549 - Noviembre 2014
30 Septiembre 2014 - 31 Octubre 2014

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¿A QUÉ COMUNIDAD PERTENEZCO?

P. Paolo Archiati, OMI, Vicario General

Como ya dije, me gustaría decir en este número de Información OMI algo sobre lo que podríamos llamar las trampas, los desafíos y tal vez incluso las “tentaciones” que acechan detrás de los medios de comunicación, cuyos aspectos positivos ya señalamos en el número anterior. Esta lista, probablemente podría ser más larga que aquella otra anterior. Pero no me dejaré llevar por la tentación de alargarla innecesariamente. Me limitaré, más bien, a subrayar dos o tres retos que los medios de comunicación nos ofrecen en relación con la vida de comunidad. Son simples reflexiones que comparto sin mayores pretensiones.

El primer punto es el factor “tiempo”. Entre otras muchas cosas que los medios de comunicación han cambiado, o están cambiando, encontramos el de nuestra relación con el tiempo y el uso que hacemos del tiempo que disponemos. Me refiero en particular a tres aparatos concretos: la televisión, el ordenador y el teléfono móvil. Los expertos, en sus análisis, hablan de la auténtica dependencia que su uso genera. El hecho de ser religiosos consagrados y de haber hecho votos, no nos hace inmunes a estas nuevas “afecciones” ni nos exime de un serio examen del estado de salud y del uso del tiempo que se nos ha concedido. Si sumamos todo el tiempo que pasamos al día frente a un monitor, a una televisión o a la pequeña pantalla de un móvil, nos damos cuenta de que, en la mayoría de los casos, son varias horas. Ciertamente muchas de estas horas son de trabajo, al servicio de la misión, del ministerio, pero sigue siendo obligatorio, si no necesario, que hagamos una evaluación crítica.

Una vez, uno de mis hermanos me dijo que le edificaba estar en una comunidad oblata en la que no había televisión. Había encontrado una comunidad modelo, capaz de hacer una opción radical, ya que consideraba la televisión una pérdida de tiempo. No sabía si dejarle en ese estado de edificación o si hacerle ver que ¡no había televisión en común porque cada uno tenía una en su habitación! Por supuesto, esto había solucionado al menos un problema: el decidir juntos qué programa ver. Pero puede ser también un buen ejercicio de comunidad, una oportunidad para practicar varias virtudes al mismo tiempo, sin excluir la posibilidad de llegar a las manos por la elección de un canal – algo que ha sucedido ¡también en una casa oblata!

Cuando hablo del ordenador, por supuesto, me refiero a sus muchas aplicaciones, incluyendo especialmente el internet, email, Skype y muchos otros programas para comunicarse que son cada día más accesibles ahora también con “tabletas” o móviles. En este caso, además del factor “tiempo”, uno debería considerar “qué” es lo que acapara ese tiempo: el papeleo, escribir cartas o mensajes, chatear con amigos, hacer nuevas amistades, ver una película, jugar online, y la lista podría continuar. ¿Tiempo para la misión? ¿Tiempo quitado a qué otras actividades? Una buena evaluación de este punto puede ayudarnos a encontrar un nuevo equilibrio en nuestro “uso del tiempo”. En cuanto a la vida de comunidad, creo que es importante que el tiempo que empleamos en el uso de las herramientas de comunicación esté equilibrado con el tiempo que dedicamos a la oración, al apostolado, a la lectura o al estudio, al trabajo o al descanso, al encuentro con nuestros hermanos o a pasar, simple y gratuitamente, un tiempo juntos.

Junto con este tema del tiempo, deberíamos considerar las diferentes pantallas que captan nuestra mirada, ya sea la pantalla del ordenador, del televisor o de una tableta o del teléfono móvil. El hecho de que el ordenador sea “personal” ha hecho que sea, al mismo tiempo, “individual”. Éste es un concepto nuevo vinculado a la justa demanda de privacidad, lo que significa: aquí estoy yo y nadie puede entrar. Y, puesto que nadie puede entrar, puedo ver y hacer lo que quiera… quizás sea un lenguaje propio de adolescentes, pero se da también en personas de todas las edades. Sé que es un punto delicado, porque toca la conciencia de la persona, pero lo que quiero resaltar aquí es la importancia de una consideración seria y regular de este tema, hecha a la luz de nuestra consagración religiosa y de los valores que le son esenciales.

El otro aspecto sobre el que querría pedir que reflexionemos es el de esa especial comunidad formada por la lista de contactos de nuestro móvil, de nuestra tableta o de nuestro portátil. Ahí están los nombres, direcciones y números de teléfono de las personas que, podríamos decir, forman una comunidad de una manera algo “diferente” de la que se nos ha dado y confiado a través de la última obediencia recibida. ¿De qué forma se relacionan estas dos distintas comunidades? ¿Soy más feliz en compañía de los hermanos de mi comunidad oblata a la que pertenezco por una obediencia específica, o en compañía de esta “nueva” comunidad que he creado y a la que puedo añadir o quitar miembros cada día a placer? Si necesito ayuda, a quién acudo de manera más espontanea, a uno de mis hermanos o a alguien de mi lista de contactos? Son éstas preguntas que yo me hago a mí mismo. Hacerlas ahora en este número es una oportunidad de compartirlas con ustedes.



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