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L.J.C. et M.I.
Queridos hermanos Oblatos,
¡Feliz fiesta a todos en este día en que celebramos la Inmaculada Concepción de María!
“Están convencidos de que, si se formasen sacerdotes inflamados de celo, desprendidos de todo interés, de sólida virtud, en una palabra: hombres apostólicos que, convencidos de la necesidad de su propia reforma, trabajasen con todas sus fuerzas por la conversión de los demás, se podría abrigar la esperanza de hacer volver en poco tiempo los pueblos descarriados a sus obligaciones largo tiempo olvidadas.”[i]
El Prefacio de San Eugenio es una llamada conmovedora que expresa la sólida convicción de que si un grupo de personas apostólicas tuvieran verdaderamente la intención de formarse bajo la gracia de Dios --- transformación --- y fueran profundamente conscientes de que para poder predicar el Evangelio ellos mismos necesitan renovarse, entonces se produciría un significativo despertar en la fe de la gente. Este llamamiento que nos inspira en el prefacio del Fundador tuvo su eco en el Capítulo de 2010: la llamada a una profunda conversión personal y comunitaria a Jesucristo es una convocatoria a acoger de nuevo y de manera más profunda la Buena Nueva en nuestras vidas por el bien de la misión. La vida misma del que evangeliza se convierte en la mejor proclamación que se puede hacer del Evangelio.
Con esta fiesta de la Inmaculada Concepción inauguramos el segundo año del Trienio Oblato para preparar el 200 aniversario del nacimiento de la Congregación como Misioneros de Provenza. El Trienio con sus sesiones para compartir nuestra fe y con los signos de conversión, es un instrumento que nos ayuda a abrir nuestras vidas al poder transformador de la gracia de Dios.[ii] Este segundo año se centra en “Un Nuevo Espíritu: La Formación como un Proceso que Dura toda la Vida” y en el Voto de Pobreza. Las sesiones para compartir la fe nos ayudarán a comprender que todos los oblatos estamos llamados a un proceso de formación que dura toda la vida, bajo la gracia de Dios. Dios es un artesano, toca nuestras vidas y, abriéndolas, nos modela y nos ayuda a crecer en el misterio de la persona de Jesucristo. La Constitución 47, bajo el epígrafe “Conversión Constante”, dice: “La formación tiende al crecimiento integral de la persona. Es tarea de toda la vida. Lleva a cada uno a aceptarse como es y a irse realizando según lo que está llamado a ser. Implica una conversión constante al Evangelio, y nos mantiene siempre dispuestos a aprender y a modificar nuestras actitudes para responder a las nuevas exigencias.”[iii] Compartiendo nuestra fe como hermanos oblatos y expresando la conversión con gestos concretos, esperamos fortalecer nuestro compromiso con toda una vida de crecimiento en la gracia. El segundo año del Trienio Oblato también nos invita a considerar nuestra vivencia del Voto de Pobreza. Hace poco pedí a un laico misionólogo cuya vida ha sido inspirada por el carisma oblato que me iluminara sobre la misión y la evangelización. Inmediatamente me dijo, “Louis, la evangelización se realizará de manera efectiva a través de vuestro voto de pobreza. Las personas que han vivido el espíritu de pobreza siempre han sido grandes evangelizadores y reformadores de la Iglesia.” Sumergidos en una sociedad materialista, nuestros corazones están hambrientos de los artículos de consumo publicitados para estimular nuestras necesidades y engordar nuestros egos. Pidamos a Dios la gracia de abrazar una pobreza evangélica profética, para que Dios solo sea nuestro tesoro. (Mc 12, 30-31; Mt 6, 33; Mt 13, 44-46) Tal y como hicimos el año pasado, también en este año del Trienio Oblato escuchamos en nuestros encuentros para compartir la fe la experiencia que cada hermano hace de la llamada de Dios a la conversión, y buscamos juntos caminos para responder a la gracia de Dios mediante signos concretos de conversión en nuestras vidas.
