554 - Abril 2015
7 Marzo 2015 - 9 Abril 2015

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LA FORMACIÓN PERMANENTE PARA RENOVARSE EN EL CARISMA OBLATO


P. Cornelius Ngoka, OMI, Asistente General

En la Carta Apostólica dirigida a las personas consagradas durante el Año de la Vida Consagrada, que coincide con el segundo año del Trienio Oblato, el Papa Francisco explica los objetivos del año para cada instituto religioso y para cada consagrado: mirar el pasado con agradecimiento, vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza. Para nosotros, oblatos, esta triple invitación es un kairós que nos invita a renovarnos en nuestro carisma en vísperas del 200 aniversario de la Congregación. Desde su inicio, S. Eugenio de Mazenod estaba convencido de que el futuro de nuestra misión como misioneros oblatos sólo estaría asegurado por oblatos muy bien formados, imbuidos del espíritu del carisma[1]. El énfasis se ponía no sólo en la formación primera para los jóvenes que se preparaban para la vida misionera, sino también en la formación que dura toda la vida. En la petición de autorización dirigida a los Vicarios Generales de Aix, el Fundador especifica lo que podría considerarse como el doble propósito de la Congregación, a saber, por un lado, la predicación de misiones y, por el otro, la santificación y la renovación personal de sus miembros.

La Formación tiende al crecimiento integral de la persona. Es tarea de toda la vida… Implica una conversión constante al Evangelio (C. 47). Ya que la llamada a la conversión, renovación y crecimiento integral no se limita a la formación primera, la formación permanente debe estar bien organizada y preparada para que acompañe a cada oblato y a cada comunidad en su proceso. En la Congregación contamos con estructuras de formación primera que en general funcionan bien y ofrecen un buen acompañamiento a los formandos durante su itinerario formativo, que suele durar entre 8 y 12 años. En cambio, se ha hecho muy poco en lo relativo a la formación permanente de los oblatos. Y sin embargo es un periodo de formación que dura mucho más y que acompaña diversas fases y temporadas de la vida de un oblato. Como nos recuerda la Constitución 69, la formación permanente ayuda al oblato a verificar cómo se realiza la unidad entre su vida y su misión en todas las etapas de su desarrollo.

Una de las llamadas a la conversión que nos hizo el Capítulo General de 2010 es que cada unidad establezca un programa claro de formación permanente que permita a todos los oblatos renovarse para el bien de la misión. Este programa de formación debe tener en cuenta los cinco pilares de la formación oblata para el bien integral de la persona: las dimensiones espiritual, la humana, la comunidad, y las dimensiones intelectual y pastoral/misionera; y todo, a la luz de nuestro carisma. Para realizar este programa, es necesario que se nombre a alguien, acompañado de un equipo, para su coordinación y seguimiento.

A lo largo de los años, algunas unidades han logrado construir un buen programa de formación permanente, designando oblatos que lo organizaran siguiendo las diferentes etapas de la vida misionera oblata. En algunos lugares, se tienen programas periódicos de actualización en una sola unidad o entre varias unidades. En otros lugares son las comunidades las que organizan la formación permanente de sus miembros. La experiencia de los programas sabáticos u otra formación especializada, bien planificada y como respuesta a necesidades específicas, son otra forma de cargar las pilas y de renovarse. Las experiencias De Mazenod y otras sesiones de aggiornamento en Aix ofrecen a todos los oblatos la oportunidad de sumergirse en la experiencia fundacional de nuestra Congregación para volver a casa renovados.

Sin embargo parece que la necesidad de pararse de vez en cuando no siempre forma parte de nuestra pasión misionera. Examinar nuestra experiencia religiosa y misionera, hacer balance, compartir nuestra fe y refrescarnos, comenzar de nuevo, como individuos y como comunidad. Pero “la vida misma de la congregación y su futuro y sin duda el éxito de nuestra misión, dependen en buena medida de nuestra disponibilidad para ocuparnos de nuestra propia renovación.[2]” La formación permanente no puede ser considerada como un anexo opcional en nuestro programa de vida misionera ya en marcha. Es una parte integral de nuestra vida misionera. ¿Qué hace Jesús ante la dureza de la actividad misionera de los apóstoles? Les invita a ir aparte, a un lugar solitario, “para descansar un poco” (Marcos 6, 31). Frente a cada desafío de nuestra vida misionera y religiosa, en un mundo en constante cambio y cada vez más exigente, dada la rutina de nuestra vida diaria, frente a la fatiga, el desánimo, la propaganda, y todos los tipos de dificultades encontradas y experimentadas en la misión, lo cual reduce su gusto por la vida religiosa oblata, es esencial que los oblatos tengan tiempo para reflexionar, para renovarse espiritual y humanamente, para intercambiar ideas y para escucharse mutuamente, de forma que puedan hacer balance de sus vidas y puedan renovarse. Una buena formación permanente ofrece un buen contexto y un suelo fértil para que continúe una saludable y exitosa formación primera.

La invitación que el Papa Francisco lanza a los consagrados para despertar el mundo implica que, antes de nada, seamos nosotros mismos personas felizmente despiertas, a la par con los gritos y las expectativas reales de nuestro mundo de hoy.



[1] R. Motte, Formación, en Diccionario de Valores Oblatos, Vol II. AEIO, Asunción 1999, p. 98.

[2] Normas Generales para la Formación Oblata, 266.



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