Fr. Louis LougenSuperior General
Fr. Louis Lougen - Escritos

Mensaje a la Provincia de Francia
2 Marzo 2011

Queridos Hermanos Oblatos de la Provincia de Francia,

Quisiera agradecer al Padre Yves Chalvet-de-Récy, al Consejo Provincial y a todos ustedes la invitación a estar presente en su Asamblea “Opération Vérité”. ¡Qué bueno es estar aquí! Francia ocupa un lugar de gran honor en la Iglesia. Como Misioneros Oblatos de María Inmaculada, estamos conectados a un francés, San Eugenio de Mazenod. Como Oblatos estamos todos arraigados a la Provincia Madre de Francia. Nuestra espiritualidad está enlazada a la escuela francesa de espiritualidad. Apreciamos profundamente la herencia que hemos recibido de Francia.

Es un gran honor para mí estar aquí con ustedes. Me da mucha alegría poder venir a Francia en este tiempo en el cual nos preparamos para celebrar los ciento cincuenta años de la entrada de San Eugenio de Mazenod en la plenitud de la vida. Ustedes son la primera Provincia de la Congregación que vengo a visitar oficialmente. Tengo la cruz misionera de San Eugenio conmigo y me gustaría bendecirles con esta cruz.

Doy gracias a Dios por los misioneros de Francia que han ido por todo el mundo a predicar el Evangelio los pobres con celo misionero, caridad y valor. La vida y misión de los Oblatos franceses se cuenta y recuenta a través de todo el mundo. Gracias por este testimonio de vida y por su fidelidad a los valores oblatos. Han dado a la Congregación una enorme energía misionera durante casi 200 años.

Quisiera decirles dos cosas: Primero, por favor escuchen la llamada a la conversión del reciente Capitulo General. Segundo, por favor recuerden al Padre Eugenio de Mazenod el 15 de agosto de 1822.

Primero: Escuchando la llamada del Capitulo
Nuestro reciente capitulo de septiembre y octubre del año pasado fue un evento de gracia para la Congregación. Fuimos guiados por el Espíritu a continuar focalizándonos en la llamada a la conversión a Jesucristo, y éste crucificado. Esto no es otra cosa que la decisión de abrazar el mismo Evangelio como nuestra forma de vida una vez más: “¡Conviértanse y crean al Evangelio!” ¡Que bella sorpresa! Hemos reconocido que nuestras vidas necesitan cambio, crecimiento y novedad. No estamos satisfechos con nosotros mismos. El Capítulo fue un eco perfecto de las palabras del Fundador en su Prefacio a las Constituciones y Reglas: “Deben renovarse sin cesar en el espíritu de su vocación, vivir en estado habitual de abnegación, y con el empeño constante de alcanzar la perfección” (CC y RR, p. 17).

Los miembros del Capitulo reconocieron que el regreso al Evangelio y el seguimiento de Jesucristo es la base de nuestra vida. Nuestras Constituciones y Reglas reflejan como los oblatos viven el seguimiento de Jesús. Tenemos que visitar de nuevo ese pequeño libro. Vemos que no sólo la misión que hacemos es importante, sino también como hacemos esa misión y quienes somos al llevar a cabo esa misión a la cual hemos sido llamados. Más importante que nuestras palabras y enseñanzas, es el testimonio de nuestras vidas, que son el instrumento principal al predicar la Buena Nueva a los pobres. “¿Qué han de hacer a su vez los hombres que desean seguir las huellas de Jesucristo, su divino Maestro, para reconquistarle tantas almas que han sacudido su yugo? Deben trabajar seriamente por ser santos” (Prefacio, p. 17).

El Capítulo nos llama a ver la conversión a Jesús en varias dimensiones de nuestra vida: la comunidad, la formación, la misión, el liderazgo/ la autoridad y la administración de bienes financieros. Estas son áreas significativas de nuestra vida oblata que buscamos vivir con mas fidelidad al Evangelio. Para mí la pregunta es si tenemos el valor y la energía para la conversión, para ser cambiados radicalmente en lo qué somos, en cómo actuamos y en lo qué hacemos. ¿Dejaremos que la gracia de Dios nos dé un nacimiento nuevo? ¿Tenemos la audacia para ser la nueva creación en Jesús que comenzó en nuestro Bautismo? ¡La llamada del Capitulo no es nada menos que esto!