Hermanos oblatos, estoy convencido de que Dios está teniendo un favor particular con nuestra Congregación y que se nos han concedido unas gracias especiales a través del Capítulo General de 2010 y del 200 aniversario de la Congregación. Aunque los miembros del Capítulo de 2010 no tenían el 200 aniversario de nuestra Congregación en sus mentes, el Espíritu nos fue conduciendo para que confirmáramos el tema que había sido propuesto por la Intercapitular de 2007: “la llamada a una profunda conversión personal y comunitaria a Jesucristo”. ¡Esta llamada es el mandato que el Capítulo General de 2010 lanzó al Gobierno Central y a toda la Congregación! ¿Qué puede ser más esencial, más fundamental, más vital para nuestras vidas misioneras consagradas que esta llamada? Al invitarnos a la conversión, el Espíritu nos conduce y nos prepara para que seamos fieles a nuestra vocación misionera.
Como nos explicaban en los años ochenta los PP. Elizondo y Sullivan[iv], en este momento de la historia de nuestra Congregación tenemos ante nosotros una elección: morir, estancarse, o renacer. El Capítulo General de 2010, al afirmar la llamada a la conversión, ha optado por el renacimiento de la Congregación. Somos invitados a decir no a la muerte y al estancamiento y, gracias al Espíritu que hace nuevas todas las cosas, debemos revitalizarnos en el Carisma Oblato, listos y dispuestos para las misiones difíciles, y en el contexto de hoy añadiría con toda la intención peligrosas, entre los más pobres y abandonados.[v]
Es cierto que ahora entre nosotros se dan las tres realidades juntas: muerte, estancamiento y renacimiento.
1) La Congregación está muriendo en algunos lugares en el que los Oblatos han aceptado su muerte y desaparición. La Congregación entera se solidariza con estos oblatos que afrontan la desaparición de la Congregación de todo un país. Damos gracias a Dios por la vida y misión oblatas que un día brillaron con fulgor y que ahora languidecen. Valoramos la historia y el dinamismo misionero que caracterizó a la vida oblata en estos lugares. Como escribí el año pasado por esta misma fiesta, no acepto la “teoría de la muerte” que se postula en ciertos lugares en los que hemos trabajado y en los que la Iglesia ya no nos necesitaría, por lo que podemos morir en paz[vi]. La Iglesia necesita de hombres consagrados que encarnen el Carisma Oblato porque los pobres y los más abandonados siguen entre nosotros y siguen necesitando escuchar el Evangelio. Esto lo hacemos en colaboración con otros que viven el Carisma Oblato como son los Laicos Asociados, los Amigos de San Eugenio, los Amigos de los Oblatos, la Familia Mazenodiana, la Asociación Misionera de María Inmaculada, y muchos más.
2) Algunos oblatos y algunas unidades han entrado en una segunda opción más fácil, el estancamiento. Es una opción cómoda que mantiene el lenguaje de la vida oblata pero sin el contenido misionero, haciendo amistad con el espíritu de este mundo. Esta es la opción de la mediocridad en su peor expresión, y atrae un goteo constante de miembros poco entusiastas que quieren unirse a nosotros en su búsqueda de un refugio confortable donde huir de la vida real. La opción por el estancamiento se identifica primero por su relación con la misión. En su informe al Capítulo 2010, el Padre Steckling, Superior General, utilizó una palabra devastadora que describía esta situación: “inercia”[vii]. Cuando una unidad pierde el compromiso común, conocido, articulado y compartido por todos sus miembros, está estancada[viii]. Hay varios signos que son consecuencias de su falta de empuje misionero: predominio del mantenimiento de los ministerios establecidos, de los proyectos personales y de un fuerte individualismo. Al no haber un proyecto misionero común con prioridades, prevalecen los intereses individuales, elegidos sin discernimiento y sin ninguna referencia al carisma. La ausencia de identidad misionera en una unidad estancada tiene también efectos negativos: el ministerio se utiliza para obtener ventajas, como una remuneración financiera personal u otras propiedades personales que no se entregan a la comunidad oblata. A menudo, un oblato busca su propio trabajo en la diócesis para obtener estos beneficios personales, o asume una profesión, como la de enseñante para establecer su propio ritmo de vida autónomo, más elevado. Los miembros planifican sus carreras y utilizan la Congregación como un trampolín hacia una vida materialista imbuida por el espíritu del mundo.
