ASIA-OCEANÍA
Dotándonos de seguridadTras los espantosos sucesos de Youhanabad, Lahore, del 15 de marzo de 2015, en los que un par de docenas de fieles fueron masacrados en el complejo parroquial por un doble ataque suicida, hiriendo a gran número de personas, y tras la reacción extrema de algunos cristianos, el factor del miedo ha contagiado a todos los asentamientos cristianos, instalaciones cristianas, iglesias, casas religiosas, seminarios y escuelas cristianas.
El gobierno ya ha impuesto medidas para proteger
los lugares vulnerables de las garras de los terroristas y grupos de
extremistas, que se han hecho más presentes en las instalaciones cristianas
tras los sucesos de Yohanabad.
Los Oblatos de Pakistán tienen tres casas de formación: en Karachi (escolasticado), Lahore (filosofado) y Multan (juniorado) y una pequeña escuela en el desierto de Derekabad. Las fuerzas de orden público nos han aconsejado encarecidamente que nuestras instalaciones sean resguardadas por unos parapetos de ocho pies de alto (2,4 m.) con alambre de púas de tres pies de alto (1 m) en lo alto de los muros. Parte de estas medidas de seguridad incluye la instalación de un circuito cerrado de cámaras de televisión con dispositivos de grabado.
Damos gracias al Superior general oblato, al Ecónomo general, al Consejero regional de Asia-Oceanía y a los miembros de la Administración general por ayudarnos a atender estas medidas de precaución. La Delegación de Pakistán da las más sentidas gracias a las unidades de la región que nos han ayudado en nuestro momento de necesidad. ("Pak Bulletin", enero-abril de 2015).
Para mí Francis fue ante todo un amigo y un hermano oblato. Como obispo, arzobispo y cardenal, siguió siendo simplemente un amigo con quien podía charlar y parlotear.
Así fue cuando nos encontramos por primera vez como escolásticos en Washington D.C. en el verano de 1963. Acabábamos de terminar nuestro tercer año de Teología, él en Ottawa y yo en Washington D.C. Lo que me sorprendió de él fue su penetrante mirada, que se fijaba en mí como si fuera la única persona con él en la habitación. Esos ojos eran las ventanas de su mente y su corazón. Tenía una mente profundamente perspicaz cuya vasta cultura, filosofía y teología, aún de escolástico, fueron más tarde revelándose en la escena pública.
Sobre Francis conté una vez esta historia a los fieles católicos de Chicago, reunidos en el Primer Festival archidiocesano de la fe católica.
Les hablé de la profunda humanidad de su
pastor. Era verano en Washington D.C., en vísperas de los exámenes finales de
la Universidad Católica de América. Francis estaba haciendo una Maestría en
Filosofía. Yo estaba cursando Historia Diplomática Europea. Los otros
escolásticos oblatos se habían marchado a sus habitaciones para estudiar.
Francis y yo nos quedamos para ver por televisión el concurso de Miss Universo.
Era un evento largo, eterno. Yo quería verlo hasta el final porque la belleza
que era la candidata filipina era semifinalista. El también quiso quedarse para
el resultado final. Como resultado, ambos nos fuimos a dormir cerca de
medianoche sin haber estudiado para los exámenes finales. Primero Miss
Universo, luego los estudios estivales. Aunque no del todo, pues sé que obtuvo
las máximas calificaciones en sus materias de filosofía aquél verano.
Era de veras un filósofo brillante y un excelente teólogo, un intelectual de primer rango.
En la canonización de nuestro Fundador, San Eugenio de Mazenod, el P. Marcello ZAGO, Superior general, organizó un breve simposium de obispos oblatos de todo el mundo. Me pidió que presentara una breve mirada a la Iglesia en Asia.
Para presentar el panorama de la Iglesia en Asia, mostré el rico mosaico de las culturas asiáticas, Asia como la cuna de las religiones antiguas, así como la pobreza masiva del continente asiático. Dado este contexto pastoral, la visión de la Iglesia en Asia, dije, era evangelizar por medio del triple diálogo: inculturación o diálogo con las culturas, diálogo interreligioso o diálogo entre las principales religiones y filosofías asiáticas y la liberación integral del hombre o diálogo con los pueblos pobres de Asia. Francis se acercó a mí durante el descanso y me dijo, para mi total sorpresa, que era la primera vez que entendía por qué el diálogo era algo imperativo en Asia. Bromeando le dije: “¡Ah, así que tras todos estos años finalmente has aprendido algo de mí!
Pero, de veras, era un intelecto deslumbrante, siempre en busca de la verdad. Y esa verdad era en primer lugar la verdad de Dios, de la misión divina, de nuestra misión.
Era Vicario general de la Congregación cuando visitó las Filipinas. Oí una conferencia que dio a los escolásticos de Manila. Aquélla conferencia fue para mí el pórtico para una mejor comprensión de la “audacia misionera” de San Eugenio y del “evangelizar a los pobres”. Era también la clave de su corazón misionero que, en medio de formidables desafíos de la misión en el sur de Filipinas, seguía lleno de optimismo, de fe y de confianza en Jesús. La hondura de sus convicciones eran, sin duda, fruto de su oración personal ante el Señor.
La última vez que encontré a Francis fue visitándole el año pasado. Estaba con una salud relativamente mejor mientras dirigía una asamblea de sacerdotes de Chicago. Me pidió hablar a los sacerdotes. Les hablé brevemente del trabajo en favor de la paz en la Archidiócesis de Cotabato. Pero percibí cuán difícil le resultaba andar, incluso distancias cortas. Habló luego sin darle importancia sobre el pronóstico de los médicos, que sus días estaban contados. Comprendí que no nos volveríamos a ver de nuevo.
Hoy supe que el Señor finalmente ha llamado a su seno a Francis. He comenzado mi homilía durante la ordenación sacerdotal de seis jesuitas en el Ateneo de Manila teniendo a Francis presente. Dije que, hablando de Jesús como Sacerdote Eterno, tenía también presente, como icono de Jesús, Buen Pastor, a un gran sacerdote, misionero oblato, un cardenal, un amigo, que se sentía como en casa en los grandes centros urbanos del mundo al igual que en las pobres periferias rurales de Sudamérica, África y Asia. Al mencionar el nombre de Francis, tuve que detenerme para controlar mi voz.
Francis, mi querido amigo, mi hermano oblato, incluso rezando nosotros por ti, encomiéndanos al Señor, nuestra Santísima Madre y a tu tocayo, San Eugenio.
Como primer paso, iniciaron la campaña en una
parroquia oblata, Mattakkuliya, Colombo. Ha sido todo un éxito. La Juventud
Mazenod pegó pegatinas de concienciación en motos-taxis, en autobuses del
transporte público, en tiendas y en la parroquia. Un buen número de gente, con
independencia de su credo o etnia, colaboró sin problemas en la campaña.
Los miembros del equipo han decidido ahora ir
a otro lugar de la diócesis de Chilaw, el pueblo de Sirigampola. El párroco es
un entusiasta y desea cooperar con la misión. Su implicación personal en el
programa diocesano de Alcohólicos Anónimos es una razón de más para su
disponibilidad con esta campaña de concienciación.
Es esencial que reaccionemos ante estas realidades e informemos a los jóvenes de los pueblos sobre los peligros de las drogas, del alcohol y de otras amenazas. Es interesante y alentador observar que otros jóvenes de la sociedad animan constantemente a la Juventud Mazenod a intensificar y redoblar sus esfuerzos en estos campos.