561 - Diciembre 2015
11 Noviembre 2015 - 30 Noviembre 2016

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CARTA DEL SUPERIOR GENERAL

Carta del Superior General para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción 2015

L.J.C. et M.I.

Queridos hermanos oblatos,

¡Feliz Fiesta! En esta solemnidad de nuestra patrona, nos reunimos como familia para expresar nuestro amor a María Inmaculada. Una de sus advocaciones que tenía un lugar especial en el corazón de San Eugenio era el de Madre de Misericordia. Qué oportuno que ahora que la Iglesia inaugura este "Año de la Misericordia” recordemos nuestro vínculo como oblatos con este título de María. Pedimos a San Eugenio que interceda por nosotros para que experimentemos el gozo de creer que el Padre de la Misericordia está presente entre nosotros, en el corazón del mundo, ofreciendo la gracia y la salvación ante una pobreza cada vez más cruel, ante cada vez más hermanos y hermanas abandonados y ante una necesidad del Evangelio cada vez mayor. Al celebrar la belleza y la maravilla de la Misericordia del Padre en la fiesta de la Inmaculada Concepción, renovamos nuestra fe en el Espíritu, siempre activo en nuestras vidas y en el mundo, manifestando el amor misericordioso de Dios generación tras generación.

Hemos hecho una peregrinación a lo largo de estos dos años que llevamos de Trienio Oblato, tratando de responder a la gracia transformante de Dios en nuestras vidas. Ahora entramos en el tercer año del Trienio, con la enorme esperanza de que el Espíritu, que actúa en nosotros, hará infinitamente más de lo que podamos pedir o imaginar (Ef 3, 20). La conversión no es el resultado de un programa de ejercicios, sino el movimiento del Espíritu que nos desarma, que transforma el estancamiento y la oscuridad en vida y luz. Oramos al Espíritu Santo, mirando con atención, esperando, escuchando bien despiertos, en la intensa expectación de que el Consolador provocará en nosotros la "profunda conversión personal y comunitaria a Jesucristo” a la que nos llama el Capítulo General de 2010.

Este año del Trienio Oblato, coincidiendo en la Iglesia con el Año de la Misericordia, estará marcado con muchos acontecimientos especiales dentro de la Congregación a lo largo del 2016: el 25 de Enero el 200 aniversario de nuestra Fundación como Misioneros de Provenza; en Marzo, el Congreso sobre la Misión con Jóvenes, en Julio el Congreso sobre la Pastoral Vocacional y el Encuentro Oblato de Jóvenes previo a la Jornada Mundial de la Juventud en Polonia; y el XXXVI Capítulo General del 14 de Septiembre al 12 de Octubre. Esperamos anhelantes un año maravilloso, lleno de acontecimientos en Provincias, Misiones y Delegaciones, conmemorando el tercer año del Trienio Oblato. Por favor, apoyen y oren por todos estos acontecimientos, y envíen fotos y noticias al Padre Shanil, del Servicio OMI de Comunicaciones para compartirlo con toda la Congregación.

Durante el primer año del Trienio Oblato, reflexionamos sobre una dimensión nuclear de la fundación misionera de San Eugenio: Los Oblatos nos reunimos como hermanos en comunidad apostólica. A menudo describía nuestra vocación de vivir en comunión fraterna con palabras que evocaban los lazos familiares más fuertes y con frecuencia hacía referencia al "un solo corazón y una sola alma” de los primeros cristianos. Es esencial para nuestro carisma que siempre nos entreguemos con alegría y generosidad, como la vez primera, en la tarea de crear comunidad. En Novo Millennio Ineunte, San Juan Pablo II llamaba a la Iglesia "casa y escuela de la comunión”. Más recientemente, al inaugurar el Año de la Vida Consagrada, el Papa Francisco recordaba a los religiosos que estamos llamados a ser "expertos en comunión”. Aunque una fuerte tendencia nos empuja hacia el individualismo y el activismo, la resistencia profética insiste en que la misión de vivir la comunión fraterna es esencial para la vida consagrada oblata. Consideramos el voto de Castidad en este primer año del Trienio por su relación inherente con la comunidad apostólica. Apreciamos una vez más que si somos hombres castos y célibes es por una invitación especial del Señor (C. 14) y reconocimos que una castidad saludable, que consagre toda nuestra afectividad, nos capacita para generar comunión fraterna y crear relaciones significativas en comunidades apostólicas a lo largo de nuestras vidas.