En un discurso dirigido a la Asamblea Intercapitular de Roma del 10 de Mayo de 1984, el Padre Jetté pronunciaba estas palabras: “La Congregación no es un trampolín para realizar el propio carisma personal, los proyectos individuales. Cuando uno entra en ella, debe estar dispuesto, al contrario, a ponerse enteramente a su disposición para cumplir el trabajo de evangelización que ella le confíe”[ix]. Por desgracia doy fe de que estas palabras del P. Jetté tienen aún hoy su vigencia, y son además un signo del estancamiento entre nosotros. Vemos en estas palabras hasta qué punto el voto de obediencia puede contrarrestar el estancamiento y contribuir a un proyecto misionero común.
Además de la pobre perspectiva misionera que subyace en un estado de estancamiento, en esta segunda opción podemos ver cómo se abandona igualmente los compromisos de la vida religiosa. Es el resultado de la falta de celo misionero y, al mismo tiempo, de una falta de identidad clara en torno a la vida religiosa. Los valores fundamentales de la vida consagrada son los cuatro votos, la vida de oración y la vida en comunidad apostólica.[x] En unidades en estancamiento, los votos son profesados pero sin ningún tipo de testimonio profético, a veces, incluso, se toleran anti-testimonios escandalosos; la oración personal y comunitaria desaparece por distintas razones ideológicas o incluso por falta de fe; la vida comunitaria se reduce a “una convivencia propia de un hotel” o a vivir solos en casas parroquiales o en apartamentos. Los miembros y las unidades “estancadas” o no comprenden la vida consagrada o han perdido el aprecio por la misma, a menudo como consecuencia de la crisis de fe que se da entre nosotros desde los años setenta. Los valores fundamentales de nuestra vocación desaparecen sin apenas luchar por evitarlo, por el espíritu del mundo y a veces bajo excusa de una aparente eficiencia, oportunidad y activismo. El éxito personal y la gratificación, centrado en los propios gustos y preferencias (“me siento bien en mi ministerio”), son más importantes que un proyecto misionero común, que la comunidad apostólica y que la obediencia. El religioso se establece como referencia de sí mismo[xi], vive absorto en sí mismo y persigue sus propios proyectos personales.
Hay muchos otros signos y consecuencias del estancamiento. La vida oblata en una unidad estancada degenera en una asociación laxa de sacerdotes y hermanos autónomos. El estancamiento fomenta la indiferencia e incluso la hostilidad hacia las vocaciones, porque la Congregación y la vida religiosa no son estimadas ni realmente amadas. Hay indiferencia hacia la vocación de los Hermanos porque la vocación de Hermano, consagrado a Dios para la misión, no es comprendida.[xii] En su reciente carta por el Jornada Mundial de las Misiones, el Papa Francisco escribió unas palabras ciertamente desafiantes que deberían suscitar interrogantes entre nosotros: “En muchas regiones escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. A menudo esto se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo. La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres”.[xiii]
El estancamiento también se caracteriza por un sentido de pertenencia a la Congregación muy débil. El Oblato en este modelo tiene la actitud y la convicción de que debería recibir e incluso tomar de la Congregación todo lo que puede conseguir por sí mismo. No es nunca generoso para con la Congregación ni pasa por su mente cómo poder ayudarla. En este modelo, se habla de la Congregación como “ellos” y no “nosotros”, y el individuo está absorto por lo que “ellos me deben”. Es muy duro oír a un oblato mayor decir, “Toda mi vida he hecho lo que querían que hiciera. Ahora voy a hacer lo que yo quiera.” El odio, el dolor y la amargura que subyace en esta frase pide “a gritos” ayuda y sanación. Allí donde hay un sentido débil de pertenencia a la Congregación, los miembros permanecen con nosotros mientras reciban lo que desean. Cuando se les pide que den algo de sí mismos o se les cuestiona sobre su estilo de vida oblato, nos abandonan o encuentran una manera de vivir “en los márgenes”, haciendo su propia vida.
