547 - Agosto-Septiembre 2014
4 Julio 2014 - 29 Agosto 2014

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LA TRINIDAD, MODELO DE NUESTRA VIDA COMUNITARIA

Paolo ARCHIATI, OMI, Vicario General

Animado por los comentarios tan positivos sobre lo que compartí la última vez, especialmente sobre los dos consejos que el Papa Francisco nos proponía para construir la comunidad, me estaba preguntando qué podría compartir en este nuevo número de Información OMI, cuando me llegó la noticia de la repentina muerte de uno de nuestros misioneros de la Provincia de Argentina-Chile: el P. Émile TROTTEMENU. Conocí a este hermano nuestro en dos circunstancias diferentes: en el Capítulo General de 1998 y con ocasión del retiro que prediqué a su provincia hace ya algunos años. Hay un detalle de este misionero que ha quedado grabado en mi memoria, un rasgo que han destacado todos los que le conocieron y que yo he podido verificar por mí mismo, un detalle que le hacía caer “simpático” inmediatamente: se decía que el P. Émile no era capaz de tratar de un tema cualquiera sin salirse por peteneras para terminar hablando del misterio de la Trinidad.

He aquí, me decía a mí mismo, el tema que estaba buscando. Al comienzo de nuestro recorrido, hemos subrayado los dos modelos que Eugenio propuso a sus Oblatos para la vida de comunidad: la primera comunidad cristiana de Jerusalén y la comunidad de los apóstoles con Jesús. A estos dos modelos podríamos, sin duda, añadir un tercero, sin miedo a traicionar el pensamiento de nuestro santo Fundador: la Trinidad como modelo de nuestra vida comunitaria. ¡Un “ideal” de comunidad que nos invita y ayuda a mirar a lo alto!

La Escritura dice que cuando Dios creó al hombre lo creó “a su imagen y semejanza”. Los investigadores han escrito numerosas obras para tratar de explicar en qué consiste esta imagen, en dónde reside; en qué aspectos, la creatura humana, ha sido creada a imagen de Dios.

Toda persona humana porta en sí, como si de una marca indeleble se tratase, esta imagen. Una imagen que debemos descubrir y redescubrir durante nuestra vida y hacer que resplandezca en las relaciones que tejemos con las otras personas a lo largo de nuestra existencia.

Hemos sido creados a imagen de Dios. La comunidad religiosa oblata es, sin ninguna duda, un lugar privilegiado donde poder descubrir y vivir esta “vocación”. Un miembro de mi comunidad ha predicado recientemente un retiro en una provincia oblata y lanzó, para ayudar a redescubrir y vivir en profundidad la vida comunitaria, algunas preguntas que iban en este sentido. En nuestra comunidad podemos contemplar a nuestro hermano y preguntarnos: ¿Cuáles son las huellas de la Trinidad en este hermano? ¿En qué descubro que es imagen de Dios? ¿Por qué a veces nos cuesta tanto ver, contemplar, dejarnos sorprender por la imagen de Dios que habita en nuestro hermano? ¿De qué manera, qué actitudes podemos crear en nosotros para reconocerla más fácilmente?

Nuestro manual de oración nos recuerda que nuestro Fundador adopta para su Congregación la oración de la mañana que él mismo utilizaba desde su seminario en San Sulpicio. “Para él – leemos en este manual – la forma trinitaria de esta oración refleja la esencia misma de nuestra vocación: vivir como verdaderos hijos de Dios, imitar a Jesucristo y trabajar por la gloria de Dios bajo la inspiración del Espíritu Santo”.

En su formulación original, es una oración de adoración, de acción de gracias, de petición de perdón, de ofrenda, de abandono. El texto refleja la teología y el vocabulario de la época; sin embargo, creo que más allá de los conceptos y de la formulación en que se presenta, esta oración puede ayudarnos a redescubrir nuestra relación, en tanto individuos y como comunidades, con cada una de las tres personas en cuya comunión se nos invita a entrar.

Me permito aquí proponer una reunión, tal vez más de una, con el objetivo de permitir a los que en ella participen, a compartir su relación personal con las tres personas divinas, inspirándose en la experiencia de sus vidas. Este compartir bien podría ser el comienzo en nuestras comunidades locales de una vida comunitaria renovada.

No es este el lugar para hablar de la Santa Trinidad desde un punto de vista teológico o desde la Escritura; querría no obstante destacar algunos rasgos de las tres personas divinas, tal y como la Palabra de Dios nos las presenta, en particular el Evangelio: aspectos que podemos descubrir en nosotros mismos o en nuestros hermanos, en tanto seres creados “a imagen de Dios”. Del Padre, a quien llamamos en el credo Creador y Señor de todas las cosas, el Evangelio subraya los rasgos de bondad, misericordia, amor gratuito, ternura, perdón. Del Hijo se subraya la obediencia libre y total a la voluntad del Padre, la capacidad de acoger, la entrega de su vida para la salvación de todos, su “oblación” en el altar de la cruz. Del Espíritu Santo, amor recíproco entre el Padre y el Hijo, se dice que es el consolador, el defensor, aquél que nos lleva a la verdad para que seamos libres y para que nos reconozcamos como hermanos y hermanas, hijos de un mismo Padre.

No es mi intención describir al detalle cómo podemos “vivir la Trinidad” en nuestra vida de comunidad, en nuestras relaciones interpersonales, en la vida que recibimos como don de nuestro Padre y que estamos llamados a vivir día a día como respuesta de amor a dicho don. Querría más bien dejar este ejercicio a la comunidad oblata, sobre todo a la comunidad local, célula viva de nuestra misión.



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