Durante este último año del Trienio Oblato, hemos ampliado nuestra comprensión de la formación permanente (CC. 68-70) como una tarea que dura toda la vida, como discípulos que crecen siempre en el Señor, como seres humanos, como hombres consagrados y como misioneros. La formación permanente es más que unos simples estudios especializados para obtener un grado superior. Es un compromiso de por vida para convertirse en santos, como nos pedía Eugenio de Mazenod. En este segundo año del Trienio también revisamos nuestras vidas, como individuos y comunidades, en relación con el consejo evangélico de pobreza (CC. 19-23). Es esencial que este voto sea asumido más radicalmente por cada uno de nosotros como un signo de que Jesucristo es nuestro único tesoro verdadero. ¡El voto de pobreza nos induce a entrar en una comunión más profunda con Jesús y con los pobres! (C. 20) Nuestras vidas al servicio de los pobres nos cuestiona en muchos niveles: gratitud, simplicidad, alegría, providencia, trabajo… Debemos evaluar nuestro estilo de vida y examinar cómo el materialismo y el ansia de consumir pueden disminuir nuestro compromiso de compartir todo cuanto ganamos y recibimos con nuestros hermanos oblatos.

Este año el Trienio Oblato nos lleva al tema que tanto nos apasiona a los oblatos: la Misión (CC. 1-10). También oramos y reflexionamos cómo vivir el voto de obediencia (CC. 24-28), siguiendo a Jesús cuyo alimento era hacer la voluntad de su Padre (Jn 4, 34). Debemos esforzarnos constantemente por alcanzar una comprensión más madura de la obediencia en un contexto de discernimiento, de cuestionamiento honesto y fraterno, de consulta y participación comunitarias, junto con la disponibilidad, la humildad y la fe. La obediencia está relacionada directamente con la misión. Juntas expresan el significado de la oblación.

Al reflexionar sobre la Misión en este año del Trienio Oblato, un pasaje de la Escritura, profético y visionario, orienta nuestra visión: Lucas 4, 14-21:

"Jesús volvió a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extendió por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos.

Vino a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito:

El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él.”

Nuestro Fundador escogió este texto para inspirar a la Congregación y ahora ilumina nuestro discernimiento en torno a la misión en este Jubileo por el 200 aniversario. Personalmente, experimento el poder del Espíritu Santo y la llamada a la misión cuando oigo la proclamación este pasaje. Al Orar y reflexionar con él en comunidad nos renovamos en nuestra oblación misionera. En este texto conmovedor Jesús anuncia su misión con la unción del Espíritu, y ésta empieza con los pobres: Él es enviado a anunciar la Buena Noticia a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos y dar comienzo a un año de gracia, revelando así el corazón misericordioso del Padre para con los más abandonados. La vocación de nuestro Fundador, una llamada que nace en un camino de conversión y que está marcada por una significativa experiencia ante el crucifijo, resultó ser un eco fiel de la misión de Jesús anunciada en la sinagoga de Nazaret.