Es muy triste, pero a pesar de la llamada a la conversión lanzada por el Capítulo General de 2010 y renovada por el Gobierno Central, algunos oblatos y algunas unidades enteras no han respondido y han entrado ya en un estado de estancamiento y de muerte, o bien se deslizan a marchas forzadas hacia ese estilo de vida.
3) Hay una tercera y maravillosa opción que es una gracia para nosotros: renacer en el Carisma Oblato de San Eugenio. El Espíritu nos está conduciendo, grita en nosotros como mujer con dolores de parto, que da a luz. Esta llamada está transformando a aquellos oblatos y a aquellas unidades oblatas que dejan que Dios, Buen-Pastor, les conduzca hacia una vida misionera consagrada fiel al carisma, hacia un testimonio profético de nuestros votos, a una vida significativa de comunión fraterna y a una genuina vida de oración personal y comunitaria. La Llamada a la Conversión del Capítulo de 2010 es ese Espíritu que nos conduce y empuja con urgencia a rechazar la complacencia, la inercia y la indiferencia, para revivificar la Congregación con un nuevo corazón, con un nuevo espíritu, para hacernos así aptos y disponibles para las misiones más difíciles. El Espíritu está derramando el carisma de San Eugenio sobre nosotros, atrayéndonos para que participemos en la misión de Dios, intentándolo todo, “…dispuestos a sacrificar bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por amor de Jesucristo, servicio de la Iglesia y santificación de sus hermanos…”[xiv]
En muchos lugares, la Congregación muestra signos del renacimiento del carisma. Es revitalizador el ver cómo jóvenes oblatos son una llamada y una invitación para oblatos de edad media y avanzada a redescubrir juntos el poder y la belleza del carisma que ellos mismos viven con un gran compromiso. En algunas unidades el gobierno está implicando a todos los miembros en un proceso participativo y estimulante para establecer un proyecto misionero común inspirado por el carisma y centrándose positivamente en sólo algunas prioridades. Este proceso ciertamente exige mucho liderazgo y a veces es muy criticado porque implica tomar decisiones sobre ministerios que se deben abandonar, sacudir las llamadas “vacas sagradas”, e invitar a todos los oblatos a cruzar fronteras, a abandonar los ministerios personales y zonas de confort y convertirse en auténticos misioneros. Las unidades que tienen una visión común y están comprometidas con un número limitado de prioridades son unidades con vida y con celo; tienen una vida de comunidad apostólica significativa, tienen alegría y vocaciones. Los oblatos en estas unidades están de verdad al servicio de los pobres y más abandonados. Salen adelante en búsqueda de nuevas áreas en donde llevar la presencia misionera. Al responder a la llamada de la conversión en el campo de la misión, estas unidades también obtienen un sentido más amplio de la evangelización, integrando desde una espiritualidad católica la preocupación por la justicia, paz e integridad de la creación, las tradiciones de los pueblos y una piedad genuina.
También se da un espíritu de renacimiento en comunidades apostólicas oblatas cuando éste es alentado desde el gobierno. Es necesario recordar que, aunque el renacimiento de la Congregación es responsabilidad de cada oblato, el carisma de superior ocupa un lugar clave en la renovación de nuestra vida oblata.[xv] El superior posee el carisma de dar vida a la comunidad local, invitando a los oblatos a vivir su compromiso religioso. Él anima a los oblatos a reconocer la belleza y el gozo de una forma de vida común como hermanos oblatos más profunda, y esto, sin duda, revitaliza la misión. La comunidad apostólica oblata se está rejuveneciendo por un sentido profundo de comunión de vida que se refleja en los valores básicos de la vida religiosa, en la vida común bajo el mismo techo, en la oración en común, comiendo juntos, pasando los tiempos de descanso juntos, etc. No hay duda de que, a pesar de los desafíos, tenemos hambre de una forma de vida más significativa, de hermanos oblatos. Los jóvenes oblatos están entre aquellos que nos están llamando a vivir esto, que están cuestionando nuestras vidas. ¡Esto es un don del Espíritu!