Durante muchos años los Capítulos nos han llamado a dejar nuestras tierras y cruzar fronteras como misioneros. La frontera más desafiante, y quizás la más espantosa, es la que nos separa de ser aquello para lo que Dios nos ha creado. El Capítulo nos pide dejar nuestra tierra de Egipto, que es conocida, cómoda y familiar, para viajar a la Tierra Prometida de la vida nueva. Nos hizo presente la voz de Eugenio de Mazenod, llamándonos a vivir el potencial completo de nuestra oblación. Ese es el resumen del Capitulo. Podemos tener la tentación de decir: “En este Capítulo no hay nada nuevo” ¡Sin embargo, si nos involucramos en este proceso de conversión, seremos completamente nuevos!

¿Tenemos la audacia de Eugenio para cruzar esta frontera? ¿Para nacer de nuevo en el Espíritu Santo? ¿Tenemos el valor de abrir nuestras vidas a la gracia de la conversión? Creo que sí.

Segundo: Recordando al Padre de Mazenod el 15 de agosto del 1822
Mi confianza está basada en la gracia que recibió Eugenio del 15 de agosto de 1822. En aquel tiempo, el Fundador se encontraba afligido, desanimado y triste por muchas razones: muchos entraron en los Misioneros de Provenza, pero muchos más se habían marchado; la constante oposición del clero diocesano a su nuevo grupo de misioneros; algunos obispos presionaban a sus sacerdotes a dejar los Misioneros de Provenza y regresar a sus diócesis; el Padre de Mazenod luchaba contra su propio temperamento. En ese momento el Fundador se sentía muy inseguro y preocupado por el futuro de su pequeño grupo de misioneros. En la fiesta de la Asunción, mientras bendecía una estatua de María Inmaculada, recibió una fuerte gracia de confianza completa en que su grupo era verdaderamente obra de Dios y que daría un gran fruto para la Iglesia.

Escribió a Padre Tempier: “¡Como quisiera compartir contigo todo lo que he experimentado como consolación en este bello día dedicado a María nuestra Reina! Hace mucho tiempo que no sentía tanta alegría… Creo que le debo a ella también una experiencia que sentí hoy; no diría más que nunca, pero ciertamente más que de costumbre. No puedo describirlo muy bien porque se trata de muchas cosas, aunque todas relacionadas con un solo objeto: nuestra querida Sociedad. Me parece que lo que vi, lo que pude tocar, fue que dentro de la Sociedad hay un germen escondido de grandes virtudes, y que la Sociedad puede cumplir un bien infinito; la encontraba digna, todo lo suyo me satisfacía, apreciaba sus reglas, sus estatutos; su ministerio me parecía sublime, como en realidad lo es. Encontré en nuestra Sociedad un medio seguro para la salvación, hasta infalible, así me parecía” (al Padre Tempier el 15 de agosto del 1822).

La historia de nuestra Congregación religiosa ha demostrado que la confianza con la cual fue bendecido el Padre de Mazenod el 15 de agosto, fue autentica. Yo creo que la gracia que él recibió, continúa siendo una fuente de bendición para nosotros. Nos llama a creer y tener esperanza en que la conversión a la que nos llama el Capitulo es posible. El Capitulo refleja la audacia evangélica de San Eugenio, “nil liquendum inausum” en llamarnos a un cambio radical en nuestra vida oblata. Tenemos una fuente viva de gracia en la experiencia de San Eugenio que confirma que es posible emprender aquello a lo que el Capitulo nos llama. Podemos hacer lo que parece imposible. María viaja con nosotros en la misión más difícil: cruzar la frontera de la conversión.

Pido a María Inmaculada que interceda por todos los oblatos de la Provincia de Francia y por toda nuestra Congregación. Que tengamos la misma inexpugnable esperanza y confianza que inspiró a san Eugenio y que estemos abiertos a escuchar la llamada del Capitulo para responder con todo el corazón a la gracia de la conversión. Esta es una gran gracia: creer en la posibilidad de la conversión en nuestras propias vidas y cooperar con esa gracia para pertenecer más profundamente a Dios como misioneros santos predicando el Evangelio a los pobres. Esta es la llamada del Capítulo para cada uno de nosotros.

Gracias, a cada uno de los Oblatos de la Provincia de Francia, por mantener vivo el espíritu de san Eugenio de Mazenod en esta tierra francesa.


Louis Lougen, OMI
Superior General


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