574 - Febrero de 2017
1 Febrero 2017 - 20 Febrero 2017

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17 DE FEBRERO: RECORDANDO NUESTRA IDENTIDAD

17 de febrero: Recordando nuestra Identidad


Por el P. Paolo Archiati, OMI, Vicario General

Cada año, en Febrero, celebramos la aprobación en 1826 de nuestras Constituciones y Reglas por el Papa León XII. Durante el año jubilar de nuestra fundación, en varias ocasiones hemos hecho referencia a otra Regla, mencionada en la famosa "Petición de Autorización Dirigida a los Señores Vicarios Generales de Aix”, y escrita por Eugenio el 25 de Enero de 1816.

En esta carta que podríamos considerar como nuestro texto "fundacional”, Eugenio y sus primeros compañeros solicitan de los Vicarios Generales de Aix "la autorización para reunirse en Aix, en la antigua casa de las Carmelitas adquirida por uno de ellos, para vivir allí en comunidad, bajo una regla cuyos puntos principales desean exponer.”

Inmediatamente, después de estas palabras, Eugenio subraya los dos fines principales de la Sociedad que está a punto de nacer. Dos fines, dos objetivos que nunca deberíamos separar el uno del otro. Son las metas que la Regla ayudará a alcanzar a los miembros. En algunos momentos de nuestra historia, e incluso hoy, quizás tendemos a olvidar el segundo de estos dos objetivos principales. Somos una congregación misionera, como bellamente expresa la Constitución 5. Ciertamente la misión es un objetivo de nuestra familia religiosa. San Eugenio lo expone con estas palabras: "trabajar por la salvación del prójimo, dedicándose al ministerio de la predicación.

Pero nuestra sociedad tiene dos fines principales, no uno sólo, y creo que estas dos metas van de la mano, en nuestra vida y en nuestra misión. De ahí que el texto continúe: "…el fin de esta Sociedad… tiene además la perspectiva especial de proporcionar a sus miembros los medios para practicar las virtudes religiosas por las que sienten un atractivo tan grande...”. Si los primeros misioneros no hubieran encontrado en esta Sociedad la posibilidad de vivir estas "virtudes religiosas”, se habrían ido a alguna otra orden religiosa.

Por esto Eugenio es tan explícito: "Si han preferido formar una comunidad regular de Misioneros es porque intentan ser útiles a la diócesis, al mismo tiempo que van a trabajar en su propia santificación, como pide su vocación.”

Nuestra Regla, cuya aprobación celebramos el 17 de Febrero cada año, está al servicio de estas dos metas. El Prefacio de las Constituciones y Reglas es también muy claro en este punto, cuando dice que al vivirlas, "dichos sacerdotes… intentan someterse a una Regla y unas Constituciones aptas para procurarles los bienes que, al reunirse en sociedad, se proponen alcanzar para su propia santificación y para la salvación de las almas”.

El último número de nuestras Constituciones y Reglas (C. 168), y ciertamente no en menor medida, nos recuerda que, por nuestra oblación, "cada Oblato asume la responsabilidad del patrimonio común de la Congregación expresado en las Constituciones y Reglas y en nuestra tradición de familia. Se nos exhorta a dejarnos guiar por nuestras Constituciones y Reglas "con una fidelidad creativa” al legado que San Eugenio, nuestro Fundador y Padre, nos dejó.

El Papa Francisco hizo una referencia a nuestra Regla, si bien de una forma más espiritual, cuando recibió a los miembros del 36º Capítulo General el 7 de octubre del año pasado. Entre otras cosas, dijo: "Siguiendo el ejemplo de su fundador, la caridad entre ustedes sea la primera regla de vida, la premisa de cada acción apostólica y el celo por la salvación de las almas sea consecuencia natural de esta caridad fraterna.”

Esta exhortación conecta el inicio y el final de la vida de Eugenio, su Regla y su Testamento, su primera y su última Voluntad. Nuestra primera "regla de vida” es la caridad entre nosotros. Esta es también la premisa de toda acción apostólica. Estas palabras del Papa nos ayudan a no olvidar que nuestra familia religiosa tiene dos fines principales que deben mantenerse siempre unidos, porque están profundamente interconectadas y son interdependientes. De nuestro deseo y de nuestros esfuerzos hacia la santidad brota la eficacia de nuestra vida misionera; de los desafíos de nuestra misión, afrontados y vividos desde el celo misionero, brota nuestra constante santidad, un don de Dios, para nuestros hermanos dentro de la comunidad a la que pertenecemos, y para la gente a la que servimos.




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