Este tercer año del Trienio Oblato nos invita a reexaminar nuestra fidelidad al carisma de Eugenio de Mazenod y, en última instancia, nuestra fidelidad a la misión de Jesús. Todas las unidades de la Congregación están llamadas a revisar su actividad misionera a la luz de este pasaje de la Escritura y de nuestras CCyRR. Los recientes documentos del Papa Francisco, Evangelii Gaudium y Laudato Si’ nos dan un gran impulso para renovar nuestro vigor misionero. Estos escritos confirman el carisma oblato e iluminan nuestro discernimiento sobre la misión, generando un nuevo ardor misionero en nosotros. Ya algunas unidades oblatas se han comprometido en un proceso valiente de discernimiento de la misión, tomando decisiones duras para crecer en vitalidad de vida oblata y en fidelidad al carisma. Me gustaría animarles y darles mi bendición mientras disciernen nuevos caminos. Cada unidad debería revisar desde la oración, como una única comunidad misionera, cómo participar en la misión de la Trinidad y discernir cómo y dónde se siente llamada a dar testimonio hoy a la luz de nuestro carisma. Pedimos al Espíritu que libere nuestros corazones para dejar atrás ministerios en los que hicimos un gran trabajo, para poder responder hoy a las necesidades más urgentes y a los retos de la evangelización.

Un nuevo corazón; un nuevo espíritu; una nueva misión: este ha sido el proceso para el que hemos implorado la gracia de Dios. El Capítulo General de 2010 nos invitó a una nueva perspectiva misionera caracterizada por la audacia mazenodiana y la valentía de dejar atrás los caminos ya familiares, las cómodas rutinas y la mortal inercia para abrazar, no ya sólo tareas pastorales nuevas o diferentes, sino toda una nueva manera de ser misioneros comprometidos con Jesucristo. La clave es de qué forma somos misioneros: no nos define simplemente lo que hacemos, sino quiénes somos como discípulos de Jesús, y cómo vivimos nuestra oblación. Estamos llamados a integrar, de forma mutuamente vivificadora, los valores de la consagración con el compromiso por la misión.

La llamada a la conversión a la que nos ha conducido el Espíritu genera signos de vida nueva en nosotros. El Espíritu nos empuja a descubrir la unidad sagrada y profética entre testimonio de vida y evangelización. La llamada a una profunda conversión a Jesucristo nos saca de la destructiva dicotomía entre vida y trabajo, o entre ser y hacer, a una espiritualidad en la que se nos desafía a mantener la relación integral entre el trabajo que hacemos por la misión de Dios y nuestra consagración religiosa. Ya no nos puede bastar el subordinar el valor de nuestra vida consagrada – los votos, nuestra vida de fe y comunidad apostólica – a un sinfín de actividades descritas libremente como misión.

La Misión es un precioso don de la Trinidad que nos invita y atrae a participar en el don infinito que Dios hace de Sí Mismo, salvando, amando, agraciando toda la creación. La Misión no nos pertenece, como si fuera nuestra posesión. Como misioneros debemos alimentar un profundo aprecio y reverencia por esta invitación a cooperar en la obra de la salvación. La participación en la misión de la Santísima Trinidad requiere una participación de la comunidad y un compromiso común frente al individualismo; discernimiento y oración frente a las reuniones "de siempre” o a simples discusiones organizativas; el apasionado seguimiento de Jesús mediante la vida de votos frente a vivir como solteros ensimismados en sí mismos, consumidores postmodernos. Nuestra consagración como religiosos es un elemento constitutivo de cómo participamos en la misión de Dios.

Cuando vivimos la integración entre misión y consagración, nuestras vidas soportan la tensión, creativa y dinámica, entre nuestra acción misionera de evangelización y las otras dimensiones esenciales de la vida, es decir, nuestra relación con la Trinidad, cuya voluntad buscamos hacer; nuestra relación con los otros en comunidad apostólica que nos humaniza y santifica; y el seguimiento profético de Jesús mediante los votos. Cuando estas dimensiones son vividas con integridad brota en nosotros energía en abundancia para el Reino, para el compromiso fiel y gozoso. Cuando nos comprometemos a mantener la integridad de esta tensión nuestras vidas reflejan mejor la luz del Evangelio y testimoniamos el carisma oblato mediante nuestra cercanía a los pobres, el celo por el Evangelio y nuestra disponibilidad para las misiones difíciles. Vivir con mayor fidelidad los valores de nuestra consagración no disminuirá nuestro compromiso por la misión. Al contrario: cuanto más nos entreguemos a la vivencia de los votos, a la vida de oración y a la vida comunitaria, mayor será nuestra oblación apostólica en la misión de Dios. Esta relación queda expresada en la motivación bíblica para nuestro Jubileo, Mt 5, 13-16:

"Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará?
Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.

Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”

El testimonio de nuestras vidas es sal y luz para el mundo y toda obra buena que hagamos brilla no para nuestra propia gloria y renombre personal, sino que redunda en mayor gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Confío en que el material para compartir la fe haya sido útil para guiar las reflexiones en las comunidades y que hayan brotado algunos signos de conversión en nuestras vidas. De hecho, hemos visto a muchas unidades de la Congregación animar a los oblatos a intercambiar las experiencias de Dios y a esforzarse por expresar la conversión con cambios reales en sus vidas. Quisiera pedir a todos los superiores mayores y superiores locales, directores y animadores que hagan un esfuerzo extra para animarnos a todos a entrar en este camino de compartir la fe en comunidad y de encontrar gestos personales y comunitarios de conversión en nosotros. El hecho de compartir nuestra experiencia de Dios en comunidad construye una base sólida para una vida común significativa; nos capacita para vivir con paciencia y perdón; infunde en nosotros alegría y un corazón generoso capaz de llevar y sostenerse mutuamente.

¡El Espíritu nos unge e insufla nueva vida en la Congregación! ¡El Jubileo 200 aniversario y el Año de la Misericordia nos ofrecen un kairós y surgen en nosotros signos visibles y maravillosos de nueva vida misionera! No dejemos pasar esta oportunidad para volver a comprometernos como misioneros de las misiones más difíciles y desafiantes de la Iglesia y atrevámonos a ofrecer de manera incondicional nuestras vidas para la evangelización de los más pobres y abandonados de hoy. Allí donde nos hayamos acomodado en ministerios seguros y confortables que no requieren audacia ni celo misioneros, ¡desarraiguémonos para la misión de Dios! Dejémonos prender en llamas mientras contemplamos: a Jesús reuniendo a sus discípulos en torno a sí y enviándoles de dos en dos (¡no solos!); a los primeros cristianos reuniéndose en comunidad para partir el pan, para cuidar a los pobres y para anunciar la Buena Nueva; a Eugenio de Mazenod invitando a algunos hombres buenos para compartir con él la vida y la misión. Y así, ahora, al celebrar los doscientos años de nuestra existencia con una inmensa esperanza, volvemos a las raíces de nuestra Congregación. No es nostalgia por el pasado, sino claridad y fuerza para expresar con fidelidad creativa el carisma vivificador dado a la Iglesia a través de San Eugenio de Mazenod. La misión es la de ser auténticos cooperadores del Salvador ofreciendo la graciosa y tierna misericordia de Dios a todos, empezando por los pobres.

Al celebrar esta fiesta del misterio de la misericordia de la Santísima Trinidad en la vida de María, me gustaría recordar a los numerosos colaboradores que comparten con nosotros en todo el mundo el carisma de San Eugenio. Oblatos honorarios, la Asociación Misionera de María Inmaculada, Amigos de San Eugenio, la Familia Mazenodiana, miembros de institutos seculares y congregaciones religiosas, laicos, jóvenes, solteros y casados, amigos y familiares… ustedes se dan a sí mismos, su tiempo, talentos y recursos de innumerables maneras, deseando tomar parte en el carisma de San Eugenio. Estamos unidos como una gran Familia Oblata en esta fiesta de María Inmaculada, con la que empezamos el tercer año del Trienio Oblato. Caminamos hacia el Jubileo del 200 aniversario de la Congregación, ansiando una profunda conversión a Jesucristo. Les agradecemos su ayuda, su amor y sus vidas misioneras. Contamos con sus oraciones. ¡Feliz fiesta a todos!

María Inmaculada, Madre de Misericordia, ¡ruega por nosotros!

Padre Louis Lougen, OMI

8 de Diciembre de 2015

 

 

 

 




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