La llamada a la conversión también nos está ayudando a descubrir de nuevo el sentido profundo de la vida consagrada en cada una de sus tres dimensiones (los cuatro votos, la vida de fe y la comunidad apostólica).[xvi] Respecto a los votos, hemos pasado por una crisis en relación con el voto de castidad y aún seguimos atravesándola. Este voto es fundamental para que podamos renacer, porque tiene que ver todo él con el amor. El Santo Padre nos espoleaba, preguntándonos si los religiosos nos hemos vuelto solteros amargados y cínicos o si por el contrario somos hombres llenos de vida, generosos y alegres al servicio de Dios en nuestro ministerio con los pobres y en nuestras comunidades apostólicas. Estamos redescubriendo la dimensión mística del voto de castidad y nos estamos renovando completamente en una vida centrada en una relación profunda con Jesucristo, centro de nuestras vidas. La castidad, como respuesta libre y gozosa a una invitación especial de Cristo,[xvii] es alimentada por la dimensión contemplativa de la oración y engendra un auténtico sentido de oblación. Esto produce fruto misionero, porque la relación con Cristo hace que los oblatos estén generosamente disponibles para las misiones difíciles y sean capaces de vivir juntos con otros oblatos en una comunión de vida apostólica.[xviii]
El Espíritu también atrae a los Oblatos a un compromiso más profundo con el voto de pobreza, una rica fuente de renovación y de vida nueva. La conversión a una vida sencilla de pobreza evangélica, de compartir todo en comunidad y de identificación con Jesús, es algo que el Santo Padre pone ante nosotros constantemente. La pobreza expresa nuestra solidaridad e interdependencia entre nosotros y es esencial a la comunidad apostólica. La pobreza, tal y como la descubrimos en Jesús que se despojó de sí mismo en la Cruz, también está estrechamente vinculado al voto de obediencia. Este voto, cuando es vivido como respuesta a la conversión a Jesucristo, genera vida y libertad. Llena de energía a los oblatos que se hacen disponibles, con la audacia de San Eugenio, a cruzar fronteras, abarcando cada vez más para responder a los nuevos desafíos cuando son llamados y enviados a la misión. Esto es difícil e implica sacrificio, aunque la experiencia de los oblatos que han osado vivir el voto de obediencia y la oblación de sí mismos ha sido la de la alegría y la de una sorprendente vida nueva.
Me he sentido bendecido al oír los testimonios de oblatos mayores que han vivido con coraje y fidelidad el voto de perseverancia, un voto particularmente oblato. Sus vidas de fidelidad amorosa son proféticas y suponen una profunda bendición para toda la Congragación. ¡Gracias a cada oblato que ha perseverado en la gracia de su vocación a pesar de las muchas dificultades! Con el P. Jetté, también yo lamento con tristeza que los oblatos no tengan un sentido de fidelidad más profundo para perseverar en su vida religiosa. Seguimos viendo que muchos oblatos simplemente abandonan su compromiso a pesar del voto de perseverancia.[xix]
Más signos de una vida dirigida por el Espíritu entre nosotros, y lo mantenemos en secreto, son los jóvenes que por todo el mundo están conectados con el Carisma Oblato con energía creativa y con pasión. ¡El espíritu de San Eugenio está prendiendo fuego a sus corazones! El dinamismo y la vitalidad del carisma oblato también está siendo abrazado y vivido por muchos laicos, laicos de institutos seculares y religiosos. ¡He sido un privilegiado al poder encontrar sacerdotes diocesanos y obispos que encuentran en el carisma oblato sentido para su vida de ministerio! El amor por San Eugenio entre los jóvenes y laicos, y el testimonio que dan del carisma está teniendo también un efecto transformador sobre nosotros, renovando a oblatos que estaban tentados de quedarse estancados. El proceso de conversión de Eugenio, el encuentro con el Salvador en la cruz y su pasión por Jesús, su cercanía con los pobres, su devoción a la Iglesia y a María, son algunos de los elementos que acerca a la gente al carisma Oblato como si de un potente imán se tratara.
