparece también junto a ellas una referencia a la edición de la Regla del Fundador del 1825. Este texto de San Eugenio podría atemorizar a un superior por lo exigente que es y por lo que pide a aquellos llamados a ejercer este ministerio, pero también es posible leerlo como un ideal hacia el que el superior debe abrirse camino, esforzándose, en su servicio a la comunidad, como una “llamada” a dar lo mejor de uno mismo en el servicio a sus hermanos.
En un escrito de 1996 sobre el papel del superior en una comunidad de formación, el Padre Marcello ZAGO escribía: “En mis diez años de experiencia como Superior General, hay un principio que cada vez ha sido más evidente para mí: no hay renovación personal y misionera sin una auténtica vida de comunidad y esto no será posible sin un verdadero superior local. Más aún, ésta es una convicción que se desprende de los Capítulos Generales que reflexionaron sobre nuestra renovación.” Mucho de lo que escribe el Padre Zago en este artículo puede aplicarse a cualquier comunidad local.
Una característica que me gustaría enfatizar aquí, sacada del documento Testigos en Comunidad Apostólica, define al superior como “el pastor de sus hermanos”, un término con explícitas connotaciones bíblicas. Promueve la caridad fraterna y está llamado a realizar esta tarea de las maneras más diversas, a menudo sacrificando sus propios deseos o intereses personales. Es la prerrogativa del pastor “dar su vida por las ovejas”.
En la última parte del artículo, el Padre Zago enumera algunos comportamientos y actitudes típicas de un superior. En pocos trazos, esboza un cuadro de extraordinaria belleza. Por razones de espacio, debo limitarme a enumerar estas sugerencias sin poderlas comentar. El superior cree en la comunidad y en su valor teológico, formativo, misionero y apostólico. El superior ama la comunidad, amando a cada uno de sus miembros, preocupándose por ellos con la mayor disponibilidad y siendo para ellos un ejemplo de amor fiel y ejemplar. El superior anima la comunidad de diferentes maneras: mediante encuentros de comunidad que él convoca para fomentar una mayor comunión; mediante un discernimiento basado en el Evangelio sobre la vida de la comunidad y de cada miembro de la misma; mediante la elaboración de un proyecto misionero común, fomentando un espíritu de cooperación e iniciativa; mediante un diálogo efectivo por el que pueda explicar a sus hermanos los retos que afrontan y las limitaciones que han de corregir. Finalmente, el superior ora por la comunidad, sabiendo que es un don de Dios y no el simple resultado del esfuerzo humano.
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