Los oblatos y aquellas unidades que fomentan nuevas direcciones misioneras y una vida apostólica comunitaria también aparecen comprometidos con las vocaciones, saliendo al encuentro de los jóvenes de forma creativa. Allí donde he visto oblatos alegres y fraternos, viviendo en comunidades apostólicas, cerca de los pobres y con una espiritualidad genuina, siempre hay otros que desean unirse a ellos o que desean colaborar en la misión. No hablo aquí de cifras, sino de hombres íntegros que oyen la llamada de Dios y que no están buscando un nido confortable, sino una vida de amor y servicio llena de desafíos y consagrada a Dios.
El Capítulo de 2016 será un hito importante en la vida de la Congregación. ¿Es acaso una “coincidencia” que caiga dentro del año en el que celebramos los 200 años de nuestra fundación? Creo que es un auténtico signo del muy especial amor de Dios por San Eugenio y por los Oblatos de María Inmaculada. Por favor, tengan al Capítulo de 2016 presente en sus oraciones, para que sea un acontecimiento lleno del Espíritu Santo, con un tema que sea bueno e inspirador y que cuestione nuestras vidas misioneras. Éste será el Capítulo del Jubileo, y esperamos que de este Capítulo brote vida nueva.
Hermanos míos, Misioneros Oblatos de María Inmaculada, ¡despertemos a la llamada a una profunda conversión personal y comunitaria a Jesucristo! Rechacemos la muerte y el estancamiento. Escojamos la bendición y la vida. Que la valiente llamada de San Eugenio a intentarlo todo para extender el reino de Cristo nos saque de la complacencia y de la inercia y despierte en nosotros el celo y la pasión.
En esta fiesta confiamos la Congregación a María Inmaculada. Ella nos muestra su sonrisa en este momento en el que comenzamos el segundo año del Trienio Oblato. Ella inspira en nosotros la esperanza de saber que el Espíritu, que obra en nosotros, puede hacer infinitamente más de lo que podamos pedir o pensar, en nuestras vidas y en la Congregación (Ef 3, 20-21). Pedimos a María que interceda por nosotros, para que ni muramos ni nos estanquemos, sino que abramos nuestras vidas a la gracia de Dios y renazcamos en el fuego de la pasión del carisma de San Eugenio. ¡Ésta será la mejor preparación para nuestro 200 aniversario!
¡Alabado sea Jesucristo y María Inmaculada!
Padre Louis Lougen, OMI
Tamatave, Madagascar, Fiesta de Todos los Santos 2014.
[i] OMI CCyRR, Prefacio, Manuscrito de 1825.
[ii] Carta del Superior General a la Congregación, 8 Diciembre 2013.
[iii] OMI CCyRR 47.
[iv] Sullivan y Elizondo, Oblate Animation Manual, pág. 24.
[v] Véanse las Actas del XXXV Capítulo General, “Conversión” 2010.
[vi] Carta del Superior General a la Congregación, 8 Diciembre 2013.
[vii] Informe del Superior General para el XXXV Capítulo General, pág. 24 (edición inglesa).
[viii] Véase Regla 7d; Conversión, pág. 7.
[ix] Publicado en DOCUMENTACIÓN OMI, nº 127/84, Junio de 1984, pág. 1-18 y en Fernand Jetté, OMI, el Misionero de María Inmaculada. Alocuciones y Cartas y Homilías, 1975-1985, pág. 187. – El título de este discurso es “Reflexiones sobre la vida actual y el porvenir de la Congregación”.
[x] OMI CCyRR 11-44.
[xi] Papa Francisco, discurso con ocasión del Domingo Mundial de la Misión 2014.
[xii] Carta a la Congregación sobre los Hermanos, 17 de Febrero de 2014.
[xiii] Papa Francisco, discurso para la Jornada Mundial de las Misiones, párrafo 4º, 2014.
[xiv] OMI CC y RR, Prefacio.
[xv] Actas del XXXV Capítulo General, “Conversión”, 2010.
[xvi] OMI CCyRR 11-44.
[xvii] OMI CCyRR, C 14.
[xviii] OMI CCyRR 15 Y 16.
[xix] F. Jetté, El Hombre Apostólico, pág. 122.